sábado, 25 de abril de 2020

Esta tarde ha llovido


Cuando una gota de lluvia cae al suelo lo hace sin estruendo, de forma inadvertida y anónima, como cuando se mece una brizna de hierba al son del viento. Pero cuando va aumentando la lluvia, su sonido, el de miles o millones de gotas, termina con todos los sonidos previos y esparce por el aire una alarma, que apremia a refugiarse.
Esta tarde el cielo se nubló, como estas últimas tardes de primavera, en las que parece que el sol se cansa de los días más largos y la luz se vuelve menos intensa.
 Las nubes se dibujaban más oscuras en el cielo y parecía que amenazaba, ya no tan lejos, el  estruendo de un  cielo enfadado y gruñón.
Me he sentado en los escalones del umbral de mi puerta, esperando una vez más un espectáculo tan nuevo y tan antiguo como una tormenta, con la sensación de ser el único espectador en el patio de butacas.
Había una nube más oscura que las demás, aproximándose por la carretera que sale del pueblo, después del puente sobre el río. Tenía a su alrededor una cortina de agua y vaho, que se estaba desplomando sobre Valdejindia, ya despoblada de majuelos, con un estruendo lejano y amenazador, fanfarroneando de poder terminar con el mundo y con la luz.
¡Quién no teme a una tormenta no teme a dios! me decía mi madre cuando yo era un niño, embelesado con los quehaceres de las nubes oscas. Ella cerraba puertas y ventanas, sacando las estampas, encendiendo velas y temiendo el final de los tiempos.
La nube oscura erró el tiro y salió desviada por encima del Alto del Castro, apenas tocando de refilón al pueblo y llevándose con ella su maldición de gotas, que acribillan cuanto encuentran al caer. Detrás de ella quedaron otras nubes gregarias, de esas que no tienen el suficiente valor para hacer temblar los tejados y más que descargar su furia, lloran dulcemente su nostalgia del mar sobre la hierba.
El suelo de cemento de mi calle empezó a mojarse, primero con algunas gotas que se extendían al chocar contra el pavimento, estampando pequeños intentos de cráter de un color más oscuro y después dibujando brillos y reflejos de las tapias abandonadas a su suerte.
La lluvia era mansa pero abundante, haciendo temblar a los charcos que se habían formado y pintando nuevos reflejos en el cemento.
No hay sinfonía como el caer de las gotas, ni director de orquesta capaz de aunar tantos instrumentos como el agua tañe.
 Las tejas con un sonido agudo y opaco, los charcos con el chasquido del agua contra el agua, los troncos huecos con unos graves secos haciendo de contrabajo, las gotas que rebotan de un tejado a otro de un nivel inferior, el correr precipitado por los tubos de las bajantes, que desaguan en las aceras, los canalones de PVC que ríen con la corriente, salvando las paredes de las viejas casas, el repiquetear de la lluvia contra las hojas de los árboles y de los rosales, la hierba estremecida, los pájaros escondidos.
La calle entera estalla con los cantares del agua, mientras alguna golondrina sigue arriesgando su vuelo rasante en busca de insectos.
Es imposible abrir los ojos que escuchaban cerrados, sin padecer un escalofrío ante tanta belleza gratuita.
 No se puede conservar la ira, ni los nervios exaltados, ni tensar el rostro, ni los músculos alerta, ni la atención a otra cosa que no sea el concierto.
Y no he podido aplaudir porque mis brazos se han rendido y mi cuerpo ha dejado de pesar.
Pero ha “escampado” ya.

miércoles, 1 de enero de 2020

Feliz año nuevo

Resultado de imagen de año nuevoDesperezad los ojos a la niebla, mirando por la ventana, como si estrenáseis algo nuevo.
Algo que se envuelva en celofanes de televisión, en vestidos de lentejuelas y músicas de cualquier tiempo, pero recordad que no es más que otro día que amanece, pegado a las rutinas, cargado de ayer y atado a la rueda que nos arrastra en su inercia.
No se han ido los lobos que aúllan tras cualquier cerro, ni las cencerras pueden permitirse la calma, pero yo os deseo valor para guardar lo vuestro.
Vosotros, los resistentes, los que os sabéis, con más pena que rabia, los últimos de una estirpe de supervivientes, merecéis que los días sean calmos y que vuestro saber no muera despreciado.
Para éste día que amanece, os deseo la paz del silencio, a los que ya sabéis que lo que quieren venderos por nuevo, no es sino otra vuelta de la vieja rueda. Yo deseo que no se os muera la necesidad de inventar cada mañana a vuestra medida, ni se os terminen la leña y la paja.
Los que sabéis sacar de la tierra pan y del trabajo leche y miel, merecéis que la vida os pague en especies y el arado se torne ligero, la mansedumbre de los bueyes y la gracia del dios de la lluvia.
Los que buceáis en los estanques del saber, aprendiendo lo que ya supieron otros, los que esperáis que vuestra alma se cargue de la sabiduría vieja de la tierra, tened presente que os deseo humildad y ansias de beber de las fuentes y ganas de enseñar lo que descubráis. Nada como una cantimplora llena de saber, para el desierto que nos amenaza.
Los que sospecháis que el camino ya es más corto y por eso vuestro andar es más lento, sabed de mi deseo de que no os falte la compañía, ni un bastón en que apoyaros, ni una sonrisa agradecida, ni el pan, ni los regalos.
Los de la ijada al hombro, las que alumbran a nuestros hijos, los del hacho poderoso, los que construyen con nuestra madera y nuestra arcilla, las que sostienen nuestras casas, los que traen y llevan nuestras necesidades, los dueños del arado y señores del surco, las que amortiguan nuestra vejez, los que desgastan sus manos en fabricar pan y escudillas, los que nos enseñan, quienes nos curan, quienes desde lejos nos añoran, quienes nos aman. Tened todos buen año.

