sábado, 13 de diciembre de 2014

Un claro en la niebla (cuento de navidad)

imagesUn venticuatro de diciembre los ojos de mi abuela volvieron a llenarse de vida, como si volvieran de un largo viaje por la niebla. La niebla que todo lo esconde y lo borra, como si nada hubiera existido.

Nos miraba a todos cara a cara y pronunciaba con ternura nuestros nombres, algo que había dejado de hacer poco a poco, dejando caer en cada tarde un recuerdo y en cada amanecer el principio de una vida con menos pasado.

Todos nos extrañamos de que, de repente y en plena cena de navidad, mi abuela hubiera vuelto a hablar con todas las luces de su cabeza encendidas y la garganta poderosa.

La causa debió de ser el abrazo con beso que la pequeña María le dio entre la sopa y el asado, cuando todos estábamos entregados en nuestra conversación y en nuestro bullicio, con el sonido de la televisión al fondo y la abuela, como un adorno de navidad más en su esquina de la mesa, en su silencio y nuestro olvido.

Comenzó a reconocernos, uno a uno y a contarnos cosas de nuestra infancia. todas nuestras travesuras, nuestros miedos, nuestros sueños que ella guardaba en cada pliegue de su toquilla.

Cuando yo era pequeña, nos dijo, la cena no era tan rica como ésta, pero nos sabía a gloria algún pollo del corral y comer castañas asadas en una lata a la lumbre. Después nos íbamos a la cama llenos de paz y la vida continuaba igual tras las navidades.

Toda la noche nos contó sus cuentos y sus vivencias, alguien apagó la televisión y empezamos a reír y a llorar empapados en las historias que salían de sus labios y embobados en los movimientos sabios de sus manos huesudas danzando por el aire.

Durante unas horas se escribieron sus recuerdos comprimidos en la conciencia común de la tribu y la nochebuena parecía alargarse hacia adentro, saltando las barreras del tiempo y el espacio.

Estoy cansada, nos dijo, quiero acostarme ya.

A la mañana siguiente, al levantarme, como siempre miré por la ventana y vi que había vuelto a caer la niebla.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Primera Ley de Newton: Inercia

 

Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él.

220px-Sir_Isaac_Newton_(1643-1727)220px-Newtons_laws_in_latin

El último Isaac Newton nació en Cea (León) a principios del siglo XX.

Dicen que un tatarabuelo suyo, también llamado Isaac, como su padre, llegó desde la parte de Inglaterra y se quedó en el pueblo por intención de una moza, a la que cayó en gracia por lo raro.

Desde aquel día siempre hubo en el pueblo alguien a quien llamar Isaac Newton, porque todos los Isaac Newton ponían ese nombre a sus primogénitos varones.

La cosa es que el último Isaac Newton era un tipo raro, como su padre, con una rara melena pelirroja y ondulada, como su padre, cayendo desde la boina a los hombros y tenía una manía, que su mujer no pudo cambiar, de enfilar  por El Soto con un macho ciego, enganchado al carrucho de varas, en línea recta hacia el río. 

El carro y el macho tomaban una dirección rectilínea y a velocidad constante hasta que el pensativo Isaac Newton, llegando cerca del río tiraba de freno porque sospechaba, que de no hacerlo, la inercia le jugaría una mala pasada.

Tú y tus elucubraciones, Isaac Newton, le gritaba su mujer el día que no tiró de freno y terminó en el río con macho y carrucho y un descalabro importante. ¿Qué tengo que hacer para que cambies?

Isaac Newton aprendió tanto reparando el carrucho de varas, que puso un taller de carretero en el pueblo y su mujer harta de ese tipo tan raro, que se embobaba mirando cosas en movimiento, se volvió con sus padres. Por eso en el pueblo nunca volvió a haber otro Isaac Newton. 

sábado, 29 de noviembre de 2014

Principio de Arquímedes

 

pardinas«Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja»

 

Arquímedes recibió en bautizo ese nombre por deseo de su padrino, un amigo de la familia amante del mundo clásico, que esperaba que el nombre dotara al pequeño de la curiosidad suficiente, para buscar el por qué de las cosas.

Desde muy pequeño Arquímedes ayudaba a su abuela a escoger las lentejas para el puchero, las lentejas de la cosecha guardadas en un talego de tela, colgado de un clavo bajo las escaleras.

A las lentejas les acosaban los gorgojos, esos bichos asquerosos que cría la legumbre y que inutilizan buena parte de la trabajada cosecha.

Arquímedes los retiraba uno a uno y apartaba las lentejas con el agujero típico con el que las ahueca el bicho.

