martes, 27 de diciembre de 2011

El mi Barreiros

Machos¡Qué tiempos aquellos! Yo tenía una pareja de machos para tirar del carro, para arar las tierras, para arrastrar el trillo, eran mis compañeros de trabajo de sol a sol.

Me gustaba verles descansar al atardecer. Se llamaban Jardinero y Manchego y reconfortaba entrar en el calor de la cuadra y la paja mientras apuraban la cebada.

Jardinero se me murió a destiempo, cuando empezaba el verano. Tuvieron que prestarme una yegua vieja para salir del apuro veraniego. Manchego de pena o de viejo, en lo más apurado del acarreo y la trilla, una mañana se me despatarró en la Curva del Castro.

A mi se me vino el mundo encima  y me arrodillé junto a la bestia llorando. ¿Como terminaría yo  el verano si su ayuda? Le gritaba y lloraba ¿cómo me haces esto? yo que no he querido venderte por viejo, para que no terminases ciego y silicoso en alguna mina de La Montaña.

De nada sirvieron las lágrimas ni los reproches y a trancas y a barrancas terminé el veraneo con la yegua.barreiros

Para la sementera tuve que firmar un montón de letras para comprar un tractor. Aún no se cómo pude pagarlo con mis cuatro tierras. Renové letras, confiaron en mi honradez de buen pagador y terminé al fin con la deuda.

A mi Barreiros le cuido como a los machos. le dejo descansar cada poco entre surco y surco. Le vacío el agua del bloque en los inviernos y le mantengo protegido con sacos de las heladas.

Por eso, yo estoy seguro de que cuando yo entro en el portalón donde está y me acerco al mi Barreiros, él con sus farillos redondos, me mira y se ríe.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Una boca más

Presentado al concurso de cuentos de Navidad, convocado por la Asociación  de Mujeres Progresistas de Villamuriel de Cerrato.

NavidadNunca antes lo había hecho, pero esta vez la mano se le escapó hacia la estantería en la que se amontonaban las pastillas de turrón y escogió la más cara.

Salió de la tienda a zancadas, temiendo ser descubierto, con la vergüenza escondida bajo la chaqueta.

Desde que José perdió el trabajo en la carpintería metálica, todo se había amontonado en su contra.

El desahucio del piso donde vivía, el divorcio , el paro, el vivir en la calle, el mirar con los ojos grandes y la cara sucia a quienes le despreciaban desde su mejor suerte.

Había dejado sola a María en el viejo pajar abandonado, en el que se cobijaban desde que empezó el invierno.

María tampoco tenía trabajo desde que descubrieron en la empresa, que su vientre se abultaba por días. Su contrato temporal venció y el jefe de recursos humanos le enseñó con amabilidad la puerta de la calle.

La cola del comedor de Cáritas fue su lugar de citas, el alto del puente, el balcón idílico desde el que observar los atardeceres del ir y venir de coches y el viejo pajar abandonado, en el que compartían sus sueños, les hizo más que novios hermanos de hambre.

Por la calle alborotaban la noche las luces de Navidad, desde las tiendas salía el sonido dulzón de los villancicos y la gente iba de un lado a otro cargada con paquetes de regalos, bolsas con comida y demasiada prisa.

A María el vientre a punto de estallar y la llegada de las navidades, le habían llenado el cuerpo de melancolía y las lágrimas le rebosaban a menudo.

José se sentía impotente ante tanta tristeza y empezaba a contagiarse. Pensaba en cómo sería la llegada del niño para ellos. Llamaría a una ambulancia, correrían al hospital y al menos María y el niño estarían alimentados y calientes.

Aquella mañana cuando vio llorar otra vez a María, se puso a hacer el payaso para arrancarle una sonrisa y prometió celebrar la Nochebuena como debe ser.

Por eso robó la tableta de turrón, por eso corría ahora, entre temeroso y eufórico hacia su hogar, triste hogar.

Miró de reojo al coche de policía, que pasaba despacio junto a él. Y aunque le pareció que ellos lo sabían todo, pronto aceleraron y se alejaron dejando en él un suspiro de alivio.

El viejo pajar abandonado se encontraba a las afueras de un pueblo, que antes fue agrícola y que después, prosperando con la industria, se fue alejando de la vida rural.

Al salir de la luz de las últimas farolas, José se dio cuenta de que esa noche la helada era de aúpa. La hierba escarchada crujía bajo sus pies y las estrellas brillaban tanto que parecía que quisieran abalanzarse sobre él.

Cuando empujó la puerta destartalada del viejo pajar abandonado, oyó los gritos y los lloros de María.

María estaba sobre el colchón con la ropa mojada, las piernas abiertas y los dientes apretados, mordiendo el dolor.

A José le atacó el pánico en un primer momento y empezó a ir de María a la puerta y de la puerta a María, hasta que un grito con fuerza desgarrada, le hizo ver como aparecía la cabeza del niño.

José corrió a ayudar a nacer al niño y de pronto sus manos se tornaron sabias, aliviando el dolor de María, hasta que un llanto rasgó el aire frío del pajar.

Tras cortar con la navaja el cordón que había unido dos vidas para siempre, envolvió al niño en su chaqueta y se lo entregó a María.

Te he traído turrón, le dijo enternecido, feliz Navidad.

Mientras María mordisqueaba el turrón José dijo: Una boca más que alimentar.

María le miró con los ojos grandes y le respondió: Una boca más para pedir justicia.

viernes, 9 de diciembre de 2011

La Tejera

hornoUn Genio del Invierno, llegado con el viento del norte, portador de los aires fríos y vestido con el hielo y la nieve, llegó al pueblo un atardecer.

Se adentró por la calle, que formaban dos caminos al confluir y dirigió sus ojos de hielo a las casas donde los vecinos se resguardaban de los comienzos de la helada, al ponerse el sol.

Quiso entrar en las casas para helar los adobes, para solidificar el agua de los calderos, para endurecer las ropas y entumecer las carnes de los habitantes.

Golpeó con la fuerza de sus vientos en las puertas, zarandeó las ventanas y azotó las esquinas de las casas, pero los vecinos no le dejaban entrar. Quemaban troncos de los robles de La Cueza, azuzando los humeros, cerraban ventanas y contraventanas, para no dejarle ni el resquicio de los cristales rajados y aseguraban sus puertas con trancas y clavijas.

El Genio del Invierno cada vez se enfurecía más, aumentando la fuerza de sus vientos, queriendo derribar las casas de barro, tronzar los chopos desnudos y bufando entre las troneras del campanario.

Al fin, cuando comprobó la inutilidad de su furia, atentó contra las tejas de los tejados, levantándolas en hileras y dejando a las casas sin protección contra en frío y el agua y los vecinos pasaron un largo y tenebroso invierno.

Al llegar la primavera, empezó a brotar el trébol en una hondonada, protegida de los vientos y adornada con los ciruelos de una huerta, humedecida por los regueros que formaban cárcavas entre las colinas que la resguardaban.

De entre las cárcavas empezaron a salir unos duendes vestidos con el verde de la primavera y el blanco de las margaritas. Con la arcilla que encontraron empezaron a edificar un horno grande con un humero que se veía desde el pueblo, llamando la atención de los vecinos que acudieron al lugar.

El jefe de los duendes pidió ayuda a los vecinos y el Presidente de la Junta Vecinal convocó a hacendera para ayudar a los duendes a terminar el horno.

Después de terminar el horno, reunieron leña, amasaron la arcilla que sacaban de entre los altos, la dieron forma y la cocieron en el horno nuevo, para fabricar las tejas con las que retejar sus tejados y para construir nuevas casas.

