jueves, 31 de marzo de 2011

LENGUA PROPIA

Chato le llamaban al  gañán, que por un motivo que no viene a cuento, nos acompañó a un pueblo de Valencia.
Poco y poco lejos había salido el mozo de su pueblo. Se lo había impedido el rebaño de ovejas churras que guardaba desde que dejó la escuela. Ya se sabe, el ganao…
Pero aquella vez iba a ver, nada menos que el Mediterráneo, ese mar tan famoso por todo y por las pibas que decían que andaban por allí casi en cueros, o sea, casi coritas.
Llegamos por la tarde y el motivo que nos llevó allí, habría de esperar al día siguiente, así que dimos una vuelta por el pueblo.
-¿Qué leches hablan estos? dijo El Chato al oír la lengua del lugar.
- Que va a ser, Chato, ¡pues valenciano!
- Y eso… ¿qué coño es?
-Pues su lengua propia
-¡Anda mi madre! ¿tienen que tener lengua propia? ¿no les vale el español, como a todo el mundo?
-No seas animal, Chato.
Fuimos a cenar y la chica nos dijo amablemente: bona nit, ¿qué voleu dinar?
El Chato la dijo, como con retintín, que nosotros solo sabemos chamullar en español.
-Si esta tontita de baba, vuelve a venir con la cantinela del valenciano ese de las pelotas, la voy a hablar yo en mi lengua propia y se va a enterar.
-¿Si? ¿qué le dirás?, entiende perfectamente el castellano.
-Ya veréis. El Chato estaba esperándola para el postre.
-Ara ting unas taronjas molt bonas
- Pues mira, ata la cacina a la talanquera pa que no apercolle a la sobreborra
Como soy de la zona, le entendí, pero visto que los dos hicieron lo imposible por no entenderse, hubo que poner paz para no quedarnos sin postre.

lunes, 28 de marzo de 2011

La Cueza

Cuando los tiempos eran diferentes, en el Valle de La Cueza pacían  las ovejas, triscaban las cabras y dormitaban plácidamente al sol las vacas, en los meses ociosos, sin carro del que tirar ni arado con el que arañar la tierra.
Entonces se hacía fuego sin incendios, porque el pasto siempre estaba bajo y verde y ningún matojo crecía hasta la altura que alcanzaba el ganado.
Algunos pueblos de los actuales, empezaron siendo una reunión de chozas de pastores, a las que después se unió una iglesia y por último se les empezó a matar con un alcalde.
El hombre era el hijo de la naturaleza, cuidaba del ganado, limpiaba las fuentes, cantaba las canciones viejas y contaba historias a la luz y el calor del fuego.
Mi padre se hizo hombre allí. Cuando cumplió los once años, mal aprendidas las cuatro reglas y las pocas letras, la necesidad familiar le llevó a vivir solo en una caseta pastoril, para guardar la cabaña de mulas de su pueblo.
Allí empezó a escuchar los cantos de los pájaros, a distinguir el tomillo del orégano, a recordar cada olor y cada madriguera.
Supo del placer de tumbarse en la hierba, del miedo en la soledad de la cabaña, a las noches de tormenta  y al aullido de los lobos.
Años después mi padre trabajó con las máquinas del ICONA para roturar los montes de roble y sustituirlos por unos pinos que mataron La Cueza y todavía hoy permanecen olvidados, sin entresacar ni podar ni aprovechar,
Años después, después de la emigración, después de otra vida, mi padre quiso llevarme a La Cueza en unas vacaciones de agosto.
Ya verás, me decía, hay que madrugar mucho, en las mañanas de verano en La Cueza, los olores son una bendición, cantan los pájaros y el aire es tan limpio que llegan sin dificultad los sonidos de los pueblos que están a varios kilómetros.
Fuimos en bicicleta. Subimos La Loma, llegamos a San Pedro, subimos La Varga y recuperamos el resuello en la planicie del páramo. Después bajamos suavemente hacia el valle y las rastrojeras se convirtieron en hierba, los espinos en árboles y en un centenar de metros, pareció que cambiásemos de país.
Al llegar al valle mi padre paró su bicicleta y empezó a mirar a su alrededor y a olfatear el aire y a menear la cabeza.
Cuando empezó a hablar dijo:
- ¿Qué han hecho? Esto está abandonado. La hierba está alta y seca, el monte lleno de zarzas, los caminos arados y por donde pasa el río solo hay un barrizal entre husos, juncos y maleza.
Volvió a pedalear y yo le seguí.
-¿A dónde vamos? pregunté
-A mi fuente, respondió
Pedaleamos un par de kilómetros por un camino recto que discurre por ese punto en el que el monte se convierte en valle y llegado a cierto lugar se paró. Empezó a caminar sin rumbo, en círculos, mirando al suelo y tratando de orientarse.
En un lugar determinado se paró mirando a un hilillo de agua que nacía del suelo y corría suave, valle abajo.
Se arrodilló donde manaba el agua y como desesperado empezó a cavar con las manos.
No estoy seguro, pero me parece que mi padre me escondió sus lágrimas