Después de terminada la faena de escoger, las lentejas se ponían en remojo y las últimas que quedaban dañadas, flotaban como balsa salvavidas de los cocos náufragos, que se refugiaban en el interior de las pardinas.

Arquímedes observaba el fenómeno y le parecía que era una estratagema de los bichos para sobrevivir.

Después de muchos días de escoger lentejas y observar, elaboró una teoría que vio confirmarse toda su vida y que terminó escribiendo con tiza en el hueco de la escalera, donde colgaba el talego de las lentejas.

La teoría rezaba así: Pesen lo que pesen, los malos bichos siempre se las arreglan para flotar.

domingo, 23 de noviembre de 2014

¡Viva la feria!

64433_232462926913095_1593035389_n¡A correr a la calle, chiguitos! que empieza la feria. Tragad por los ojos, igual que yo devoraba, como el sol ilumina de fiesta el pueblo y las calles recuerdan que un día vivieron.

No importa el frío, los feriantes soplan su aliento en un tubo hecho con las manos y las frotan para calentarlas, llenado el aire de vapores de café y orujo.

Las furgonetas de los feriantes llegan donde antes paraban los carros cargados de ganado, o llegaban labradores forasteros con la vaca del ramal y el bolsillo de la pelliza cargado de manos toscas que esperaban los billetes de a mil.

Comienza a llenarse el bar, crecen en él los decibelios de las voces, las mesas arrastrando, los saludos innecesarios de los que siempre se saben cercanos.

La alfombra de césped verde del Camporrío ilumina el puente, sobre el mismo río que veía el ganado parado a sus orillas y atado a los chopos.

Mulas taciturnas, rebaños de ovejas, vacas pacientes rumiando el cambio de domicilio y las calles llenas de jaulas con pollos o conejos, algún pavo y gochos pintos. El ganado tomaba el pueblo.

Los puestos de la feria de hoy se van instalando para exponer productos etiquetados, frutos de la industria agroalimentaria, manejados por vendedores acreditados como manipuladores de alimentos.

Puestos con artesanía, almendras garrapiñadas, cachas y cencerras, exposición de tractores y la gente pasea entre ellos con un cierto aire de ropa de domingos, negando su pasado de tratantes de ganado vestidos de amplio blusón, con recovecos donde guardar el fajo de billetes envuelto en papel de periódico.

Las calles se llenan de gente de los pueblos vecinos, que transitan por la villa por los mismos lugares por los que deambulaban los gitanos feriantes, buscando con pillería el trato ventajoso con el que vender la burra.

Ración de callos con cerveza en el bar para brindar por el reencuentro. Paseo p’allá y p’acá, papeletas para la rifa, concurso de tortilla de patatas y muchas actividades para entretener al personal y llenar el periódico digital de la comarca.

La feria no quiere morir y se reinventa; Si decíamos vacas, ahora decimos cecina, si decíamos ovejas ahora gritamos queso curado y donde decíamos gocho ahora decimos chorizo.

La feria de hoy la terminaremos con chocolate a la taza de plástico desechable.

Qué tiempos aquellos, chiguitos.

Nada tiene ya que ver el apretón de manos, como firma de entonces, con el  rico sabor de los chorizos de ahora.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Otoño

10509475_366416133517874_6914204806641543892_nHa llegado la humedad a las calles del pueblo, lavando polvo, llenando charcos de sensaciones guardadas en el olvido, y trepando a hurtadillas por los poros de los adobes viejos.

El aire se ha vuelto fresco y acaricia los rostros con esa sonrisa del sádico, que administra con lascivia progresiva el dolor del frío, rodeando las esquinas y las callejuelas abandonadas y azotando las últimas hierbas y las últimas flores. 10805486_1083022668390166_2105523880_n

Han huido del cielo las aves amigas del calor y sólo quedan las resistentes; los estorninos envueltos en sus llamaradas negras por el cielo, las palomas que invaden como ocupas los nidos de las cigüeñas, los vilanos patrullando los campos y los pardales al abrigo de las tejas de los aleros.

10754960_1083024228390010_2063896823_nEl pueblo sigue lleno de los recuerdos de las risotadas de los jóvenes, de las carreras de los niños y de la terraza del bar llena de reencuentros. Pero todo eso se ha ido, ha vuelto a una realidad que ya no duele por vieja.

Ha terminado ya la vendimia, se prepara la tierra para el sueño invernal y la gente se deja seducir por el reinado de los hongos y las castañas, el hervor del mosto y una entrega absoluta al amor de la leña y la paja.

Se mueren los chopos, agotando la hemorragia de hojas ocres y vistiendo la luz10815630_1083024485056651_1755961560_n de colores cálidos, como si fuera una anestesia para lo que ya está llegando.