El Genio del Invierno volvió al año siguiente, pero se tuvo que conformar con asolar las calles y los campos, supo que contra los vecinos unidos, nada podía.

Las gentes del pueblo siguieron atizando el horno y llamaron al paraje poblado por los duendes La Tejera.  

martes, 6 de diciembre de 2011

Cae la niebla, El aullido

loboAulló el lobo cuando la luna y la niebla custodiaban el pueblo. El aullido recorrió las callejuelas, dobló todas las esquinas y se disolvió en las brumas, desapareciendo para hacerse más presente en los miedos de las gentes.

Todos se preguntaban si sería como la última vez, cuando el amanecer dejó sobre las calles pedregosas la sangre de bestias y hombres, esparcida como semilla de muerte.

De la memoria de los vecinos colgaba el horror como los chupiteles ensangrentados, que aquel amanecer pendían de los tejados. El último noviembre les dejó para siempre un recuerdo del que avergonzarse y callar.

Desde entonces cada paisano leía en los ojos de sus vecinos el recuerdo común, el tabú instalado permanentemente en las calles.

Las horas transcurrieron lentas bajo la niebla densa. El pueblo estaba desierto por el descanso imposible y el miedo a transitar entre los vapores húmedos.

El segundo aullido se prolongó en el tiempo en un palpitar aterrorizado de los corazones. La niebla pareció acuchillada, pero su muerte era lenta y pesada y en todo caso, en la mente colectiva primaba el convencimiento, de que aun su cadáver les aprisionaría.

El hombre se despertó caído en el suelo, con los cantos clavados en sus riñones y el miedo agarrado a su garganta. Miró alrededor buscando un lugar donde esconderse, para escapar del miedo que patrullaba las calles y se dio cuenta de que eran las calles, envueltas en la niebla, las que se escondían de él.

Al volver una esquina se encontró desparramados los cadáveres de las ovejas de Parmenio, fuera de su corral, mezclando su sangre con la de los perros y más allá, como queriendo cerrar las puertas del aprisco, los restos del pastor, colgando como guiñapos del dintel.

El hombre quiso llorar al ver otra vez el horror señoreando las calles de su pueblo, pensó en los hijos de Parmenio, en la soledad de su viuda, en los ojos inocentes y atormentados de las ovejas y quiso llorar, quiso gritar, pero desde una parte de su ser que no era humana, acometió a la niebla el tercer aullido.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Santa Bárbara

 

En memoria de los mineros caidos.

LA CANCIÓN DEL MINERO clip_image001

A mi padre

 

Si el carbón roto en la rampa

quiere derrumbar mi alma

y el polvo negro me ahoga,

cuando crujen las trabancas.

Respiraré de tu boca,

postearé con palabras

y la fuerza de tus piernas

estas rocas que me llaman.

Luego, por la luz herido,

un día más al ver el alba,

como si hubiera perdido

una cita con La Parca,

yo te compraré un vestido,

más hermoso que las garzas,

que se miran en el rio

cuando se le escapa el agua.

También compraré, si vuelvo,

si las fuerzas no me fallan,

un balón a nuestro hijo

que ruede, por si le faltan

mis manos de carbón negro

y mi sonrisa blanqueada

y estos dos ojos que miran

sus manos de nata blanca.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Cae la niebla

niebla1Se acercaba a las afueras del pueblo en silencio, como se acerca un ladrón. Poco a poco, desde la llanura ancha del río abajo, como deslizándose en el aire, fue doblando la curva de alto de El Castro, puerta del pueblo y avanzando entre las casas. Mataba por asfixia a las escasas luces huérfanas del sol y agrandaba las sombras ahumando a la luna llena, mezclándose promiscua con el vómito de los humeros.

A la vez que se adueñó de cada esquina, que neutralizó cada farola, impregnó el aire de una humedad viscosa y fría que se pegaba a las tejas y penetraba en los huesos de los paisanos. El pueblo entero se adormecía en el aire chorreante.

Los sonidos de la caída de la tarde se fueron apagando como si la humedadniebla3 matase las ondas impidiendo su propagación por los campos. En definitiva, después de la muerte de los trinos, tras asustar la desesperación de los ladridos, sólo se escuchó con claridad el aullido despiadado de un lobo.

El castillo, desde su cerro dominante, quedó a salvo de la inundación de los vapores y divisó a sus pies un mar a la luz de la luna, donde antes discurría la vida.

Las gentes se refugiaban entre sus adobes para poderse ver las caras, para no caer en las garras de la noche y alimentaban con robles el aliento de sus hornachas, aun temiendo agrandar las garras del monstruo que les aprisionaba.

niebla2En las calles, la historia dejó de transcurrir, las campanadas del reloj dejaron de tener sentido y por ellas sólo vagaban las sombras escapadas de lo oscuro de los temores.

Nada tendrá sentido hasta que la luz del sol vuelva a despertar el calor, hasta que se sequen los chorreones del frío, hasta que el pueblo regrese a su lugar del mapa en el que desapareció.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Bolar

 imagesLos granos de arena empezaron a rodar uno a uno por la ladera abajo. Fueron juntándose unos a otros con la humedad de algo pegajoso.

Algunas veces en un pequeño descansillo de la bajada, las bolas de arena se adherían unas a otras y en el descanso, el tiempo las endurecía poco a poco.

Mucho tiempo, mucha dureza y más duras aún porque se iban amasando con la sangre que manchaba, no, que embadurnaba la bajada.

La unión de varias bolas hacía más torpe el rodar, pero se iban repartiendo por toda la ladera como un sembrado de los tiempos.

Después de siglos, una cuadrilla de chiguitos descubrió la ladera y la convirtió en un lugar del que inventar historias.

Resbalando ladera abajo, rompiendo zapatos y pantalones, llegaron a usar las bolas como moneda de cambio, como juguete gratuito, como símbolo de su pandilla.

Hasta que la posesión de las bolas se convirtió en una obsesión, a más fuerza  más bolas, cuantas más bolas, más respetados.

En poco tiempo se fue quedando la ladera (El Bolar) sin las bolas que los siglos amontonaron y su carestía enfrentó a los chiguitos en bandas.

Un día la cuadrilla se dividió por la desigualdad en el reparto de las bolas y empezaron las peleas. Aquella vez se enfrentaron convirtiendo a El Bolar en un campo de batalla y a las piedras redondas de la ladera las llamaron “balas de la guerra”

Después de la batalla, la sangre de alguna brecha impregnó El Bolar y esa sangre volvió a servir de cohesión a otros granos de arena que iniciaban la bajada.

martes, 15 de noviembre de 2011

Esto no es un poema, ni lo parece.

descargaEn una nube están revueltos tus sueños con los míos, retorciéndose en un aire que no les deja tocarse.

Vuelan sobre los campos, recordando la noche que nunca existió, esperando la ocasión condenada a no existir.

Y transitamos con rumbos paralelos por las aceras. Dejamos señales en cada recodo de un camino, conocido por las mil veces andado.

Yo sé que tú estuviste allí, cuando me empapa el agua que derramaste en otra parte y me invade un calor helado.

Y bajo las hojas que tú pisas, escondo la botella que lancé al aire con un mensaje escrito para no ser leído.

Tengo la impresión de que hay un escenario desconocido y lejano, en el que actuamos, en una obra de la que solo sospechamos de su existencia.

Mientras tanto, los pies en tierra firme, andan entre las piedras, terminando con el sufrir de unos zapatos rotos.

