domingo, 29 de enero de 2012

Joaquín “El charambitero”

JOAQUINJoaquín Llamas, el charambitero, que se dedica a tocar la dulzaina a tiempo parcial, vuelve a ser hijo adoptivo de la villa de Cea (Civitas Magna) durante los dos días que dura la celebración de Las Candelas.

Al llegar febrero “cual vuelve la cigüeña al campanario” el dulzainero llega al pueblo para perforar el aire frio con el sonido de su charambita y acompañar a los vecinos en cada celebración.

Acompaña en bailes y alboradas, en oficios religiosos y verbenas paganas hasta que el cuerpo aguante.

Una vez, tomando “La parva de orujo” número mil en la casa de algún quinto, el día de la fiesta mayor, me dijo mostrándome la copita: Desengáñate compañero, lo malo de este oficio es que, en llegando a estas edades, uno tiene que  seguir soplando. 

sábado, 28 de enero de 2012

Y tú ¿lo entiendes?

poliDesde ese día aprendió que en el mundo cada cual representa su papel. Él resolvía su problema de alimentación robando algunas frutas a los vendedores ambulantes y el agresor acariciaba y alimentaba a sus hijos tras patrullar las calles.

Lo que no entendió nunca, ni cuando llegó a viejo, es por qué un pobre odia a otro cuando defiende a los ricos.

jueves, 26 de enero de 2012

Y volver, volver, volver

imagesAl fin y al cabo es aquí donde nací, donde las promesas moradas de abril se cebaron con mis ojos debutantes.

Durante una vida entera he visto vuestros ires y venires, cargando con la hoz al cinto, equivocando vuestra necesidad de siega para, como yo, cosechar las mismas esperanzas cada Julio.

Yo también me fui, como vosotros. Tras los trabajos en los tesos, las vigilancias del río, los paseos por la vega, buscando bajo cada piedra la recompensa a la fe ciega.

Pero el castigo a la deserción fue como siempre la vuelta, una y otra vez, a repetir el ciclo, a desempolvar la casa, a volver a incubar ilusiones al sol.

Yo veía desde lo alto el sufrir de vuestras tejas viejas y reconocía en vuestros ojos mi necesidad de huir cada fin de verano, antes de que los hielos bailaran un vals con el hambre.

Ahora no volveré a huir después de mil retornos, no tengo fuerzas ya. No sé si fue antes el retorno o la fuga pero ya se acabó buscar aliento para otro viaje.

Moriré aquí en esta casa hecha de palos, donde me ayudó este campanario, a por primera vez crotorar y donde las campanas empujarán por el aire el último sonido de mi pico batiente.  

sábado, 21 de enero de 2012

Soldado que huye, vale para otra guerra.

duelo_a_garrotazos1Al Matías, que tampoco era un santo, le estaban dando la del pulpo entre El Mellao, José el de la fragua y Santiago. Tres chavales talludos que siempre iban juntos después de salir de la escuela y que aquella tarde decidieron vengarse de alguna cosa que ya no recordaban del Matías.

Mirad, ahí viene ese averiao, vamos a quitarle los mocos a guantazos, dijo El Mellao, a la sazón jefecillo de la cuadrilla. Y se encararon a él primero a empujones y cuando el Matías decidió que era más rentable defenderse que acobardarse, a sornabirón limpio.

En estas estaban cuando apareció por la esquina Manolón, hermano del Matías, un chavalón grande pero vergonzantemente apocado que al ver la escena se dijo que era su obligación defender a su hermano.

Se acercó al grupo, que al verle hicieron una pausa en su faena para mirarle con sorna y les dijo:

-Mellao ¿por qué pegáis a mi hermano? ¿no os da vergüenza tres contra uno?

-Porque nos da la gana, dijo El Mellao.

-A que no volvéis a tocarle.

