Por San Andrés, el mosto vino es. Al menos podremos calentar
el cuerpo desde dentro.
Las carrales disimulan en lo oscuro de la bodega, sin querer
avisar del milagro producido en sus vientres de madera vieja.
Nadie debería de vivir sin unas sopas y un trago de vino,
aunque fuera un vino ácido, aunque hubiera que dosificarlo con chorro fino de
bota.
Lo bueno de espitar es la esperanza en el fruto, el segundo
anterior a clavar la espita y ver chorrear el vino hasta el jarro.
A la luz del candil parece como si el líquido rojo emitiera
su propia luz. La cosa consiste en que sea transparente, que caiga ligero, que
el ruido en el jarro sea… el mismo escuchado desde la niñez. Casi con eco,
salpicando chispas de líquido, llenando de calor el silencio de la cueva de
arena.
El vino en todas sus labores acarrea alegría, reuniones de
familia y bromas, canciones, juegos. Se olvidan entonces los sudores que el
vino se cobra por adelantado. Las heladas de la poda, los calores del verano,
el dolor de riñones de la vendimia jocosa, el acarreo de los terreros, el baile
descalzo sobre el orujo, los trasiegos, los tufos.
Vino para alegrar las mesas, vino mojando el pan con azúcar
de los chiguitos, vino para reponer los sudores del segador, vino para charlar
con los amigos, vino para cerrar un trato, vino para esperar, vino para recibir
noticias de los ausentes, el vino en jarro cura el catarro, vino como pa una boda.
En vaso tosco, en porrón (no mames), en copa generosa, en bota
a la sombra de un negrillo, en la zamarra de un pastor. El vino acude al
rescate de las almas doloridas o de los espíritus cansados de esperar que se
cumplan las promesas, como un bálsamo, curando heridas, calmando fiebres,
espantando calores.
Bendito milagro el vino.