Si es que lo del Ramirín no tiene arreglo. Le han bajado la pagucha que tenía y casi no le llega para pagar la luz. Pero el jodido cobra a primeros, cuenta los cuartos y se deja caer otra vez en el vicio.
¡Qué le va a hacer uno, está uno soltero! A nadie tiene uno que dar explicaciones de en qué gasta sus perras, de si va o si viene.
Va a tener que echar mano de las cuatro perras que tenía su madre en la cartilla, de cuando estuvo en Alemania. Ahora le toca también pagar algo de las medicinas para lo suyo y habrá que retejar, que el invierno viene húmedo y las latas no dan abondo a las goteras.
Cuando va a mirar la cartilla de la caja de ahorros le dicen que ya no tiene un duro, que lo metió en no sé qué sitio preferible o preferido y que se ha esfumado casi todo, que con lo que sacó la última vez se ha quedado sin pluma y cacareando, como el gallo de Morón.
Sí que sacó algo, sí, pero apenas recuerda que salió de La Caja derechito a ver a las zagalas del Volcán Rojo. Pero no puede ser que lo gastara todo. Ramirín tiene vicio, pero vicio modesto, lo justo para aliviar la quemazón y marchar para casa.
Antes de lo del Volcán Rojo echó gasolina al viejo Cuatrolatas y ni miró el precio, pero los billetes salieron zumbando de su bolso.
Aunque lo mismo es verdad lo que dicen en el televisor, que circula una droga por los puticlúbs, que las meretrices te echan en la copa y te vuelves modorro del todo, lo llaman La Burundanga.
Con eso de La Burundanga te sacan las perras y tú ni te enteras.
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