José el de la fragua le sacudió al Matías un guantazo de aúpa y Manolón recordó su condición de cobardica patológico, pero quiso hacer valer su corpulencia. Se puso las manos en los cadriles y mirando a José el de la fragua le retó:

-Vuélvele a dar anda, vuélvele a dar  y Santiago le propinó una reverenda patada en el culo al Matías que le hizo gemir y dar unos pasos a trompicones.

Manolón,dirigiéndose enfurecido a Santiago le dijo que no tenía cojorvas de volverle a sacudir a su hermano en su presencia y entonces El Mellao mandó los mocos y los huesos del Matías a la reguera de un sopapo.

El Matías se levantó llorando del barro y le dijo a su hermano.

-Anda, vámonos para casa y no me defiendas más, ¡coño!

viernes, 13 de enero de 2012

La caza

pardalCuando yo era chiguito disparaba con el ramal (tirachinas) a los pardales. Casi nunca les acertaba, la mayor parte de las veces huían en un revoloteo alarmado y me dejaban con dos palmos de narices.

Otras veces escondía, como mandaba la vieja sabiduría de los chavales, pajareras en las boñigas de las vacas que tenían granos de trigo, restos del menú vacuno de la trilla. Más que llevar la pieza a casa, lo excitante era la llamada del ancestral instinto. Preparar la pajarera, acechar escondido tras una esquina y correr excitado al oír el chasquido de la trampa al saltar, el revoltijo de plumas en el aire. Al llegar, el resultado era lo suficientemente repugnante como para desperdiciar la pieza.

Esta era una forma común de vivir la infancia en el pueblo, poco más o menos como deben de vivirla los críos de cualquier tribu de la selva, aprendiendo el oficio de cazador.

Durante unos años me llevaron a vivir a un sitio donde no abundan los pardales, donde no andan las vacas por la calle, donde hay que elegir entre asfalto o barro. Sustituí la afición a la caza de gorriones por el juego de la pelota, las calles por el frontón, las travesuras por los paseos.

A la vuelta de un par de años unas vacaciones volví a pisar tierra y cantos, a respirar el olor a mies segada, a sumergir la piel en la corriente del río. Una mañana recuperé una vieja pajarera y me dispuse a recordar viejos tiempos. Abrí con cuidado los arcos, cogiendo la trampa por la parte de abajo de los muelles, hice presa de la sujeción que accionaba el mecanismo, coloqué una generosa miga de pan de cebo y coloqué la pajarera en el suelo, tapando las alambres con un poco de tierra.

Esperé tras una esquina conteniendo la respiración, temiendo que los latidos de mi corazón advirtieran a los pardales, hasta que un incauto gorrión se posó a unos centímetros del pan. Se acercó a saltos desconfiado, miró alrededor y al fin picó en la trampa que saltó con el pájaro en sus fauces.

Me acerqué corriendo, como si temiera que se me escapara el bicho y al llegar vi al pardal preso por el pecho entre los hierros.

Cuando le tuve en la mano el pobre pájaro abrió el pico y cerrando los ojos espiró con el corazón reventado. Al sentirlo tan liviano, aún tan caliente, me pareció tan inútil su muerte, tan irreparable la pérdida que me sentí observado por todos los pardales del mundo y me invadió una pena sorda.

Desde aquel día llevo un rebojo de pan en el bolsillo para disfrutar de como lo comen los pardales sin trampa y nunca he vuelto a cazar.

martes, 10 de enero de 2012

Poldo; La Capital

LeónPoldo bajó del coche de línea como si volviera de una aventura, como si mereciese el recibimiento de sus vecinos. Pero nadie salió a recibirle, solo los cantos del suelo y la tierra algo húmeda por la lluvia.

En la capital no hay en el suelo una jodida piedra que tirar a un perro, han eliminado el barro con cemento y en vez de quemar las basuras en la hornilla, las amontonan en las calles junto a unos cubos repletos, donde comen perros y gatos sin dueño y sin nombre.

Poldo tenía ganas de conocer La Capital, estaba demasiado lejos y como no hizo la mili, nunca había salido del pueblo antes.

