sábado, 29 de noviembre de 2014

Principio de Arquímedes

 

pardinas«Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja»

 

Arquímedes recibió en bautizo ese nombre por deseo de su padrino, un amigo de la familia amante del mundo clásico, que esperaba que el nombre dotara al pequeño de la curiosidad suficiente, para buscar el por qué de las cosas.

Desde muy pequeño Arquímedes ayudaba a su abuela a escoger las lentejas para el puchero, las lentejas de la cosecha guardadas en un talego de tela, colgado de un clavo bajo las escaleras.

A las lentejas les acosaban los gorgojos, esos bichos asquerosos que cría la legumbre y que inutilizan buena parte de la trabajada cosecha.

Arquímedes los retiraba uno a uno y apartaba las lentejas con el agujero típico con el que las ahueca el bicho.

Después de terminada la faena de escoger, las lentejas se ponían en remojo y las últimas que quedaban dañadas, flotaban como balsa salvavidas de los cocos náufragos, que se refugiaban en el interior de las pardinas.

Arquímedes observaba el fenómeno y le parecía que era una estratagema de los bichos para sobrevivir.

Después de muchos días de escoger lentejas y observar, elaboró una teoría que vio confirmarse toda su vida y que terminó escribiendo con tiza en el hueco de la escalera, donde colgaba el talego de las lentejas.

La teoría rezaba así: Pesen lo que pesen, los malos bichos siempre se las arreglan para flotar.

domingo, 23 de noviembre de 2014

¡Viva la feria!

64433_232462926913095_1593035389_n¡A correr a la calle, chiguitos! que empieza la feria. Tragad por los ojos, igual que yo devoraba, como el sol ilumina de fiesta el pueblo y las calles recuerdan que un día vivieron.

No importa el frío, los feriantes soplan su aliento en un tubo hecho con las manos y las frotan para calentarlas, llenado el aire de vapores de café y orujo.

Las furgonetas de los feriantes llegan donde antes paraban los carros cargados de ganado, o llegaban labradores forasteros con la vaca del ramal y el bolsillo de la pelliza cargado de manos toscas que esperaban los billetes de a mil.

Comienza a llenarse el bar, crecen en él los decibelios de las voces, las mesas arrastrando, los saludos innecesarios de los que siempre se saben cercanos.

La alfombra de césped verde del Camporrío ilumina el puente, sobre el mismo río que veía el ganado parado a sus orillas y atado a los chopos.

Mulas taciturnas, rebaños de ovejas, vacas pacientes rumiando el cambio de domicilio y las calles llenas de jaulas con pollos o conejos, algún pavo y gochos pintos. El ganado tomaba el pueblo.

Los puestos de la feria de hoy se van instalando para exponer productos etiquetados, frutos de la industria agroalimentaria, manejados por vendedores acreditados como manipuladores de alimentos.

Puestos con artesanía, almendras garrapiñadas, cachas y cencerras, exposición de tractores y la gente pasea entre ellos con un cierto aire de ropa de domingos, negando su pasado de tratantes de ganado vestidos de amplio blusón, con recovecos donde guardar el fajo de billetes envuelto en papel de periódico.

Las calles se llenan de gente de los pueblos vecinos, que transitan por la villa por los mismos lugares por los que deambulaban los gitanos feriantes, buscando con pillería el trato ventajoso con el que vender la burra.

Ración de callos con cerveza en el bar para brindar por el reencuentro. Paseo p’allá y p’acá, papeletas para la rifa, concurso de tortilla de patatas y muchas actividades para entretener al personal y llenar el periódico digital de la comarca.

La feria no quiere morir y se reinventa; Si decíamos vacas, ahora decimos cecina, si decíamos ovejas ahora gritamos queso curado y donde decíamos gocho ahora decimos chorizo.

La feria de hoy la terminaremos con chocolate a la taza de plástico desechable.

Qué tiempos aquellos, chiguitos.

Nada tiene ya que ver el apretón de manos, como firma de entonces, con el  rico sabor de los chorizos de ahora.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Otoño

10509475_366416133517874_6914204806641543892_nHa llegado la humedad a las calles del pueblo, lavando polvo, llenando charcos de sensaciones guardadas en el olvido, y trepando a hurtadillas por los poros de los adobes viejos.

El aire se ha vuelto fresco y acaricia los rostros con esa sonrisa del sádico, que administra con lascivia progresiva el dolor del frío, rodeando las esquinas y las callejuelas abandonadas y azotando las últimas hierbas y las últimas flores. 10805486_1083022668390166_2105523880_n

Han huido del cielo las aves amigas del calor y sólo quedan las resistentes; los estorninos envueltos en sus llamaradas negras por el cielo, las palomas que invaden como ocupas los nidos de las cigüeñas, los vilanos patrullando los campos y los pardales al abrigo de las tejas de los aleros.

10754960_1083024228390010_2063896823_nEl pueblo sigue lleno de los recuerdos de las risotadas de los jóvenes, de las carreras de los niños y de la terraza del bar llena de reencuentros. Pero todo eso se ha ido, ha vuelto a una realidad que ya no duele por vieja.

Ha terminado ya la vendimia, se prepara la tierra para el sueño invernal y la gente se deja seducir por el reinado de los hongos y las castañas, el hervor del mosto y una entrega absoluta al amor de la leña y la paja.

Se mueren los chopos, agotando la hemorragia de hojas ocres y vistiendo la luz10815630_1083024485056651_1755961560_n de colores cálidos, como si fuera una anestesia para lo que ya está llegando.

Casi no da tiempo a distinguir el otoño del invierno, demasiado parecidos, casi indefinida su frontera y ambos sumergidos en las tardes cortas y los amaneceres fríos. Uno viene a ser el hermano pequeño que aspira a llegar al tamaño del mayor y a emular sus hazañas de frío.

En la tarde prematura se extiende por el aire el olor a humero destilando roble y llamando a recogida, como una sirena que anuncia un bombardeo frío de lluvia y viento y las gentes abandonan las calles a su propio silencio, a las farolas a su soledad y comienza a bullir la banda sonora de los aullidos de los perros.