martes, 26 de noviembre de 2019

Las gallinas


    
Los días corren tras ella amenazantes, como trayendo pegadas a sus suelas el fin de un plazo.

Él ya hace años que murió, le traicionó el corazón un amanecer de los que traen frío. Llovía como escurriendo las lágrimas que ya ni corren por el llano y ella le secó la humedad del sudor con un moquero, en el minuto que vivió en sus brazos, antes de apagarse mirándola. Ni al médico tuvo tiempo de llamar.
A ella sólo le quedaron los rezos, la pensión de mierda y unas gallinas con las que conversar mañana y tarde, a falta de los hijos, que vuelven de puente a puente arrastrados por la corriente de la deserción.
Aun le queda la costumbre de escribir cartas. ¿Cómo os va, hijos?  El invierno llega otra vez, como si llegara para algo más que para meterse por la lumbre a cargarla de leña y paja ¿qué tal las notas de los chiguitos?
Ella tiene siempre cargada la batería de su teléfono móvil, por si sus hijos la llaman. Estoy bien, dice ella, fastidiada del reúma, pero bien. ¿Cuándo tenéis un puente de esos para venir?
Cada poco hay un entierro, una reunión de resignados con un cura viejo al frente, que ya receta los réquiems con la soltura de la costumbre, a hisopazos, que amenazan más que consuelan.
Los de los servicios sociales ya vinieron a verla una tarde. Que si quiere ir a la residencia, que si en casa sola, que a su edad…
Claro, si me llevan… tendré que matar las gallinas, ¿qué pintan?
Las flores de la tumba de él se han secado ya desde Los Santos. Nada, cuatro crisantemos de una esquina del corral y un jarrón de plástico de los chinos, comprado un sábado de mercado, que un vecino la llevó con su coche.
Llevó para cambiarlas unas flores de plástico, las metió en el jarrón, con unos cantos dentro, para que no las lleve el aire de diciembre y se santiguó para rezarle un padrenuestro.
¿Cómo lo hiciste tú, Marcelo? Ya te aburrías sin tierras y ganado y te largaste.
Los hijos no vienen este año en Navidades. Trabajan como burros y se tienen bien merecidas las vacaciones en Candanchú.
Ayer mató la última gallina y la metió al arcón, el saco de trigo se lo regaló a un vecino.
Otra vez lloviendo, qué asco de invierno. Entre los visillos vio venir a la asistente social, con una carpeta bajo el brazo y acompañada de un tío relamido, que no conocía.
Menos mal que maté las gallinas.