Apenas había amanecido y tus ojos se resistían a enseñar su azul al cielo. La gente apretaba el paso, los coches iniciaban su procesión de bocinas impacientes, mientras los pájaros dibujaban los caminos en un silencio de plumas sordas.
Demasiado lejos para tomar por cierta la onda expansiva, que por un momento pareció soplar un insulto en algún pliegue de mi corteza cerebral.
Anoche me despedí de ti con unas buenas noches susurradas al teléfono, con tu voz respondiendo casi igual que cuando derramabas tu aliento en mi oído. Y parecía una noche como cualquier noche, una de esas noches que sólo son un trámite para hacer eterna la espera del alba, pero que ofrecían garantía absoluta de volver a abrir los ojos a la luz de otro día.
Distancia, nada más me separaba de ti una simple acumulación de kilómetros que no podían evitar que te viera entrar en la estación apresurada, temiendo ser más lenta que el reloj y con la aurora dibujada en la mirada.
Yo escuché en la radio las noticias en una lengua que jamás podré entender y que decían el nombre de mi país con un tono que asustaba. Y yo me asusté, algo me decía que me había levantado con una mancha oscura en el corazón. Marqué tu número de teléfono con esa prisa que hace presa de los dedos torpes y me respondía una y otra vez un mensaje que acusaba al aire de estar apagado o fuera de cobertura.
La autopista era eterna, demasiado larga para la torpeza de un camión, que sólo buscaba derribar una frontera más, para llegar a un lugar en el que yo pudiera entender su lengua.
Cuando entré en aquel bar de carretera, mis ojos chocaron contra la pantalla del televisor que vomitaba hierros retorcidos por encima de un rótulo que decía Madrid.
Aquel tren era el tren de todos nosotros, el que llevaba a nuestras necesidades y nuestras esperanzas a su puesto de trabajo y yo lloré, casi grité dos lágrimas silenciosas, queriendo ofender a la televisión, que sólo me ofrecía terror y rabia.
Vous êtes espagnol? me preguntó aquella mujer pequeña y me abrazó. Por primera vez en mi vida me sentí de verdad español porque me pareció que me dolían las heridas que adivinaba y sentía mis piernas correr junto a los que saltaban los hierros buscando heridos. Quise ser camilla que recogiera sus cuerpos, venda que cortara hemorragias, voz de sirena de ambulancia, camino acelerado a un hospital.
Cada vez que paseo por Madrid creo reconocerme en cada cara y sé que muchos de ellos fueron el médico que yo quise ser, el héroe que nadie deseó parecer y puede ser que el herido que me contagió el dolor de sus heridas. Todos me inflan de orgullo, menos los que nos odiaron, todos me recuerdan que crecimos, menos los que mintieron y todos quedaron vivos, todos deberían de saber que también vives tú.
¡Qué bien lo has dicho!
ResponderEliminarUn beso
:)
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