A Pascual le atraparon sus ojos desde que se asomaron a la puerta del autobús. Le atraparon como una pajarera a la que él mismo había puesto el cebo, sin saber que la presa sería él .
Mariana tenía la piel morena de las mujeres de su país y un cantar dulzón en el habla, que salía por una boca de labios gruesos, jugosos y apetecibles.
Venían cuarenta y nueve palomitas más, pero ninguna con aquella sonrisa picarona que levantaba sus pómulos y mostraba unos dientes más blancos que la nieve de Peñacorada.
Podría haberse fijado en otra, pero después del primer beso en la mejilla, sus ojos se marearon siguiendo el vaivén de aquellas caderas redondas, aquel jersey ajustado y aquellos pechos enormes que asomaban por el escote atrevido y ya no vio a ninguna más. La siguió embobado por las calles del pueblo, que se habían vestido de gala para recibir a la Caravana y saltó y bailó al son de la charanga que asustaba a los pardales que asomaban bajo las tejas.
Mariana bailaba, meneaba las caderas y cantaba olvidando las penas que arrastraba por Madrid y las alegrías que dejó en Lima. El aire le enfriaba las mejillas pero no se arredró. Al fin y al cabo había venido a divertirse y a ver qué salía de aquella aventura.
Nada más llegar vio apoyado en una pared a un tipo (Ramón) que removió algún rescoldo, aun medio encendido, en alguna parte de aquella arquitectura de mujerona, pero enseguida se dio cuenta de que sólo miraba el espectáculo sin querer participar en él. A pesar de todo Mariana no le quitaba ojo, tenía el porte de señor que aparece en un culebrón televisivo y unos ademanes seguros y pausados. Coincidió el beso que Ramón dio a su mujer con una mirada de Mariana a una nube negra que empezó a descargar agua.
En el baile que hubo tras la comida se le acercó Pascual colorado y con toda la timidez del mundo, a invitarla a bailar. Mariana accedió, pero se extrañó de que el tipo no le dirigiera la palabra en toda la pieza. Después Mariana buscó por la sala la cara de Ramón, pero no la encontró. Fuera seguía lloviendo.
Por la noche ya había callado la charanga. Marchó el autobús, en él se iban del pueblo algunas menos de las que vinieron. Pascual pensó que si se iba Mariana se iba su gran ocasión. Mariana pensó por última vez en Ramón y el pueblo retornó al silencio habitual y a las afueras ladró un perro.