He podido escribir con tinta invisible, esto que ni es un poema, ni lo parece.

Esto solo son los gritos encriptados que nadie entiende.

martes, 8 de noviembre de 2011

Y los sueños… sueños son

cyborgSe aprende demasiado tarde y se muere demasiado pronto. Fueron las últimas palabras que Alatriste pronunció en mi sueño.

Después, mientras me vestía en el borde de mi cama, repasé los proyectos que nacieron muertos por inmaduros y las obras que ya no tendré tiempo de acabar.

Cuando tienes fuerzas te escasea la razón y la experiencia no te aprovisiona de fuerzas.

La noche anterior, cuando combatía con las sábanas a muerte, cuando buscaba dormir desesperadamente, pensé que debería dar un brusco giro a mi vida, que los sueños tendrían que empezar al levantarme a la mañana siguiente.

Al mirarme en el espejo del lavabo, distinguí con nitidez las arrugas de mis párpados, como el tic tac de un reloj con cuenta atrás.

Cuando salí a la calle, el aire helado me hizo acelerar el paso y cuando arranqué el coche, una vez más la vida me salió al camino con una sonrisa sardónica.

Empujé la puerta de la empresa donde trabajo y pronto comprendí que había vuelto a perder en la negociación. Mi vida y mi tiempo a cambio de un plato caliente y la seguridad de los míos. Y los sueños… sueños son. 

jueves, 3 de noviembre de 2011

Lejos

imagesNo deja de llover desde hace horas y tú te revuelves impaciente en la silla baja, que colocaste frente al fuego.

Toda la tarde revolviendo las brasas, echando otro brazado de leña y cubriéndole con la paja trillada.

Las pocas tierras, aradas, el ganado, reposando en la cuadra y todo lo poco que hay que hacer, hecho está.

Sabes que en algún lugar un hombre, que no eres tú, besa a una mujer al volver del trabajo y hace planes para mañana, o para un domingo apacible.

A ti te dieron los planes hechos cuando naciste, no tienes planes nuevos ni una mujer a quien besar, en el pueblo no quedan muchas.

Te estás hartando de esperar a que las horas pasen, de saberte de memoria tu futuro, de bailar siempre con la más guapa del baile solo en tus sueños.

Subes al sobrao a vigilar las latas que colocaste bajo cada gotera y escuchas asqueado las sinfonía de las gotas recogidas.

Al bajar, tu madre vuelve con la cantinela de que eres un solterón, de que no prosperas, de que eres como tu padre, un fracasado.

Apartas de una patada al gato y recuperas tu asiento frente a la lumbre, colocando los palos con las tenazas.

Mañana a las ocho pasa el coche de línea, quizá ya no llueva, en algún sitio de be de hervir algún mercado. Puede que exista un lugar en el que los niños griten en el recreo.

Esta mañana viste a las aves volar en formación ¿a donde irían?

Miras a tu madre que destapa otra vez el puchero sobre las trébedes y después, mirando a la lumbre, le dices que mañana cogerás el coche de línea y luego el tren con un billete solo de ida.

domingo, 30 de octubre de 2011

Luz de Octubre

 

miércoles, 19 de octubre de 2011

El Puente Romano

00020329(1)Desde que me construyeron he tenido claro que mi labor consiste en convertir en una las dos orillas.

Me llaman el Puente Romano, aunque ese debió de ser un antepasado mío que se asentaba en este mismo lugar.

La verdad es que he conocido mejores tiempos que los actuales. Desde hace cinco siglos, se de las vicisitudes por las que han pasado estas tierras y estas gentes. He visto sobre mi, tanto lanzas como azadas, Tanto caballeros, montando briosos corceles,  como villanos jinetes de rucio.

He visto cambiar el paisaje que me rodea, pero siempre viajando de la vida al recuerdo, de la lozanía a la desolación.

Me voy quedando solo, al menos antes me acompañaba la muralla, haciendo al río más vuestro, encerrándole con los que le disfrutaban. He visto desaparecer las muchas iglesias de las muchas parroquias, la judería, la industria fabricante de las armas de los nobles, los centros de sabiduría, que alguna vez exportasteis incluso al otro lado del mar.

Me apena comprobar que mi amigo el castillo, que ya campaba por estos pagos cuando yo nací, se ha ido derrumbando poco a poco y el cerro , que un día fue castro y que le acoge, exhibe sus piedras como boca desdentada.

No me importa ser la única construcción antigua que aún tiene utilidad, al fin y al cabo, me gusta ser el paso que une dos reinos, el camino hacia los campos de labor, la huida a la soledad de los caminantes, el lecho por el que discurre el ganado, el rincón en donde anidan las golondrinas.

Pero una tristeza me invade cuando veo que mi amor por el pueblo, a penas es muy poco correspondido, por los que alguna vez jugaron bajo mis ojos, los que esperaron a mis orillas la vuelta de su ganado, los que a mi sombra besaron unos labios por vez primera, los que emprendieron el camino a otras ciudades, los que pasaron horas sobre mi, observando pensativos los peces del río, los que burlaron las aguas bravas de los inviernos, cabalgando a mis lomos, los que afilaron en mis piedras viejas su hoz o su navaja.

Mis sillares se resienten, mis costillas no están hechas para la vibración de los motores, sino para el tiro de carro de caballerías, no soporto el paso de toneladas, soy ya un viejo, me asusta el paso de los camiones, se me comba el lomo bajo el peso de los remolques cargados de ese grano, que ni siquiera ya es suficiente para vosotros.

En fin, necesito ya la ayuda de otro puente joven, más acorde con los tiempos que os devoran, que soporte vuestro ritmo y vuestras prisas.

Yo me quedaría entre vosotros a contaros vuestra propia historia, a enseñaros otra vez, vuestras viejas canciones y vuestras danzas, a seguir acogiendo los juegos de vuestros hijos.

Si no escucháis mi voz cansada, temo que algún invierno, termine con mi vida, por fin una riada.

viernes, 14 de octubre de 2011

Sueños

190650280_c1c3fa81cdUna vuelta y otra en la cama. A pesar de querer dormir, su cabeza despreciaba el material del que están hechos los sueños, puramente fisiológicos.

Se desesperaba al no poder controlar a su cerebro, divagante entre mil imágenes caprichosas y volvía a la luz de la consciencia, renegando contra su debilidad, ante el peso de los párpados.

Así pasaba las noches, una tras otra, luchando por no entregarse a Morfeo con armas y bagajes.

Pero cuando volvía la luz, él mismo controlaba las emociones, que distraían su vida.

Lo demás, el trabajo, las cuentas, la vida de su hogar, transcurría de forma ordenada, como si fuese la vida de otro, como conducido por un  piloto automático.

Pero su cabeza era un hervidero de sensaciones, un mundo que por su propia voluntad, giraba en torno a lo que para él era la vida.

En su mundo los prados eran de un verde melodioso, las manos de ella la máquina más perfecta de acariciar los sonidos del té dulce , las aventuras las más excitantes batallas de luz, las palomas blancas eran un revoloteo constante de su cara en las fotografías , los mares de un azul hiriente.

Tanto soñaba despierto, que convirtió sus noches en un trámite inútil. Así que dejó de dormir para seguir soñando.

lunes, 10 de octubre de 2011

La verdad

 

imagesLa vida correrá y nosotros participaremos en la misma carrera, sin más dorsal que el que quieran darnos.

El río nos arrastrará con una fuerza desbocada y a pesar de nuestros esfuerzos, a penas conseguiremos mantenernos un rato a flote.