viernes, 25 de marzo de 2011

Llorar p'adentro

Lloraba p’adentro desde niña, porque la enseñaron a no perder en lágrimas las fuerzas necesarias para vivir.
Lloró p’adentro cuando dejó su pueblo para irse a servir a Madrid, quitando una carga a su familia.
Lloró p’adentro, también de felicidad p’adentro, al salir de la casa de su padre con él.
Lloró p’adentro al verle marchar al cementerio a enterrar una cajita de madera, con su primera hija muerta a punto de vivir.
Lloraba p’adentro  cuando él marchaba a la mina, temiendo por él y de alivio cuando él volvía.
Lloraba p’adentro cuando él emigró solo, porque el carbón ya no era de un negro tan dorado como el petróleo.
Lloró p’adentro cuando le vio derrumbarse, en tierra que no era la suya, perdiendo la fe en sus propias fuerzas.
Lloró p’adentro cuando vio que a él, le quería rondar la muerte y de la tierra solo le separaba un bastón.
Pero cuando a él le explotó el pecho, lloró tanto p’adentro,
 que no supo más que naufragar en el mar de lágrimas viejas y antes de dos años, sus hijos  la enterraron con él.

martes, 22 de marzo de 2011

MARZO

Algunas veces marzo mayea. Con tantas ganas de primavera olvida que el invierno aún pervive hasta el final de la tercera semana y practica con disparos de rayos de sol las primeras caricias desde septiembre.
El frio cede, buscando sus cuarteles, donde se esconde poco a poco, mas no del todo.
Las primeras abejas ensayan sus vuelos buscando polen entre las tempranas margaritas, hermanas del trébol.
Cuando marzo se percata de la realidad, no puede evitar el viento helado que abrasa las pieles, corta los labios y recuerda de donde viene, de las entrañas más desoladoras del invierno.
Pero el equilibrio empieza a ser controlable. Casi sin darse cuenta se debilitan los hielos, se difuminan las nieves y el padre sol encuentra tiempo y espacio para asentarse entre las plantas.
Los trigos, antes asustados por las nieves y la escarcha, comienzan a tejer una alfombra verde, que se extiende entre lomas y valles y convierte los campos yertos en una promesa de pan.
Han engordado las yemas de los chopos, están preñadas las puntas de las lilas y asoman con timidez los primeros geranios en las ventanas.
Tiempo de alimentar los campos, estercolar el huerto y llamar al baile del hombre con la tierra.
Hay que salir al campo, abandonar la pereza y las brasas de la hornacha, planificar las labores de la tierra, capear las paredes con barro nuevo y trabajar para que la tierra vuelva a ofrecer un futuro de pan y vino. 

lunes, 21 de marzo de 2011

MADRE

Al amor que provocó tu vida, le llamaron lujuria.
A mi vientre hinchado, le llamaron pecado.
 A tu crecimiento imparable en mis entrañas, le llamaron vergüenza.
A la fuerza de mis ojos llorando, la llamaron penitencia.
 A mi decisión de seguir adelante, la llamaron necedad.
Después, cuando naciste, los que predican la caridad, el respeto a la vida y la hermandad entre los hijos de Dios, nos explotaron, nos oprimieron y por fin en nuestra desgracia, nos olvidaron.
A pesar de todo, vivimos.