Casi no da tiempo a distinguir el otoño del invierno, demasiado parecidos, casi indefinida su frontera y ambos sumergidos en las tardes cortas y los amaneceres fríos. Uno viene a ser el hermano pequeño que aspira a llegar al tamaño del mayor y a emular sus hazañas de frío.

En la tarde prematura se extiende por el aire el olor a humero destilando roble y llamando a recogida, como una sirena que anuncia un bombardeo frío de lluvia y viento y las gentes abandonan las calles a su propio silencio, a las farolas a su soledad y comienza a bullir la banda sonora de los aullidos de los perros.

viernes, 19 de septiembre de 2014

La Costa del Adobe

10487373_972126589479775_820551109112496786_nA la orilla del mar había un cerro vestido de rocas pobres, irregulares, cortantes, con el color pardo-negruzco del fuego solar y en la cima del cerro un castillo al que asediaban el mar, un río que buscaba otro mar más dulce y la pereza del tiempo.

Los guardianes de la fortaleza eran cardos espinosos y unas hierbas ariscas, secas que llenaban los tobillos de picores molestos y los calcetines de un millar de saetas afiladas, que hieren la piel del caminante.

El llano fue una vez verde, con un oleaje que destellaba brillos que cegaban al sol, adornado del rojo de las amapolas y fuente de vida, donde nadaban vilanos y pardales. images

El mar verde se extendía hasta el infinito horizontal y prometía redes llenas de pan, alrededor de la costa seca, y cerros coronados por mastines, por los que desfilaba el ganado paciente, bailando al son de las cencerras.

4_Cosechadoras_de_cereales_Abaisa_1328699431Un día el mar se tornó amarillo y entre las olas de oro aparecieron unos barcos asesinos, que navegaban a la vez que devoraban el oleaje, con sus bocas cilíndricas pobladas de dientes afilados y giratorios.

El mar se secó y a penas quedaron unos charcos verdes elevados hacia el cielo, que desfilaban en hileras junto al río que buscaba otro mar.

Cuando los barcos devoraron las olas, la tierra se quedó desnuda y reseca, la invadieron las ovejas para triscar los últimos brotes, a cambio de un excremento fertilizante.torremormojon05

En medio de las charcas resecas brotaban formaciones de tierra prensada, formaciones agrupadas como si quisieran darse calor unas a otras, con sus paredes resecas y toscas, haciendo útil a la tierra estéril, alanceada por la paja de centeno.

1656234_826945757331193_792524365_nEn medio de aquellos grupos de adobes, una torre de piedra coronada por campanas, a modo de faro, que avisa a los caminantes de que una colonia de humanos aun resiste dentro de las casas de tierra, enterrados en vida, con arrugas y surcos en la piel, con el cuero de sus caras curtido por el sol.

Hasta que llegó el otoño y el agua del cielo sembró el suelo de un leve verdor, que cubriera el pudor de la desnudez del mar, entonces los chopos residuales del río ardieron en una orgía amarilla, roja, naranja y pronto fueron unos corales desnudos y moribundos que extendían sus ramas buscando oxígeno y temiendo al frío.60947_562886223737149_394717404_n

Al fin el mar se vistió de un polvo blanco y helado, que caía del cielo en las noches interminables. La tierra se endurecía, se resquebrajaban las rocas y la vida parecía haber huido al espacio, de donde vino.

Los humanos sobrevivieron enterrados en sus adobes, cultivando el fuego y devorando los vientres de los barcos, que en el verano devoraron el mar de oro.

Cuando el hielo en polvo desapareció y llegó la primavera, los hombres salieron de entre sus sepulturas de adobes y araron el mar y lo sembraron y las lluvias les devolvieron el oleaje verde y los pájaros y las mariposas y el mar volvió a brotar de la tierra pobre y el sudor del hombre.Castillo de Cea Leon rio cea

A otros no les parecerá bello este mar, pero los hombres de la Costa del Adobe lo aman porque ellos, que no pudieron tener otra cosa, lo sembraron.

lunes, 25 de agosto de 2014

Lobo hombre

maldicion_hombre_lobo8Recuerda que en los primeros años  atacaba al ganado y así empezó a adquirir la categoría de bestia.

No le suponía una excesiva carga para su conciencia recordar ojos desorbitados, gargantas destrozadas o manchas de sangre reseca en los vellones de lana sucia. Al fin y al cabo se trataba sólo de animales a los que veía morir desde pequeño.

Pero cuando atacó a su primera víctima humana, sintió tanto asco de sí mismo, que después del desenfreno de una noche de luna llena, no podía recuperar su forma humana al llegar el amanecer.