martes, 10 de diciembre de 2019

Ladera de las flores


¡No pasarán! gritaban presos de un fanatismo ciego, mientras reventaban las bombas.
¿Pero no lo ven, madre? Ya estamos solos. El gobierno ya no está aquí, no les queda ni munición y la calle es un montón de escombros.
Ya han pasado, hija, nadie se fía de sus vecinos, y tenemos más hambre que sueños.
El bombardeo terminó y los enterrados salieron a la calle.
Más escombros, más casas caídas y un trozo de pan negro para cenar.
Después de una noche de desvelo, amaneció una mañana limpia. Si no abrían los ojos podrían ver gente bullendo por la calle a sus quehaceres, niños jugando confiados.
-¿Qué haces, niña? No salgas a la calle, es muy peligroso
-Voy a plantar unas macetas, madre. Cuando esto termine habrá que empezar por sembrar flores.

https://www.youtube.com/watch?v=gX1QhvXeVkI

lunes, 2 de diciembre de 2019

In vino veritas




Por San Andrés, el mosto vino es. Al menos podremos calentar el cuerpo desde dentro.
Las carrales disimulan en lo oscuro de la bodega, sin querer avisar del milagro producido en sus vientres de madera vieja.
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Nadie debería de vivir sin unas sopas y un trago de vino, aunque fuera un vino ácido, aunque hubiera que dosificarlo con chorro fino de bota.
Lo bueno de espitar es la esperanza en el fruto, el segundo anterior a clavar la espita y ver chorrear el vino hasta el jarro.
A la luz del candil parece como si el líquido rojo emitiera su propia luz. La cosa consiste en que sea transparente, que caiga ligero, que el ruido en el jarro sea… el mismo escuchado desde la niñez. Casi con eco, salpicando chispas de líquido, llenando de calor el silencio de la cueva de arena.
El vino en todas sus labores acarrea alegría, reuniones de familia y bromas, canciones, juegos. Se olvidan entonces los sudores que el vino se cobra por adelantado. Las heladas de la poda, los calores del verano, el dolor de riñones de la vendimia jocosa, el acarreo de los terreros, el baile descalzo sobre el orujo, los trasiegos, los tufos.
Vino para alegrar las mesas, vino mojando el pan con azúcar de los chiguitos, vino para reponer los sudores del segador, vino para charlar con los amigos, vino para cerrar un trato, vino para esperar, vino para recibir noticias de los ausentes, el vino en jarro cura el catarro, vino como pa una boda.
En vaso tosco, en porrón (no mames), en copa generosa, en bota a la sombra de un negrillo, en la zamarra de un pastor. El vino acude al rescate de las almas doloridas o de los espíritus cansados de esperar que se cumplan las promesas, como un bálsamo, curando heridas, calmando fiebres, espantando calores.
Bendito milagro el vino.

martes, 26 de noviembre de 2019

Las gallinas


    
Los días corren tras ella amenazantes, como trayendo pegadas a sus suelas el fin de un plazo.