Nada podremos hacer para recuperar nuestros pasos, no seremos dueños ni siquiera de nuestros recuerdos, porque estamos presos de la luz que se refleja en nuestros rostros, de los espejos en los que nos miran.

Nuestra paz será la que otros vean en nosotros, nuestro amor el que ellos quieran, nuestros esfuerzos, los que se escriban en un papel.

Es inútil mostrar a los otros nuestro jardín cultivado, en apenas unos años, cuando terminemos la carrera, nos arrebatarán nuestra historia.

Cuando pase el tiempo, la única verdad sobre nosotros, será la historia mejor contada.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Esclavitud

imagesNo puedo dejar de visitarla. La vida sin ella es para mi como una lluvia de ansiedades, como el instante en el que, asfixiado, crees que nunca más volverás a respirar.

No me importa que sus favores solo me los proporcione por dinero y tampoco hago caso a los que me advierten de que mi vida podría terminar por su causa.

Vuelvo una y otra vez a donde ella me espera cada día, con más ganas que el día anterior, con más ansiedad entre mis dedos.

Cuando me acerco a ella y antes de tocarla, ya saboreo  ese aire envenenado y acelero mis pasos hacia ella, anhelando sentir en mi boca, esa corriente de calor que después inunda mi pecho.

Tan solo quiero en este mundo, sentir que me acaricia su voz con esas tres palabras mágicas, que me devuelven la tranquilidad. Su tabaco, gracias.

sábado, 17 de septiembre de 2011

¿Recuerdas?

images¿Te acuerdas? Las noches de verano hacíamos incursiones en el territorio prohibido de los huertos, en busca del néctar de las ciruelas. Cantaban los grillos a las estrellas y latía el corazón a mil pulsaciones, oliendo el miedo que sudábamos ante el delito que nos atraía.

¿Te acuerdas de las tardes acechando a tu primera novia? Tus ilusiones se sentaban en la rama de la higuera, con los pies colgando. No se si te atraían más sus trenzas o beberte un trago inesperado de adrenalina, si su padre aparecía tras la puerta que vigilábamos.

¿Recuerdas el ruido de los neumáticos de mi coche, derrapando inconscientes?

¿Recuerdas los domingos, disparando con pólvora mojada, al corazón de las palomas que se ponían a tiro para luego huir volando?

¿Te acuerdas del tiempo que nos robaron tras un uniforme de soldado y que nosotros conseguimos recuperar, cantando juntos y riéndonos del mundo en cualquier cantina?

¿Te acuerdas de como brindábamos, arrancando las primeras victorias a la vida y de como hemos llorado juntos los golpes?

¿Recuerdas que tus campos eran nuestros campos y mis tapias nuestras tapias?

¿Te acuerdas, hermano? ¿Recuerdas, amigo?

jueves, 8 de septiembre de 2011

Dudas meteorológicas

osoEra tarde. La hora de cerrar el bar en el pueblo, es la misma en que los últimos clientes se van.

Después de un día entero de servir cafés, vinos y copas de sol y sombra, a la hora de barrer, ya apetece ir a la cama.

Pero recogiendo las últimas mesas, apareció a la luz de la farola de la esquina, el borrachín del pueblo.

Un tío pesado donde les haya, que a primeros de mes, recién cobrada la pensión, empalmaba una curda con otra, hasta terminar con las perras y recurrir a la caridad, fuera del pueblo.

El matrimonio que regenta el bar, ha sufrido en repetidas ocasiones las trancas del burrachuzo, que se niega a abandonar el bar para que ellos descansen.

Así que él, cuando le vio, corrió a apagar las luces y trancar la puerta para ahorrarse el tostón del amigo de los majuelos.

Él y ella subieron a su vivienda, que está encima del bar y dejaron al borracho en la calle, aporreando la puerta del bar y amenazando con darles la nochecita.

Llevaba ya media hora dando voces y golpes, mientras ellos dos soportaban el tostón, con las luces apagadas y mirándole por la ventana.

Él, decidió terminar con el espectáculo y encontró a palpas, vaciándolo por la ventana, un recipiente con agua, que resultaron ser los garbanzos a remojo, para el cocido del día siguiente.

Al sentirse mojado, el borracho extendió su mano con la palma hacia arriba, y después de una blasfemia preguntó: ¿llueve o graniza? 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Detrás de nada

imagesUn día le confesaría que la seguía cada tarde, cuando ella salía de la academia, con su carpeta abrazada contra el pecho.

Podría decirle, que las tardes de lluvia, llevan su perfume enganchado en el aire húmedo y que su pelo libera, clandestinamente mil aromas, para que subsista un corazón de segunda mano y un cerebro que se aprendió sus pasos de memoria.

Le diría que persigue todo el aire que corre a su alrededor, para poder impregnar las dos pieles, de las mismas moléculas de oxígeno, para compartir el mismo medio, por compartir el máximo.

Le contaría que la música tiene ahora distinto ritmo, desde que la vio una vez junto a la máquina de los discos, tarareando una canción y que todas las danzas han perdido su significado, si no son un pretexto para abrazarla.

Se lo contaría todo, si los miles de palabras tiernas, no paralizasen su lengua, amontonando la sangre en sus mejillas.

Pero ¿cómo explicar la parálisis repentina ante un folio en blanco? ¿por qué nunca echaría al buzón la carta que nunca escribió?    

jueves, 1 de septiembre de 2011

Te lo dije

IMG_5111111111111667_copia_reasonably_smallAhora te parece que tu horizonte es más pequeño, como si se hubiera reducido tu ventana al mundo.

Aunque la vida sea igual de inmensa, aunque tus posibilidades de correr por los prados del mundo sigan siendo las mismas, el ver todo más pequeño te hace desconfiar de los límites de tu paisaje y te asombras cuando miras por las ventanas de los otros.

El campo en el que trabajas, tiene pocos centímetros para soportar los pellizcos de tus dedos, por más que tú les muevas con endiablada velocidad.

Te ha llegado el tiempo de ver un mundo demasiado grande para tu jaula tan pequeña.

Ya te advertí de que un netbook vale para lo mismo, pero donde esté uno grande…

viernes, 26 de agosto de 2011

Nostalgia

imagesLas sensaciones desagradables, siempre tienen que ver con el estómago.

Esta es una pequeña corriente eléctrica, que va del estómago al corazón y que provoca una pequeña ansiedad.

Es lo que sintió él al mirar la foto de su boda. Esos ojos de novia de ella, esa expresión ilusionada que él tenía.

Lo que de verdad disparó la corriente eléctrica entre sus vísceras, fue comprobar que ya no queda nada de aquella mata de pelo de entonces.

lunes, 22 de agosto de 2011

Casual

imagesParecía casual, inevitable, una de esas cosas que ocurren porque tienen que ocurrir.

La distancia era la reglamentaria, el momento justificado, la actitud y la disposición, las esperadas.

Nadie parecía reparar en el instante, aunque en las dos mentes estuviera congelado en el tiempo. La vida discurría al rededor como siempre, con la parsimonia y naturalidad reglamentadas por la costumbre.

Sin embargo, en los dos interiores camuflados por el disimulo perfecto, estalló la más violenta tormenta, cuando en una millonésima de segundo, se juntaron las dos pieles en un roce casual. Inmediatamente después, volvió la normalidad.

jueves, 18 de agosto de 2011

La victoria

images¿Como explicar el vacío de sus ojos? La mujer me miraba como si yo fuera transparente, como si mi cuerpo resultara a penas, un remolino de aire, en el pequeño departamento del vagón del tren.