Sólo consiguió un poco de paz y volvió a tomar aspecto de hombre, cuando al recibir la última bala de plata, ella salió a buscarlo y le empapó con un beso tierno en la frente y la humedad de una lágrima corriendo por su mejilla.

viernes, 15 de agosto de 2014

Klutxis

Hasta hoy, muy pocos lo sabemos, pero los Klutxis viven desde hace tiempo entre nosotros.
Como se propagan las infecciones por el contacto, el pueblo Klutxi se ha pegado a nuestra vida de una forma irremediable, si la humanidad no toma conciencia de su presencia entre nosotros y decide finalmente combatirlos.
¿Cómo íbamos a imaginar que las ondas de radio, que enviamos al espacio buscando vida, no sólo la encontrarían, sino que nos la traerían a nuestro planeta?
Los Klutxis son unos seres diminutos en su estado natural, del tamaño de un ratón de campo, pero milenios de evolución les permiten adaptar su tamaño a cualquier medida, para aprovechar las posibilidades de vida en cualquier circunstancia o ambiente.
Un día el pueblo Klutxi captó unas señales de radio, viajando a gran velocidad por el espacio, y provenientes del planeta Tierra. En esas ondas, viajaban imágenes de la Tierra, sonidos y miles de detalles sobre la vida en nuestro planeta.
A los Klutxis les gustó nuestro mundo en general, pero se quedaron encantados con unos seres inmaduros que parecían disfrutar de la vida sin orden ni medida: los humanos adolescentes.
Su inteligencia colectiva decidió viajar a la Tierra para aprovechar y disfrutar de esa característica de los adolescentes que a ellos les fascinaba: El caos en sus habitáculos.
Los Klutxis necesitaban diversión, su vida era tan, tan perfecta y con tan pocas posibilidades de disfrute, que siglos de educación les estaban haciendo unos seres infelices. Necesitaban trasgredir normas, subvertir el orden, sembrar el caos o vivir donde lo hubiera, pero necesitaban de maestros en esas artes que les instruyeran.
Redujeron su tamaño al mínimo y se montaron sobre las ondas de radio que rebotaban en su mundo y volvían a la tierra y en pocos años llegaron a nuestro planeta y se esparcieron por él con la velocidad y la alegría de niños saliendo al recreo.
Encontraron un método muy efectivo para su expansión. Decidieron cabalgar sobre los electrones de las líneas de distribución de energía eléctrica y así, a la velocidad de la luz, se propagaron por cada casa, por cada edificio, por cada instalación que necesitase energía.
Después ocuparon todos los aparatos electrónicos que usan los adolescentes y no quedó ordenador ni teléfono móvil sin la infección Klutxi.
En mi casa, después de cabalgar los electrones, se instalaron en la cámara que queda entre el adobe primitivo y las placas de yeso que cubren y enderezan las paredes. Allí volvieron a su tamaño natural y decidieron hacerse con mi hija y su prima que a veces nos visita.
El intercambio estaba claro: Vosotras nos dejáis corretear por la habitación y desordenar cosas, pisar ropa, deshacer camas y asolar otras habitaciones de la casa, en particular el cuarto de baño, y a cambio nosotros haremos que funcione de maravilla vuestro móvil y vuestro ordenador, ya sabemos que debido a vuestras pocas precauciones, pilláis a menudo infecciones de virus, gusanos y troyanos, pero nosotros acabaremos con ellos si aceptáis el trato.
Que las chicas aceptaron el trato no necesito contarlo y que empezaron las clases de caos con entusiasmo por parte de profesoras y alumnos y con unos resultados dignos del mejor colegio de pago, tampoco.
Se amontonaron prendas por el suelo. Aquí una camiseta, allí un sujetador, allá unos pantalones sucios, acullá unas zapatillas. La mesa fue presa del mas delicioso de los desórdenes, un libro abierto sustentando un par de calcetines, unos cuadernos esparcidos, las puertas y cajones de los armarios abiertos, los visillos de las ventanas por el suelo, el edredón de la cama también, las sábanas arrugadas, la almohada luchando por no caer de la cama por un lado, bolsas de pipas, restos de comida y un montón de Klutxis ebrios de felicidad.
Así llegó a la casa un tiempo nuevo en el que las chicas y su desorden, con la ayuda de los Klutxis se apoderaron de todo. Al desorden que ya describí de su habitación se sumaron luces encendidas, puertas abiertas, grifos sin cerrar, charcos (sí, charcos) y desorden en el cuarto de baño, ruidos y risas a deshora, remoloneos para acostarse y para levantarse, malas contestaciones y protestas continuas.
Los Klutxis eran al fin felices, pero las chicas no tanto como ellas pensaban. Por un lado vivían despreocupadas, pero por otro la presión en la casa iba en aumento. Cada vez costaba más trabajo restablecer el orden, cuando los padres lo exigíamos a cambio de la fiesta de algún pueblo y cada vez resultaba más desagradable la vida entre tanta suciedad y desorden como producían esos bichos insaciables.
Mi mujer sospechaba que algo raro pasaba porque Lucas Martínez, nuestro perro, gruñía al pasar junto al cuarto de baño o al lado de la escalera que sube a las habitaciones de la casa. Un día Lucas Martínez, como buen perro de caza, apareció con un bicho extraño entre los dientes. Mi mujer corrió a subirse a una silla, como hacía cada vez que veía un ratón, pero se le atascó el grito al ver que eso era otro animal diferente. Lucas Martínez salió con el Klutxi a invitarlo al almuerzo en el corral a la sombra de la mesa y el sexto sentido de mi mujer subió como un tiro las escaleras y abrió la puerta de la habitación de las chicas sin llamar.
¿Qué está pasando aquí? En ese momento el tiempo se detuvo, las chicas se sobresaltaron y un millón de Klutxis se paralizaron por un momento, antes de huir despavoridos por los agujeros de los enchufes de las paredes.
Las chicas confesaron todo entre lloros y decidimos vivir un día entero sin corriente eléctrica y con un orden y limpieza exquisitos en la casa.
Parece que los Klutxis se han largado montados en las ondas de Radio María, no sé si asustados por mi mujer o asqueados por tanto orden, pero parecen habernos dejado en paz.
Ahora nuestra misión consiste en descubrirlos para que los habitantes de la Tierra nos libremos de esa peste, encerrándolos en una cápsula espacial que viaje directa a un agujero negro.