miércoles, 16 de marzo de 2011

BRUJAS

En el pueblo se comentaba que Maruja y Amelia eran brujas. Ninguno sabía exactamente por qué se decía, ni en qué consiste en realidad la brujería, pero nadie tenía ninguna clase de amistad con ellas, ni dudas de su mal agüero.
En la cantina se comentaba que, una madrugada, alguien las vio llegar de San Pedro de Cansoles, lugar en el que a decir de las gentes, se reunían las brujas de los alrededores  a bailar y a copular con El Maligno, en noches de luna llena.
Amelia tenía un hijo y nadie en el pueblo sabía de quien, pero las comadres murmuraban en el lavadero, que por fuerza, debería de ser un fruto de sus andanzas nocturnas, con el Príncipe de las Tinieblas.
Ovidio se reía de las supersticiones de sus paisanos, no le parecía posible que, de verdad, alguien pudiera creer en tamañas bobadas.
Una mañana, cuando Ovidio había decidido ya emigrar, y se dirigía a esperar al coche de línea, acompañado de su padre, aparecieron Maruja y Amelia con el muchacho. Venían del camino vecinal que entra en el pueblo por detrás de la iglesia.
El padre de Ovidio dio un codazo a su hijo y le dijo:
-Ahí llegan las brujas, de bailar en San Pedro de Cansoles.
Ovidio le miró y le respondió:
-Cá ¿y habrían de llevar al chiguito también?
Cuando llegaron a su altura, se colocaron a su lado, también a esperar al coche de línea.
De Maruja, Amelia y el chaval, nunca más se supo. De Ovidio alguien comentó, que se había casado con una mujer pero que vivía con dos bajo el mismo techo.

martes, 15 de marzo de 2011

MOTES

Al cura nadie le llamaba Don Eutimio.
Ya es raro que el populacho ponga un mote al cura. La gente se ensaña con los clérigos de otra manera.
Don Fulano olía mal, Don Mengano tenía brillos en la sotana, de plancharla sin lavarla, Don Peraltano era aficionado a sobar a sus feligresas, Y Don Zutano un putero.
Pero siempre con el Don por delante, se hablaba de seres humanos con muchos defectos, ampliados por el ojo de los que les temían y veneraban.
Pero con aquel párroco la cosa era diferente, cuando se le veía en su coche, un dos caballos cedido de amortiguadores, sufriendo su defecto físico de tener la cabeza ladeada desde la base del cuello, algún hijo de su madre dijo: ahí va “Brisca”.


Nuca supe cómo se llamaba aquel paisano, cuando me tenía que dirigir a él, procuraba dar algún giro dialéctico que no me obligase a preguntarle su nombre y a reconocer que solo conocía su apodo.
El vendía hortalizas en el mercado, a fin de cuentas solo había que preguntarle el precio y hacer el pertinente pedido.
No se debe de hacer mofa de los defectos físicos, pero aquel tío con una pierna mucho más corta que la otra y los andares lógicos de su tara, describiendo círculos con la pata charela, hizo que alguien deleznable y genial le pusiera “El Afilador”

domingo, 13 de marzo de 2011

Pedrito

Pedrito era un hijo de las ganas, de las ganas de comer, de las ganas de vivir, de las ganas de creer.
Pedrito era sobrino de los sueños, de los sueños de la paz, de los sueños del amor, de los sueños de viajar.
Pedrito era nieto del hambre, del hambre de pan, del hambre de amor, del hambre de horizontes.
A Pedrito le hablaban de la guerra, del hambre, del miedo.
Pedrito sabía leer poco, sumar poco, restar poco.
Pedrito sabía trabajar, arar, sembrar, acarrear y trillar.
Pedrito sabía del dolor, del trabajo, de las penas, del sudor.
Por eso cuando a Pedrito le sobraba un poco de pan del bocadillo, antes de dárselo a su perro, lo besaba.

jueves, 10 de marzo de 2011

CARNAVAL

De pronto nos descubrimos en  medio del bullicio de la gente, dándonos cuenta de que estábamos buscándonos, desesperadamente el uno al otro.
O mejor, yo creí descubrirte a ti y tú pensabas que me descubrías, como si hubiésemos estado siglos separados.
Yo te saqué a bailar entre las miles de máscaras, que cubrían a miles de desconocidos y tú, quisiste danzar, al son de lo que parecía la música más bella del mundo.
Los dos nos preguntábamos si valdría la pena, volver a morir de amor otra vez, envueltos en el caos de aquel carnaval. Y decidimos huir, apartarnos de la multitud, sus deudas viejas y sus prejuicios.
Cuando te tomé de la mano para correr juntos hacia la libertad, que se escondía tras las puertas, oímos la voz de siempre, que nos decía: Vamos Romeo, venga  Julieta, está a punto de pasar el doctor y no habéis tomado aún la medicación.

