Una vuelta y otra en la cama. A pesar de querer dormir, su cabeza despreciaba el material del que están hechos los sueños, puramente fisiológicos.
Se desesperaba al no poder controlar a su cerebro, divagante entre mil imágenes caprichosas y volvía a la luz de la consciencia, renegando contra su debilidad, ante el peso de los párpados.
Así pasaba las noches, una tras otra, luchando por no entregarse a Morfeo con armas y bagajes.
Pero cuando volvía la luz, él mismo controlaba las emociones, que distraían su vida.
Lo demás, el trabajo, las cuentas, la vida de su hogar, transcurría de forma ordenada, como si fuese la vida de otro, como conducido por un piloto automático.
Pero su cabeza era un hervidero de sensaciones, un mundo que por su propia voluntad, giraba en torno a lo que para él era la vida.
En su mundo los prados eran de un verde melodioso, las manos de ella la máquina más perfecta de acariciar los sonidos del té dulce , las aventuras las más excitantes batallas de luz, las palomas blancas eran un revoloteo constante de su cara en las fotografías , los mares de un azul hiriente.
Tanto soñaba despierto, que convirtió sus noches en un trámite inútil. Así que dejó de dormir para seguir soñando.
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