Me he levantado, como cada domingo, buscando ese momento de tranquilidad que existe cuando aún no se ha levantado nadie.
La casa está en silencio y sólo se oye el cantar de los pardales madrugadores en la ventana y de vez en cuando, alguna tos de los habitantes que holgazanean entre las sábanas.
Enciendo el ordenador y leo los periódicos digitales, todo sigue igual y sin embargo, parece como si la actualidad nos pillara desprevenidos, como si no terminásemos de creer que lo que era nuestro mundo se esté derrumbando.
Todo parecía ir sobre ruedas. La gente trabajaba, los niños estudiaban, los fines de semana nos dedicábamos al ocio, los viejos descansaban en paz tras una vida de trabajo, los enfermos encontraban paliativos a sus males y todo parecía tener lógica.
El Gobierno dice que lo peor ha pasado y nos anuncia que mejoraremos empeorando, leo un artículo en el que el embajador alemán dice: nosotros no hemos sido, un empresario pide flexibilidad y moderación. Y yo me quedo parado pensando en qué momento se rompió la cuerda, como es posible que hayamos llegado hasta aquí, cual será la tecla que rebobina la realidad para volver al minuto anterior a la explosión, quien hizo cambiar el transcurrir del tiempo mientras vivíamos en la feliz ignorancia.
Mis amigos del feisbuc van de la literatura a la foto hortera, del cabreo a la broma. Uno de ellos defiende la reforma de la ley del aborto y todos llenamos la realidad digital de pulsaciones al “me gusta”.
Voy oyendo ruidos de alguien que se levanta de la cama, pronto a la casa volverá el bullicio, me acerco a la ventana a mirar y los tejados se han manchado de blanco esta noche, igual que los cristales de los coches. Parecía que el invierno nos había indultado pero, ¿por qué nos ha traicionado la primavera?.