martes, 22 de julio de 2014

Y ahora dime tú

Y ahora dime tú:

¿Cómo se escribe rabia sin manchar el papel con vómitos de sangre?

¿Cómo se escribe sed inundado de un mar de odio?

¿Cómo se escribe pena entre tanta música que atruena?

¿Cómo se escribe paz si te están apuntando?

¿Cómo se escribe amanecer desde los ojos de un ciego?

¿Cómo se escribe pan con las espigas muertas?

¿Cómo se escribe guerra sin tener armas?

¿Cómo se escribe amor sin palabras?

martes, 22 de abril de 2014

Banderas de Abril

hqdefaultAl mundo se despierta poco apoco, que no a la vida.

Y un día descubres que mucho de lo que te enseñaron, no merecía ser creído. La fe, consistente en creer en lo que no vimos, La Patria sedienta de sangre y envuelta en blasones dorados y la historia cortada como un traje a medida de cada tirano.

Entonces cambias fe por razón y patria por pueblo, simplemente por la necesidad de respirar un aire más fresco.

Ese camino te enseña que no hay más verdad que tu propia contradicción y la de los otros y que un pueblo es la suma de anhelos y sueños, de paz y de ira, de hambre y de fuerza, de las manos unidas y de las ilusiones compartidas.

Y el pueblo es tu pueblo y el de todos y la lengua es la tuya y la de millones y cada gramo de arena, cada piedra, cada camino y cada paisaje, sólo tienen sentido si los compartes con todo el género humano de buena voluntad.

Así arde cada Abril un hondo suspiro en un pendón morado y rebelde, que dice hay que descreer de tanta mentira y comparar tu verdad con las otras verdades, disfrutar de la lucha y los logros de la razón mientras predicadores vociferantes se desgañitan en amenazas y miedos.

lunes, 10 de marzo de 2014

11M

11M Apenas había amanecido y tus ojos se resistían a enseñar su azul al cielo. La gente apretaba el paso,  los coches iniciaban su procesión de bocinas impacientes, mientras los pájaros dibujaban los caminos en un silencio de plumas sordas.

Demasiado lejos para tomar por cierta la onda expansiva, que por un momento pareció soplar un insulto en algún pliegue de mi corteza cerebral.

Anoche me despedí de ti con unas buenas noches susurradas  al teléfono, con tu voz respondiendo casi igual que cuando derramabas tu aliento en mi oído. Y parecía una noche como cualquier noche, una de esas noches que sólo son un trámite para hacer eterna la espera del alba, pero que ofrecían garantía absoluta de volver a abrir los ojos a la luz de otro día.

Distancia, nada más me separaba de ti una simple acumulación de kilómetros que no podían evitar que te viera entrar en la estación apresurada, temiendo ser más lenta que el reloj y con la aurora dibujada en la mirada.