La Capital de la Provincia, ese sitio lejano y mágico. Ahora sabía que está llena de gente que va y que viene con prisa, sin saludarse, que te miran como a un loco si les dices buenos días.

Como Poldo era algo corto, los espabilaos le gastaban bromas por su ignorancia, pero gracias a ellos sabía que en La Capital es donde viven los jefes de los alcaldes, los de los médicos y los de los maestros y seguramente donde viven los jefes de cada uno de nosotros y los jefazos de la Guardia Civil.Inmaculada

Poldo vio las calles y las plazas como acobardado, le gustaban y le asustaban a la vez, pero no le pareció que fueran amigas suyas, como las esquinas del pueblo. Por eso sintió algo de alivio cuando volvió a coger el coche de línea de la Empresa Fernández y salió de la Capital rumbo a las mil paradas hasta el pueblo.

Cuando a Poldo le encontraron los espabilaos por la noche en la cantina, le preguntaron muy interesados: Poldo, ¿qué tal por León? Después de pensarlo un rato, Poldo contestó: Muy guapo León, pero no vi La Provincia. 

lunes, 2 de enero de 2012

La casa

OLYMPUS DIGITAL CAMERA         Cuando empujé la puerta, el pasillo estaba lleno de polvo y hojas secas, los rincones de telarañas y en el aire flotaba una cierta humedad. Pronto percibí olores familiares a madera de chopo, y a pesar de los años, también a humo de la hornera.

Pude comprar la vieja casa de mi abuelo, deshabitada durante muchos años, y a penas me introduje en ella, volví a saborear miles de sensaciones de quien ha recuperado su infancia, de quien ha vuelto a su patria.

A los pocos minutos, según la recorría, empecé a detectar en el ambiente una presencia que no me asustaba, sino que me arropaba y me acompañaba en mi recorrido por las habitaciones.

Reconocí cada cortina, cada mueble, cada objeto como si hubieran sido habituales en mi vida desde siempre.

Al volver el pasillo del piso de arriba, en el rincón que guardaba el reclinatorio desde que mi abuela murió, me pareció ver por un instante los surcos escritos en su cara, su boina echada hacia atrás, su barba áspera que lijaba el cuello de su camisa. Mi nariz percibió aquel olor a tierra seca de los tapiales en su chaqueta, oí  rozar la pana de sus pantalones y casi estoy seguro de haber visto sus ojos pequeños mirándome. Escuché el sonido de mis recuerdos cuando decía, no, rogaba; No dejéis caer la casa.

Juntando una perra de aquí y otra de allá y con mucho trabajo, mi mujer y yo empezamos a restaurar la casa para que siguiera siendo el lugar al que volver. Arreglamos el tejado con tejas nuevas, cambiamos las ramas y céspedes por sándwich de polietileno para espantar al frío y cerrar el camino a las mostolillas. Enderezamos las paredes con placas de yeso, hicimos correr el agua por tuberías nuevas, sustituimos el calor de la hornilla por el de los radiadores.OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Cada ruido en la noche, cada crujir de las tablas del suelo, cada corriente de aire que golpeaba las ventanas, me recordaba la presencia de mi abuelo en la casa. Pero a medida que la casa cambiaba de materiales y de distribución, los ruidos iban disminuyendo, cada vez que un olor se perdía, al retirar viejas tablas, sentía la presencia más lejos.

Una noche me desperté de repente con la mente extraordinariamente despejada, con todos los sentidos alerta, sin miedo, en paz. Mi abuelo me dijo que la casa tenía al fin dueño, que sus paredes son mis paredes, que ahora a mi me corresponde defenderla, que sus olores ya no son los viejos, sino otros distintos, con más vida por delante. Que él se iba al fin de la casa.

Al día siguiente me pareció volver a verle subiendo los escalones de la bodega y en voz baja le interrogué. Él me respondió que estaba donde siempre estuvo, en el lugar en que uno vive para siempre. Cuando me busques, búscame en tu corazón y en tus recuerdos.