Cuesta dolor pensar que un ser humano, pueda olvidar incluso, como se fijan los ojos en un lugar del espacio, como se puede acariciar o apuñalar con la mirada a un semejante.

La mujer permanecía muy quieta, paralizada, con una cara totalmente carente de expresión y el único movimiento de su cuerpo era el producido por el traqueteo del tren.

A mi me costaba mirarla, su mirada perdida en el aire, a la vez que inútil, resultaba intimidatoria, como si –en el fondo- estuviera vigilándolo todo.

Pensé que su pelo, ahora blanco,  había sido acariciado cuando su alma aun vivía. Que las manos retorcidas, ahora caídas sin vida sobre el asiento, habían acariciado, hasta con lujuria, alguna piel y con ternura a sus hijos.

Pero aquel cuerpo menudo, no dejaba asomar al exterior ni el más pequeño rastro del alma. ¿Como puede ser posible que un cerebro, capaz de regular la respiración y la circulación de la sangre, deje pudrirse dentro de él a los recuerdos, los sentimientos, las ilusiones?

¡Qué dolor infame! ¡cuanta rabia contra la vida! ¡qué estragos del tiempo contra la dignidad humana!

La niña que dormía junto a la mujer, se despertó al parar el tren en una estación. Restregó sus ojos y miró a su lado buscando a la mujer.

Tomó la mano de la mujer, la acarició y gritó: ¡abuela!

La mujer al sentir la piel de su nieta, hizo aflorar a su boca y a sus ojos, un amago de sonrisa.

Yo pensé, que por un momento, aquella niña había derrotado a la muerte.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Perseidas

imagesCuando mi madre notó que se le mojaba la ropa, se encontraba sola en casa.
No era la primera vez, ya había notado antes esos dolores y el miedo con la esperanza superponiéndose.
Llamó a la vecina, que acudió rápidamente en su auxilio y la acompañó a tenderse en la cama y a despojarse de la ropa.
Mi padre fue fiel a la costumbre, adquirida un año antes y respetada hasta el final, de no estar presente ni en el acontecimiento, ni en la casa, cuando nacieron sus hijos.
Hacía algo más de un año, que una noche parecida, los mismos dolores asaltaron el sueño de mi madre. Pero después de la sangre, el sudor y las lágrimas, apenas pudo distinguir, en la cara morada de su pequeña, un vago gesto de vida. Después la sentencia del médico; Ha nacido prácticamente muerta.
Así el miedo era mayor ésta vez, miedo al dolor y al fracaso, miedo de volver a ver salir a mi padre, con una cajita de madera al hombro, camino del cementerio.
Pero después del dolor y los gritos, el llanto desgarrado de mi garganta, apagó todos los demás sonidos de la casa. Y mi pequeño puño se agarró con desesperación  a los dedos aun fríos de mi madre.
Cuando los dos descansábamos el cielo pareció celebrarlo con una lluvia de luz y pronto supe que cuando yo nací, desgarraban el cielo Las Perseidas.

lunes, 8 de agosto de 2011

Amargo

imagesSentía una sensación extraña cada vez que se acercaba a su ventana, sabiendo que ella estaba detrás sin abrirla.

Entonces, acariciaba su fotografía con la punta de los dedos y se preguntaba por qué sentía esa quemazón en la garganta y un sabor amargo en la boca.

No consiguieron una explicación lógica ni los médicos, ni los sicólogos a los que acudió. Él siguió visitando su ventana, sabiendo que ella estaba al otro lado y continuó percibiendo ese sabor amargo en su boca, cada vez más intensamente.

Un día, caminando por la acera, oyó salir de una vivienda del segundo piso las notas de una canción, escuchada por vez primera.

La letra decía: ¿ A qué saben los besos que no se dan?  Y lo entendió todo.

lunes, 4 de julio de 2011

Villamodorra

caño

Dicen en cierta ribera

que no hay pueblo más bizarro,

ni con tanta modorrera,

en donde carguen el carro,

a la pimplante manera,

como vacían el jarro

los mozos de Villahibiera.

 

Sentencia que no les pesa,

que digan que están modorros,

por las tabernas y corros

de la tierra leonesa.

Halago hacen de la ofensa,

prefieren no poner morros.

 

Quizás estén en razón

las gentes de la comarca

si piensan, que a la sazón,

beber del caño les marca.

Que más de un mozo tornó

modorro hasta las trancas

cuando del caño bebió.

 

Por eso pueblos vecinos

y gentes de La Provincia

prefieren catar los vinos

que caer en la impericia

de beber agua sin tino,

que en tal pueblo es inmundicia.

 

Más cuentan que en un verano,

tras pegarse un pedaleo,

llegó al pueblo un buen paisano,

que entre sudoroso y feo,

se arrimó al caño cercano

para cumplir el deseo

de beber agua en la mano.

 

Cuando a la boca acercó

el buen líquido elemento,

por un instante dudó,

pues recordó aquel momento

en que alguno le contó

que de modorros hay cientos

por beber de ese pilón.

 

De tanto verle dudar,

desde sus altos balcones,

una vecina a ayudar

le salió y le dio razones.

Bebe del caño, galán,

que más que estás, no te pones.

miércoles, 29 de junio de 2011

La Cosechadora

CosechadoraA mi abuelo se le llevaban los demonios cuando veía una cosechadora.

Trabajando toda la vida de tapiero y con un puñado de tierras, sacó adelante sin lujos, pero dignamente, a una familia de seis bocas.

No es que no quisiera prosperar, no. Es que no lograba entender, donde estaba el beneficio de pagar, por algo que se logra trabajando.

-No puede ser que se lleve las ganancias, el que tiene dinero para comprar un chisme de esos.

Cuando en su última cosecha  la enfermedad le impedía empuñar la hoz, tuvo que ver como entraba en sus pequeñas parcelas, el monstruo de metal con rodillo, peines y cribas, a llevarse en billetes parte del trigo que él sembró.

¡Y nosotros mirando! exclamaba impotente. Sus yernos le decían que no dijera bobadas, que aquello era el progreso, que buena gana de doblar los riñones al sol, pudiendo hacer otra cosa mientras.

Mi abuelo, El Tapiero, solía hacerme preguntas, para hacerme pensar.

-A ti ¿que te parece?

-Mire, abuelo… algún día, las máquinas nos harán el trabajo y tendremos más tiempo libre.

-Y ¿qué comerán los trabajadores si no trabajan? ¿tiempo libre?

Me encogí de hombros, pues los doce años no me daban para más.

-No vivirán del trigo ni los dueños de las máquinas, porque los pobres no tendrán dinero para comprar pan.

Parece que no hace falta ir a Salamanca, como decimos en mi pueblo, para hacer predicciones económicas a cuarenta años. Mi abuelo clavó la crisis que vivimos.