martes, 8 de marzo de 2011

Un dúo

Desde que nací tengo un tumor en el costado. No es demasiado grande, ni molesto, pero influye en mi vida de una manera definitiva.
Cuando tengo miedo, siento que emana de mi costado un calor que me infunde valor.
Cuando tengo dudas, acaricio mi costado, me da seguridad en mis decisiones.
Si me enamoro, he llegado a sentir que desde mi tumor, tengo celos de mí mismo.
Cuando un golpe de suerte llena mis bolsillos de dinero, encargo para mi costado un fajín en ricas telas y preciosos bordados.
Cuando me alimento bien y me doy a la buena vida mi tumor engorda, como yo. Pero si adelgazo, mi tumor también mengua.
Parece mentira, pero siento que comparto mi vida y decisiones con mi tumor, incluso creo que mi vida se rige por dos cerebros, el mío y el suyo.
El médico me aconseja extirparlo, dice que es un gemelo
fallido, pero yo me sentiría muy solo.

domingo, 6 de marzo de 2011

EL SIFONERO

El Sifonero no iba a misa los domingos.
No tenía nada que ver con sus ideas políticas, nada contra la religión, ni los curas.
Sencillamente el domingo era el día de la semana que más sifones y gaseosas vendía,  con su carro y su percherón, en aquel pueblo minero.
Otros habían desertado de las minas y del pueblo, cuando empezó la guerra. Huían de las represalias de los falangistas y dejaron un pueblo lleno de guajes y viudas de hecho.
Al Sifonero no se le pasó siquiera por la cabeza la posibilidad de huir, solo se dedicaba a dar de comer a su familia con su trabajo en la fábrica de gaseosas, por eso no lo entendió.
No entendió sus miradas de odio cuando le sacaron de su casa delante de su mujer y sus muchos hijos.
No entendió los empujones hacia la camioneta, ni los insultos.
Y no entendió por qué, en la tapia del cementerio, las balas quemaban su pecho por dentro.

AHORRO ENERGÉTICO

No puedo ahorrar, por más que lo disponga,
ministro tontalán, ni presidente,
como a la mayoría de la gente,
me toca ir enganchado de esta conga.
Si mi sueldo adelgaza cada año
y amenazan mi vida las reformas,
pues me acostumbraré a beber del caño,
aceptaré el lo dejas o lo tomas,
para a mi faltriquera no hacer daño.
No puedo soportar, de todas formas
que diga este ministro con voz fina,
que a ciento diez no somos manirrotos,
ni que los que tenemos bolsos rotos,
parezca que meamos gasolina.

jueves, 3 de marzo de 2011

TAPIAS

Cuando las paredes que delimitaban las posesiones eran de tapial, tenían la base ancha, para luego reducir, poco a poco su grosor hasta cierta altura. Desde allí para arriba, se seguían construyendo con adobes y se remataban con tejas, al solo objeto de evitar la erosión de la lluvia.
Eran paredes de huerto, tapias de corral de animales, macetas de enredaderas. Paredes con la puerta abierta, que guardaban el alma de la gente al amor de la fogata y de la familia.
Después llegaron las paredes de bloques y ladrillos. No es que no estuvieran inventadas, no. Lo que se descubrió fue la forma de comprar los ladrillos y los bloques de hormigón, dando esquinazo a la macal.
Paredes rectas y ya sin límite de altura y ligadas con cemento comprado y no con barro de arcilla y paja amasados con trabajo.
Como son paredes resistentes a las inclemencias, terminan desnudas o vestidas con cristales rotos, para asustar a los que saltan tapias. Si no guardasen alguna posesión, no merecerían ser escaladas. Paredes con alarmas y cerrojos, perros y vigilantes, que más que proteger, encierran a quienes las habitan, dejándoles a merced de los peligros interiores.
Llegado es el tiempo de no fiarse ni de las paredes. Lo que ya es demasiado grande, se guarda con alambradas.
Vallas electrificadas, que amenazan de muerte a quien las viole. Cercas de la vergüenza que separan a los hombres por sus planes para comer mañana. Alambres de espinos que desgarran a los que más allá, ven la misma tierra y las mismas piedras.
Vallados de las cárceles, de los cuarteles, de los latifundios, de las fronteras, del frente de guerra.
Lo malo de las alambradas es que si te sitúas cerca de ellas y ves a alguien al otro lado, terminas por no saber contra quien de los dos existe la valla.