Yo escuché en la radio las noticias en una lengua que jamás podré entender y que decían el nombre de mi país con un tono que asustaba. Y yo me asusté, algo me decía que me había levantado con una mancha oscura en el corazón. Marqué tu número de teléfono con esa prisa que hace presa de los dedos torpes y me respondía una y otra vez un mensaje que acusaba al aire de estar apagado o fuera de cobertura.

La autopista era eterna, demasiado larga para la torpeza de un camión, que sólo buscaba derribar una frontera más, para llegar a un lugar en el que yo pudiera entender su lengua.

Cuando entré en aquel bar de carretera, mis ojos chocaron contra la pantalla del televisor que vomitaba hierros retorcidos por encima de un rótulo que decía Madrid. images

Aquel tren era el tren de todos nosotros, el que llevaba a nuestras necesidades y nuestras esperanzas a su puesto de trabajo y yo lloré, casi grité dos lágrimas silenciosas, queriendo ofender a la televisión, que sólo me ofrecía terror y rabia.

Vous êtes espagnol? me preguntó aquella mujer pequeña y me abrazó. Por primera vez en mi vida me sentí de verdad español porque me pareció que me dolían las heridas que adivinaba y sentía mis piernas correr junto a los que saltaban los hierros buscando heridos. Quise ser camilla que recogiera sus cuerpos, venda que cortara hemorragias, voz de sirena de ambulancia, camino acelerado a un hospital.

Cada vez que paseo por Madrid creo reconocerme en cada cara y sé que muchos de ellos fueron el médico que yo quise ser, el héroe que nadie deseó parecer y puede ser que el herido que me contagió el dolor de sus heridas. Todos me inflan de orgullo, menos los que nos odiaron, todos me recuerdan que crecimos, menos los que mintieron y todos quedaron vivos, todos deberían de saber que también vives tú.

sábado, 15 de febrero de 2014

El viaje de Mariana

img_6726 A Pascual le atraparon sus ojos desde que se asomaron a la puerta del autobús. Le atraparon como una pajarera a la que él mismo había puesto el cebo, sin saber que la presa sería él .

Mariana tenía la piel morena de las mujeres de su país y un cantar dulzón en el habla, que salía por una boca de labios gruesos, jugosos y apetecibles.

Venían cuarenta y nueve palomitas más, pero ninguna con aquella sonrisa picarona que levantaba sus pómulos y mostraba unos dientes más blancos que la nieve de Peñacorada.

Podría haberse fijado en otra, pero después del primer beso en la mejilla, sus ojos se marearon siguiendo el vaivén de aquellas caderas redondas, aquel jersey ajustado y aquellos pechos enormes que asomaban por el escote atrevido y ya no vio a ninguna más. La siguió embobado por las calles del pueblo, que se habían vestido de gala para recibir a la Caravana y saltó y bailó al son de la charanga que asustaba a los pardales que asomaban bajo las tejas.

Mariana bailaba, meneaba las caderas y cantaba olvidando las penas que arrastraba por Madrid y las alegrías que dejó en Lima. El aire le enfriaba las mejillas pero no se arredró. Al fin y al cabo había venido a divertirse y a ver qué salía de aquella aventura. 

Nada más llegar vio apoyado en una pared a un tipo (Ramón) que removió algún rescoldo, aun medio encendido, en alguna parte de aquella arquitectura de mujerona, pero enseguida se dio cuenta de que sólo miraba el espectáculo sin querer participar en él. A pesar de todo Mariana no le quitaba ojo, tenía el porte de señor que aparece en un culebrón televisivo y unos ademanes seguros y pausados. Coincidió el beso que Ramón dio a su mujer con una mirada de Mariana a una nube negra que empezó a descargar agua.

En el baile que hubo tras la comida se le acercó Pascual colorado y con toda la timidez del mundo, a invitarla a bailar. Mariana accedió, pero se extrañó de que el tipo no le dirigiera la palabra en toda la pieza. Después Mariana  buscó por la sala la cara de Ramón, pero no la encontró. Fuera seguía lloviendo.

Por la noche ya había callado la charanga. Marchó el autobús, en él se iban del pueblo algunas menos de las que vinieron. Pascual pensó que si se iba Mariana se iba su gran ocasión. Mariana pensó por última vez en Ramón y el pueblo retornó al silencio habitual y a las afueras ladró un perro. 

jueves, 13 de febrero de 2014

Sabor a mi

Pareja-Bolero Cuando se levantaba cada mañana le parecía escuchar, dentro de la misma habitación, a la orquesta tocar el bolero de siempre y a ella susurrar a su oído la letra de la canción mientras bailaban.