Solo se le escapó profetizar, que los que decidirán si comeremos pan o no, son los que prestan el dinero para comprar la cosechadora.

domingo, 26 de junio de 2011

El Reloj de La Torre

Desde antes de que yo naciera, El Reloj de La Torre avisaba al pueblo del paso de las horas.
Las noches de tormenta se veían tranquilizadas, por el tañir sereno de la campana, que apaciguaba miedos, de quienes temen a Dios y al trueno. Son las doce.
El Reloj de La Torre, contaba las horas del insomnio, lentamente, de media en media, haciendo más larga la vigilia, como contando el tiempo hasta la vida. Una, dos,tres.
Luego despertaba, por fin, al gallo amigo del sol y sacudía perezas, desentumecía músculos y acompañaba por las calles viejas, pero recién puestas, al labrador, camino de la senda del arado o presto para acarrear el pan, aún en espigas. Ya son las seis.
El Reloj de La Torre contaba las horas del trabajo, ejercía la tiranía sobre los brazos doloridos. Y la cabeza agachada sobre los cabones, contaba campanadas, hasta la hora de “echar las diez”.
A veces la lejanía del pueblo hacía inútil el tañido y el labrador sustituía las campanadas, por la sombra de la vara, apuntando a Peñacorada, para calcular que son cerca de la una y media.
Las dos. Hora de ver sentadas a la mesa, las razones que hacen apretar los dedos a la hoz, de sorber las sopas, de tentar el porrón de vino, de sucumbir luego a la dulce tentación del sueño, tras la comida.
Se oyen los cencerros del ganado, que acude a la llamada del cuerno. Salen las vacas a la vecera y se oyen, tras el cuerno, los avisos a la galbana de cuatro campanadas.
Campanada a campanada, con la parsimonia de la rutina, El Reloj de La Torre, da la hora de los rezos, de la cena, de oír el parte de la radio, de descansar. Son las once de la noche.
Siempre fue así, toda la vida lo vi yo. El Reloj de La Torre daba vueltas continuamente, un día tras otro sin cansarse.
Hasta que un día, después del cuerno de la tarde, se paró su corazón de metal   durante años. La conformidad ante la desgracia y el abandono, vio al Reloj de La Torre marcar permanentemente las cuatro y media.
Muchos años sin reloj vivo en la torre, hicieron que los vecinos olvidasen su presencia, junto a las campanas. Que en vez de ser público el horario de las gentes, cada cual viviese a su propia hora, desconectados unos de otros.
Pero al cabo de unos años, alguien reparó en tanta discronía y decidió dotar al Reloj de La Torre de un corazón eléctrico, que volviera a poner en marcha el pulso de los vecinos.
Los nuevos tiempos trajeron nuevas costumbres y había un encargado de enseñar al Reloj de La Torre qué es un horario de verano o de invierno.
Cada fin de octubre, o de marzo, el encargado y su pereza, olvidaban sus obligaciones de ayudar al Reloj de La Torre, a cambiar sus biorritmos y los vecinos del pueblo, a trancas y a barrancas sumaban o restaban una de las campanadas, para saber la hora exacta.
Años y años, El Reloj de La Torre, seguía con su ritmo inalterable, sabiendo una hora y dando otra, acumulando retrasos y adelantos, con un resultado cero, pero ganando unas horas y perdiendo otras a sabiendas.
Un domingo de marzo, el último de marzo, me despertaron las campanadas continuas y enloquecidas del Reloj de La torre, que preso de la confusión entre las horas y los horarios, giraba sus agujas en una marcha atrás desesperada.
Me asomé a la ventana y vi nevar, el cielo gris y en la radio decían que hoy es venticinco de diciembre, Navidad.

viernes, 17 de junio de 2011

Adinka

Pintia, necrópolis de Las RuedasAdinka, princesa del clan de los Fontar-Bee se despidió de su guerrero, un mediodía con el sol abrasando.

Él prometió volver triunfante, a los campos de sus antepasados, después de liberar a su pueblo del yugo de Roma.

Aunque Adinka tenía sangre de reyes vacceos, era hija de humanos y de dioses, había prometido al guerrero, solo hijo de humanos, mezclar su sangre a la vuelta del campo de batalla.

Ambos soñaban con la libertad de los vacceos, corriendo por las estepas. galopando con ansia la llanura, volviendo a ver reinar sus dioses en el lecho de los ríos.

Pasaban los días y el guerrero no volvía. Pidió al druida escuchar el oráculo de los dioses y los dioses no hablaron.

Una sombra oscura se extendió sobre los campos. Pájaros negros volaron sobre los tesos y el padre río cambió agua por sangre.

Un atardecer, los centinelas del castrum divisaron el turbio polvo, oyeron el retumbar de la tierra, al paso de las sandalias invasoras, vieron brillar el sol rojo en el dorado de las águilas, en el bruñido de las corazas, en el filo ensangrentado de sus pilum.

Y su pueblo huyó, se dispersó indefenso, en la ausencia de sus guerreros , y se refugiaron bajo el manto verde y frondoso de las orillas del río.

Ella lloró la ausencia de su guerrero, tal vez la muerte, y la desaparición de su estirpe bajo la espada de Roma.

Lloró lágrimas gruesas, que ardían al recorrer sus mejillas, y su llanto lo absorbió la tierra con avidez, como si quisiera apagar el fuego del odio al invasor.

Cuando los legionarios la encontraron , cerca del río, corrieron a apresarla.

Adinka sacó el puñal guardado bajo el manto y antes de clavarlo en su pecho gritó: Soy Adinka, hija del clan de los Fontar-Bee. Nunca veréis en la arena de vuestro circo a una princesa vaccea.

Cuando Adinka murió, la tierra devolvió las gruesas lágrimas recibidas, en grandes borbotones, que removían la arena y se formó una fuente fresca, que las gentes de aquella tierra llamaron Hontarbe.

lunes, 13 de junio de 2011

Marín De La Red

13 gMarín De La Red pinta la luz.

Cada fotón que impresiona su retina, deja en algún rincón de su mente un recuerdo indeleble.

Y creció así, queriendo que su mano acariciase con suavidad las superficies que esperaban vida.

http://www.marindelared.com

Siendo un niño, jugaba a dibujar. Plasmaba en mil papeles, retazos de su imaginación. llenaba cientos de libretas con los relámpagos de luz que, poco a poco,  iban buscando clonar en el papel las imágenes almacenadas en su mente.

Y sus rasgos sobre el papel iban siendo cada vez más perfectos, sus pinceladas en el lienzo buscaban pintar lo más difícil, la realidad exacta, que mana del rincón escondido del ensueño

Más que mirar, busca a su alrededor una realidad, a la que observa una y otra vez y a la que pregunta por su alma.

Así ha encontrado en los rayos que iluminan su tierra, la mía, un mar de espigas, en el que naufragan fósiles mecánicos, herrumbres hijas del abandono.

Ha visto sobre la tierra paredes desconchadas, ruinas entre las que juega la luz, bóvedas cansadas de sujetar  los siglos, iglesias que guardan en el claroscuro, el agua que abreva los espíritus.

Pero en  la decrepitud ha encontrado la belleza. Ha visto macetas sobre las ruinas, flores entre el caos, jardines en su esplendor entre el abandono.

Y dentro del paisaje, el paisanaje. Rostros surcados por mil caminos , que parecen conducir a la misma patria. Ojos pequeños y cansados que miran lo que siempre vieron, como si fuera lo nuevo y lo eterno.

Piedras que dibujan templos, campos que ofrecen pan, mujeres que transparentan el alma, pequeños caos que reflejan un orden perfecto. Todo ello grita que a Marín le parieron su madre y su tierra.

martes, 7 de junio de 2011

Valdejindia

vid

El Andresillo volvía por las noches a su casa arrimándose a las paredes y tropezando, unas veces con los cantos y otras con sus propios pies. Solía llevar algo nublada la vista, algo revuelto el estómago y muy animada la cabeza.

Casi siempre conseguía que el vino lavase la cara sucia de sus pensamientos más negros.

Antes, El Andresillo, ya era pobre. Sobrevivía haciendo algunos trabajos de albañilería o ajustándose de pastor con algún rebaño del pueblo. También contaba con habilidades para matar y destazar gochos, limpiar cuadras y otras labores del campo.