Era la forma de empezar un nuevo día y de tomar aire, para soportar otro día más esa falta del oxígeno que la envolvía al andar.

Cada noche era un salto en la oscuridad y un soportar el peso de la ansiedad en el pecho, buscando desesperadamente su piel en el lado izquierdo de la cama, en el que ella nunca estuvo y ya nunca estaría.

Media vida palpando esa ausencia entre las sábanas, pero sabiendo que podría ahogarse en ese reflejo de mar, agarrado a sus ojos, en cualquier momento, como un regalo de la vida en el instante más inesperado. Tarde o temprano terminaba por presenciar el vuelo de palomas blancas en las manos de ella, como si le acariciasen a través del aire.

Aquel día, cuando ella cerró sus ojos al mar para siempre, pensó que podría sobrellevarlo. Al fin y al cabo los años le habían acostumbrado a respirar sus ausencias y a templar en solitario la temperatura de las sábanas. Sabía imaginarla flotando en el aire de la habitación, podía oler sus aromas enganchados de las hojas de los chopos por donde ella solía pasar y escuchaba su voz en cada tañido de campana o en cada susurro de brisa.

Pero no, le costaba recuperar todas esas sensaciones ahora que ella ya no estaba. Esta vez las noches ya se volvieron totalmente negras, porque se había apagado, para siempre, la luz de luna sobre la piel que antes alumbraba. Él se revolvía en la cama, tratando de recuperar su cara en la pared de las retinas, agitaba las manos en el aire oscuro tratando de tocar sus cabellos, como un clavo ardiendo al que agarrarse y sólo apagaba el clavo con las lágrimas. Era imposible empujar al reloj a cumplir horas y orientarse en el frío.

Hasta que un catorce de febrero, como escapando de uno más de los naufragios de las noches, le pareció que junto a su cama, ella le llamaba desde una pista de baile, envuelta en un destello de raso rojo y lanzándole su mirada como un salvavidas.

No, no es que enloqueciera, es que cantaba el aire dulce y ella susurraba a su oído la letra del bolero. Así cada despertar, hinchando el pecho para nunca más ahogarse. Pasarán más de mil años, muchos más…        

 http://youtu.be/CnNFKNdgxXI

lunes, 20 de enero de 2014

Jodida, pero mejorando

abuela La abuela está mejorando, lo ha dicho don Mariano, el médico.

Si es que van a matarla cualquier día a disgustos. No pasa jornada sin que llegue una impertinencia, una subida de la contribución, o un recibo de la luz más gordo que el último, que la ponga más p’allá que p’acá

Yo no la veo demasiado bien, vamos que no me parece a mí que esté muy católica. Pero bueno, no seré yo quien lleve la contraria a don Mariano, el médico.

No es que la abuela esté para morirse, pensábamos el día  que a su hijo Santiago le pusieron de patitas en un lunes soleado y a ella le dio el primer parrús. Y a fuerza de no darle importancia al ictus, la abuela se acostumbró a la cojera de la pata izquierda y a la torpeza de sus dedos, como si tal cosa y le pareció que estaba jodida…  lo normal.

Don Mariano aseguró que le tocaba cargar con la chapuza del anterior médico, que permitió a la abuela atiborrarse de sal, pero él arreglaría eso. Prescribió una dieta austera: fuera el chorizo, nada de jamón, el queso ni olerlo y a cambio un estupendo festín de acelgas hervidas.

Don Mariano predijo que mejoraría aunque se estuviera quedando en los huesos, que la anemia era coyuntural, que estaba limpiando la sangre y que tanta austeridad alimentaria, terminaría por hacer sus buenos efectos. Es que la abuela ha abusado del tocino por encima de sus posibilidades.

A la abuela le congelaron la pensión y la casa a fuerza de no alcanzarle para el gasoil de la calefacción y la cosa se agravó con un catarro de aúpa, cuyo consuelo consistía en que, al menos ahora, podría comerse los mocos. Don Carmelo aseguró que no hay mal que por bien no venga, que el aire fresco no es tan malo, es fresco, pero sano.

La familia de Santiago, su hijo, se fue a vivir con la abuela cuando se le terminaron las prestaciones por desempleo. La casa es más bien estrecha y camas no hay demasiadas, pero, aunque no les dieran una ayuda por dependencia de la abuela, podrían estirar su pensión. El día que don Mariano, el médico, vino a verla le dijo que daba gusto ver cómo sus familiares la cuidaban y la cara somnolienta de Rosita, su nieta , durmiendo con placidez junto a la abuela.