Lo que mejor se le daba al Andresillo, era lo relacionado con elaborar  el vino.

Para él era un placer de reyes dedicarse a las labores de las viñas. Arar los majuelos, podar, vinar, sulfatar con piedralipe. Todo lo hacía con la ceremoniosidad de un sacerdote. Lavaba las carrales, preparaba la bodega, apilaba los terreros para traerlos llenos.

Era la alegría de los vendimiadores. Contaba chistes, empezaba las guerras de lagaretas

Y cantaba como nadie pisando las uvas, se le encendían los ojillos viendo correr el mosto, reía como un loco al prensar los orujos.

Pero un día la gente empezó a descepar los majuelos.

Seguramente habrá que creer la versión de quienes aseguraban, que la mejor manera de comer y beber más y mejor, consiste en arrancar cepas, subvencionar barbechos, matar vacas y arrojar semillas de colza o de girasoles, para no recoger la cosecha. Para eso se implementaron las ayudas correspondientes.

Al Andresillo se le iba acabando el trabajo. La maquinaria agrícola terminó con los jornales de muchos brazos y poco a poco la gente fue dejando el pueblo.

¿Qué pinto yo en Bilbao o en Barcelona? preguntaba El Andresillo cuando le propusieron emigrar. Algo quedará que me de de comer aquí en mi pueblo.

El Andresillo necesitaba poco para vivir, pero el poco trabajo que conseguía, no era suficiente para poder salir adelante. Dependía de las ayudas de los vecinos, que le daban ropa usada, unos, y otros algún trabajillo , que no necesitaban realizar.

Las cosas iban de mal en peor, la necesidad acuciaba y el vino tinto del bar, a penas ofrecía el mínimo consuelo.

Pero al cabo de unos años, aparecieron unos paisanos de traje, que aseguraban que en el pueblo podría haber petróleo y pretendían hacer unas catas y unas perforaciones, para comprobar el posible hallazgo.

Al Andresillo la cosa le venía que ni pintada, aunque le daba un poco de pena que las perforaciones se fueran a realizar en Valdejindia, un pago que toda la vida de dios había estado ocupado por los majuelos, que mataban la sed del pueblo.

Ahora,  Valdejindia descepado, el mejor caldo que podía ofrecer , sería ese oro negro, ya que las cebadas y los centenos pagaban lo mínimo por aquel pedregal.

Empezaron las perforaciones a todo ritmo, trabajando de noche y de día. Las perforadoras no descansaban, en busca de una riqueza escondida.

Andresillo trabajaba en las obras igual que en las viñas, el aire de aquella campiña le recordaba los días de vendimia, las tardes de poda, los paseos de los domingos viendo brotar las vides.

Pero la perforación ya duraba demasiado sin recompensa. Los ingenieros parecían resignarse a no sacar ni siquiera agua artesiana.

Una mañana, cuando El Andresillo empezaba su turno, la gente del sondeo se vió de pronto presa de una gran excitación.

La sonda presentaba síntomas de presión en su interior. Por las tuberías que penetraban en la tierra, subía imparable un líquido hacia la superficie.

Sonaron las sirenas y las alarmas y todo el mundo se reunió al rededor del pozo.

Al Andresillo le ordenaron abrir la llave de paso y acudió raudo a su deber.

El líquido empezó a fluir, tomó altura hacia el cielo y a todos empapó, Los trabajadores del pozo elevaron las manos hacia arriba, para mojarse con aquella lluvia sagrada.

El Andresillo gritó: Sabía que tú nunca fallas ¡Viva Valdejindia! y la lluvia de vino tinto le hizo enloquecer a carcajadas.

viernes, 3 de junio de 2011

Un viaje hacia las rosas

rosasBienvenido a casa, señor.

El joven que me recibe viste unas ropas claras y ligeras y luce una sonrisa amable, unos ademanes respetuosos que me hacen agradables los primeros pasos fuera de mi nave.

Todo es diferente desde que salí de La Tierra, no se si hace mucho o poco tiempo.

Los edificios son diferentes, los vehículos poco tienen que ver con los automóviles que yo recuerdo y los muebles son de unos materiales distintos de los que yo puedo concebir.

El joven me acompaña a una habitación con escasos muebles y de un color gris, pero a la vez claro y luminoso.

-En cuanto usted descanse un poco, le explicaré cual es su situación y podrá conocer la ciudad. Hemos tratado de reproducir sus condiciones de vida en 2011 para que no se encuentre extraño.

Parece que he vuelto a La Tierra de nuevo, pero como calcularon los técnicos de la Agencia Espacial Europea, he viajado unos cuantos años hacia el entonces futuro.

No puedo dormir, no tengo sueño, para mí a penas hace un par de horas que salí de la base de la Guayana y no me siento cansado.

Por la mañana, mi anfitrión vuelve con esa sonrisa, que ya me empieza a cargar, y me dice que estamos en el año 2081 en los Estados Unidos de Europa. Él es el encargado por el Gobierno Federal de acogerme y guiarme por este mundo extraño para mí.

Me conduce por unos pasillos, que llevan a un cubículo, en el que, presididos por mi fotografía, están los mensajes de mis familiares y amigos de 2011.

De pronto soy consciente de que ya no queda nadie a quien conozca en este mundo, soy un huérfano, no tengo amigos y de todos ellos tan solo existen mis recuerdos.

Sobre la mesa hay una carta de mi madre, unas fotos de mis hermanos, mis  amigos y en una esquina, unas rosas secas con una tarjeta.

La tarjeta dice: Te quiero y nunca sabrás quien soy.

Le digo a mi anfitrión que quiero regresar, que yo no pinto nada en esta Tierra, que quiero aspirar el perfume efímero de aquellas rosas, que hoy son éstas.

No se cual será el método administrativo de esta gente, pero a los dos días, me veo de nuevo subido a mi nave y aseguran que rumbo a 2012. 

No soy consciente del viaje, cuando me despierto, me siento cansado, torpe. La escotilla se abre y penetra uno de los ingenieros, encargado del proyecto Futuro, acompañado de dos personas del Cuerpo Sanitario.

No puedo hablar, miro mis manos, están arrugadas.

Me suben a una camilla y al pasar por un pasillo, me veo en un espejo, que hay en la pared.

¡Dios mío! soy un anciano cercano ya a la muerte.

Al pasar por la puerta de una habitación, veo a mi madre con mis hermanos y mis amigos, dejando algunas cosas sobre una mesa, al pie de mi foto en la pared.

En una esquina de la mesa, hay un ramo de rosas rojas y por el pasillo se pierde la silueta de una muchacha que no conozco y nunca conoceré.

martes, 31 de mayo de 2011

Error en el procedimiento

gorilaGente digna de todo crédito le advirtió de que la cosa acabaría mal, de seguir así.

El placer gratuito obtenido clandestinamente (que por supuesto es pecado) termina por pasar factura al cuerpo.

Pero cuando esperaba pagar todas sus culpas con los castigos anunciados, cuando temía quedarse ciego y que se le secara la médula, no ocurrió nada más que una pequeña subida del colesterol.

Una terrible duda le asaltó y pensó:

¡A ver si no lo estoy haciendo bien!

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viernes, 27 de mayo de 2011

La carga

Bah, no veas colega, aparecieron a las siete de la mañana y dijeron que hay que levantar el culo de aquí, que si gana mañana el Barça necesitan la plaza para poner una pantalla gigante, como otras veces. Cuando vieron la cosa difícil, empezaron con los malos modales y a decir que nos iban a currar y a quitarnos los piojos a porrazos.

El Chano dijo que no se atreverían, que no serían tan bobos, que iban de farol.

El baranda de los polis, que iban a hacer limpieza, que tenía que pasar el camión de la basura, que tenemos todo lleno de ful y que hay hasta peligro de incendio.

Pero empezaron a soltar porrazos, a arrastrarnos por el suelo. Nos organizábamos en grupos y ellos venga porrazos, venga palos, pero no nos movieron, algunos aguantaron una buena estiva, no veas como escuece un porrazo, alguno me cayó a mí.

De vez en cuando los colegas de atrás relevaban a los que ya estaban muy machacaos y los mossos no podían avanzar ni un metro, aguantamos con dos cojones, socio.

Algún vecino salió al balcón a dar cacerolazos y la poli nos cogió las pancartas, los ordenadores, las tiendas, se lo llevaron todo.

La cosa es que no conseguían nada, empezó a currar el twitter y llegaban cada vez más colegas, en vez de dispersarnos, cada vez éramos más.

Luego se retiraron, nos miraron con mala leche, algunos nos amenazaban y decían que volverían a quitarnos el polvo.

Cuando uno se dirigió al Chano para llamarle piojoso, el Chano le miró a los ojos y le dijo: Hay que ver tronco, lo que tienes que hacer para pagar la letra de la lavadora. 

martes, 24 de mayo de 2011

Los Nogales

Nogal1En un rincón del huerto, a la sombra de dos nogales centenarios, había un pozo con una noria.

Los dos nogales eran un milagro de la vida, porque tenían los troncos huecos y casi podridos, pero en sus copas eran frondosos, altos y un abrigo perfecto para el habitar de pájaros, casi invisibles entre las hojas.

La cosecha de nueces, que al recogerla manchaba los dedos de negro, un año si y muchos no, dependiendo de las casi seguras heladas en primavera, era más que un alimento, un entretenimiento en las horas oscuras de las tardes de invierno.

Muchos días de primavera y otros de verano, antes de la siega, les pasaba yo de niño a la sombra de los nogales, inventando historias fantásticas y fabricando herramientas, cuyo nombre no me era desconocido, porque yo mismo me inventaba la herramienta, la utilidad y el nombre.

Los mayores trabajaban en las faenas propias de la huerta, sembraban los semilleros, plantaban, cavaban, sulfataban los frutales, quitaban las malas hierbas y convertían la huerta de Los Nogales en un edén.

El burro daba, sin cesar, vueltas a la noria para llenar los surcos de vida y disolver los alimentos que el rio cercano había depositado, en años de riadas, a los pies de Los Nogales.

El trabajo se convertía en frutos de la tierra. Manzanas reineta, ciruelas claudia, peras de cuchillo, verde doncellas, pimientos, puerros, tomates, fréjoles secos y verdes, patatas, ajos y cebollas.

La huerta de Los Nogales daba para comer y para vender. Para vender la fruta a lomos del burro por los pueblos de la comarca, en el invierno.

Pero además nos proveía de otro alimento no menos necesario. El trabajo codo con codo, las bromas a pesar del sudor, el sentimiento del clan que se contagia el cariño, los recuerdos en voz alta de los ausentes, la promesa forzada del pan en familia.

Y a la hora del almuerzo, acudir a la caseta de adobes a enjugar el sudor, a lavarse en la herrada, a dar cuenta de chorizos y lomo de orza, sorber las sopas incandescentes, templar la bota de vino de la bodega.

La caseta estaba rodeada de enredaderas, de lilares y en un escriño encastrado en el barro, una colmena.

Mientras la siesta, yo me tumbaba con mi abuelo a la sombra de los viejos nogales y junto al pozo, oyendo los zumbidos de las moscas y los cantos de los pájaros.

Hablaba con él impidiéndole el sueño. Allí aprendía las palabras amasadas por los siglos. El saliente, el poniente, chiguito, cornejal, macal, socallo, cebadera, celemín, cornales, lambronear.

Sonidos dulces como una música interpretada por mi pueblo, palabras de amor de las madres, sentencias de las abuelas, dichos de los vecinos, herramientas para comunicarse alegría, pena, esperanza.

Cuando no se decir lo que siento de forma exacta, vuelvo a Los Nogales, junto al Pozo de Las Palabras.     

jueves, 19 de mayo de 2011

El mensaje

botellaLas tardes soleadas las paso mirando al mar fijamente, con los ojos perdidos en la línea que separa el agua del cielo.

Es una actividad inútil, como tantas del día. El mirar al mar no me produce más que una tranquilidad que he aprendido a apreciar con el tiempo.

En realidad ya me he acostumbrado a dejar que las horas pasen lentamente y a que el ritmo cansino de las olas, desvaneciéndose con pereza entre la arena, acompasen los latidos lentos de mi corazón.

Pero hoy me ha sobresaltado el sonido de una botella, golpeando sobre una de las pocas rocas que hay en la playa.

Me he quedado mirándola, al principio con desidia, como si fuese normal su presencia a mis pies. Después me he dado cuenta de que contiene un papel en su interior, escrito con unas letras gruesas de carboncillo, como escritas con un tizón.

La he rescatado del agua con excitación, con prisa, siendo víctima de la taquicardia que algunas veces me asalta.

El papel me habla de alguien perdido en una isla desierta. El comunicante dice negarse a perder la esperanza de volver a acariciar otra piel humana, de volver a sentir una voz dulce en sus oídos, de ver su cara reflejada en otros ojos que le abracen.

Dice que tras muchos años, demasiados, perdido en la isla que él mismo bautiza como Soledad, sueña con reunirse con alguien a quien sonreír al morir.

El mensaje adjunta un mapa con lo que él piensa que es la situación aproximada de la Isla Soledad.

Por último, al pie del mensaje, el naufrago firma con mi nombre.

viernes, 13 de mayo de 2011

Geraldine

ParisTen cuidado, amigo mío, me dijo Jean-Claude. Aunque parezca una mosquita muerta, Geraldine es de esas mujeres que parecen llevarte a la gloria, mientras te empujan sin piedad al precipicio.

No hice caso de las advertencias de mi amigo, así que, volví a telefonearla cuando tuve que viajar a Paris. Del otro lado del teléfono sonó su voz suave, su risa cristalina de siempre.

Quedamos para cenar en Fontaines Saint-Honoré, muy cerquita de La Comèdie Française. Geraldine estaba espléndida, se había enfundado un vestido rojo y tan rojos como su vestido, sus labios.

Articuló una sonrisa al verme, seguramente al comprobar mi cara de lelo mirándola.

Ya no me acuerdo de qué cenamos, solo recuerdo que nos devorábamos el uno al otro con los ojos, con hambre atrasada.

Después bailamos en una pista de baile, de un decadente club de jazz, casi a oscuras, mientras a dúo lloraban el piano y el saxofón.

Desde allí, a las tantas, nos dirigimos pasados de champagne a la pensión de la Rue Rivoli, en la que yo me hospedaba, agarrados como enredaderas, yo sin la corbata y Geraldine descalza.

Cuando pedí en recepción la llave de la habitación, sonó el despertador.

Maldije y blasfemé al reconocer el amanecer de un día de diario. Solo acerté a ver, como una primera herida, la luz que se colaba por las rendijas de la persiana.

Volví los ojos al otro lado de la cama y por un momento, creí ver a Geraldine por última vez, mientras me empujaba sin piedad, al precipicio de la vida de siempre.

Mientras me disponía a otra jornada de trabajo mascullé: Bonjour, tristesse.