Hace poco fui a verla  y no me gustó un pelo su aspecto. Santiago en vez de llamar esta vez a don Mariano, el médico, había llamado al cura para que administrase a la abuela la extremaunción. Me acerqué a ella y pude oír su respiración fatigosa ¿Cómo está, abuela? le pregunté. La abuela abrió sus ojos despacio, con cansancio, me miró y dijo: Jodida, pero dice don Mariano que mejorando. Si don Mariano lo dice…

jueves, 2 de enero de 2014

Carta a los Reyes Magos

images Señores Reyes Magos, Majestades:

Me decido a escribirles de nuevo después de muchos años, convencido una vez más de la inutilidad de mis peticiones, pero poniéndole una trampa a la suerte, por si cae en ella.

Recordarán vuestras majestades mis cartas inocentes de aquellos mis primeros años, en los que era tan fácil creer en todo.

Un niño pobre lo es hasta pidiendo bienes materiales. Un balón o una bicicleta, no las dos cosas a la vez. Mis padres me enseñaron a no excederme pidiendo, Sus Majestades tenían muchos niños a los que atender y aun siendo mágicos, las fábricas de juguetes podrían quedarse desabastecidas y no haber suficientes regalos para todos los niños.

Había que portarse bien, para merecer los regalos de vuestras majestades, te lo recordaban cada vez que infringías alguna norma y por mi parte no recuerdo haber sido un niño excesivamente travieso, ni rebelde.

Recuerdo que los primeros años aparecía en mi habitación una bandeja con galletas de vainilla y una hermosa naranja, pero después vi a otros niños jugar con balones o con aquel disfraz de Llanero Solitario con antifaz y todo y un par de pistolas plateadas.

Ya no sé que pedía, pero sí recuerdo una cierta amargura en las mañanas del seis de enero al ver a otros niños exhibir los juguetes, mientras en mis zapatos apenas aparecía una caja de pinturas algún cuaderno y alguna muda nueva o calcetines.

Lo tomaba como un reproche a mi comportamiento y redoblaba mis esfuerzos en portarme bien.

Cada navidad una carta, una ilusión renovada y un apoyar la nariz contra los cristales fríos de los escaparates con juguetes. Desde muy pequeño aprendí a lustrar mis propios zapatos y me entregaba a esa labor con denuedo las tardes del cinco de enero y después recogía hierba para vuestros camellos y preparaba una bandeja con turrón y polvorones. También colocaba junto a la comida el porrón de vino, pues alguien me contó que a vuestras majestades les gustaba la pintilla.

A la mañana siguiente había desaparecido la hierba, se había secado el porrón y del turrón y los polvorones a penas quedaban las migas en la bandeja. Pero junto a los zapatos volvían a aparecer esas cosas tan necesarias como faltas de glamour y de ilusión . Mientras la calle se llenaba de balones y bicicletas y sonaban los disparos de las pistolas de mixtos.

No recuerdo a qué edad, pero fue pronto, reparé en que algún rapaz de los que exhibían gran cantidad de juguetes, no eran precisamente los que mejor se portaban, pero sí eran los hijos de gente pudiente. Entonces la idea de los Reyes Magos empezó a presentarse ante mí tras una cortina de recelos. Me costó asumir que los reyes podían ser magos, pero no eran precisamente justos.

Ya no creía en Los Reyes Magos, al menos no me parecían gente de fiar. Ni los Magos, ni los otros. Siempre me pareció que las coronas y las alfombras lujosas de los palacios, tapaban calvas indecentes o escondían mierda.

Un año dejé de poner hierba para los camellos y no coloqué la bandeja de polvorones y turrón, ni el porrón de vino. Debió de ser aquel año en el que uno tampoco encontraba motivos para portarse bien.

No sé si ahora merecerá la pena dirigirse a vuestras majestades, para pedirles una forma digna de vivir para mí o para mis compatriotas. Me asalta el temor de que, como siempre, sólo alcancen esa dignidad de vida los pudientes y sus hijos.

Pero no sé… quizá con los años, vuestras majestades hayan comprobado que no hay magia si no es justa, que sólo vale la pena creer en reyes si los reyes creen en la gente y no en los negocios y en los aduladores de la corte.

Puede ser que, de tener vuestras majestades magia, la empleen en conseguir un país que no deje a nadie atrás, que se avergüence de ver comer a la gente de los contenedores de basura, que no sustituya sin vergüenza la solidaridad por la caridad.

Pero no, no tengo demasiados motivos para creer en vuestra magnanimidad, demasiados años comiéndoos el turrón y los polvorones y bebiéndoos mi porrón de vino para dejarme las migajas.

Sin demasiada fe, me despido de vuestras majestades. ¡Salud!

Pd.  El año que apareció un tren eléctrico junto a mis zapatos, yo ya sabía que los reyes son los padres.