Él ya hace años que murió, le traicionó el corazón un amanecer de los que traen frío. Llovía como escurriendo las lágrimas que ya ni corren por el llano y ella le secó la humedad del sudor con un moquero, en el minuto que vivió en sus brazos, antes de apagarse mirándola. Ni al médico tuvo tiempo de llamar.
A ella sólo le quedaron los rezos, la pensión de mierda y unas gallinas con las que conversar mañana y tarde, a falta de los hijos, que vuelven de puente a puente arrastrados por la corriente de la deserción.
Aun le queda la costumbre de escribir cartas. ¿Cómo os va, hijos?  El invierno llega otra vez, como si llegara para algo más que para meterse por la lumbre a cargarla de leña y paja ¿qué tal las notas de los chiguitos?
Ella tiene siempre cargada la batería de su teléfono móvil, por si sus hijos la llaman. Estoy bien, dice ella, fastidiada del reúma, pero bien. ¿Cuándo tenéis un puente de esos para venir?
Cada poco hay un entierro, una reunión de resignados con un cura viejo al frente, que ya receta los réquiems con la soltura de la costumbre, a hisopazos, que amenazan más que consuelan.
Los de los servicios sociales ya vinieron a verla una tarde. Que si quiere ir a la residencia, que si en casa sola, que a su edad…
Claro, si me llevan… tendré que matar las gallinas, ¿qué pintan?
Las flores de la tumba de él se han secado ya desde Los Santos. Nada, cuatro crisantemos de una esquina del corral y un jarrón de plástico de los chinos, comprado un sábado de mercado, que un vecino la llevó con su coche.
Llevó para cambiarlas unas flores de plástico, las metió en el jarrón, con unos cantos dentro, para que no las lleve el aire de diciembre y se santiguó para rezarle un padrenuestro.
¿Cómo lo hiciste tú, Marcelo? Ya te aburrías sin tierras y ganado y te largaste.
Los hijos no vienen este año en Navidades. Trabajan como burros y se tienen bien merecidas las vacaciones en Candanchú.
Ayer mató la última gallina y la metió al arcón, el saco de trigo se lo regaló a un vecino.
Otra vez lloviendo, qué asco de invierno. Entre los visillos vio venir a la asistente social, con una carpeta bajo el brazo y acompañada de un tío relamido, que no conocía.
Menos mal que maté las gallinas.

miércoles, 3 de julio de 2019

La nube


Dice el labrador al trigo: para Julio te espero, amigo.
Y esperando estaba Alipio a que llegasen las cosechadoras un día de Santo Tomás Apóstol.
La mañana se despertó con sol, con una brisa del saliente muy normal en los días de verano y con los vencejos piando a rás de suelo tras los insectos.
Pero allá a media mañana, se cruzó con Alfonso camino de Los Corrales y estuvieron de acuerdo en que ese sol no les gustaba un pelo, rabiaba ya alto y abrasaba la piel que quedaba a su merced.
Para el medio día se despidió de los amigotes en el bar, con un vamos a ver si están los fréjoles. La calle ya estaba hecha un infierno.
Bochorno, sol sádicamente picante y una calma del aire, eran los agentes encargados de retirar de la circulación el aire que respirar y los culpables de que Alipio arrastrase las zapatillas por el asfalto derretido de la carretera, naufragando, camino de casa, en la galbana.
Después de un ratico de siesta, de esas que traen tan malos despertares, con el cuerpo como saliendo de un post operatorio, se asomó a la ventana por ver en qué declinaba el día.
 La cosa no apuntaba bien. Por la parte de Las Cercas empezaban a aparecer unas nubes, que digo grises, más bien negras y muy poco tranquilizadoras y la luz del día empezaba a entristecerse, cada vez que el sol se escondía tras cualquier nube.
A las cinco y media los primeros truenos y los primeros ruidos, los vencejos raseando las calles y la gente mirando al cielo desde los dinteles de las casas.
A las seis se armó picuda. Primeros goterones que se espanzurraban contra la tierra. Poco a poco más y más fuerte y Alipio al bar, que era la primera puerta abierta.
Allí miraban todos como embelesados, como se desplegaba una densa cortina de agua y disimulaban los temblores ante cada trueno, ante la escandalera de luz y sonido que regalaba el cielo.
A las seis y media se fue la luz y quedaron en el bar en penumbras, a merced de los fogonazos de luz de los relámpagos.
Las caras de los tres o cuatro labradores que estaban allí, se fueron poniendo más que serias, cuando vieron rebotar en la calle los primeros granizos.
Una cosa era la expectación de los primeros veraneantes, al disfrutar de la cisquera meteorológica y otra cosa muy distinta las caras largas de los labriegos.
El que no repasaba el estado de sus seguros de pedrisco, pensaba en cómo serían de gordos los granizos en Hontanares. El año no es que viniera de maravilla, faltó algo de agua en mayo, pero por lo menos todo el cereal había nacido bien y mejor o peor había ido granando. ¿Y los girasoles, qué va a ser de los girasoles, tan tiernos aún?
Cuando allá para las siete menos cuarto empezó el bombardeo de perdigones de hielo, del tamaño de las avellanas, todo el mundo, por muy veraneantes que fueran, se echó las manos a la cabeza y Alipio empezó a hacer lo que en muchos años no hacía; rezar.
¡Madre mía! dijo Aurelio, de ésta no queda nada. ¡Hostia, hostia! Sólo atinaba a decir Alipio.
La cosa quedó en agua y a las ocho menos diez, vino la luz.
Parece que escampa, dijo Alipio. Salió por la puerta del bar, camino de casa, rezungando entre dientes.  Amigo de Santo Tomás, siempre tomas y nunca das.

miércoles, 22 de mayo de 2019

PEREZA

No tengo mucho que hacer por las mañanas. Amanece despacio en éstos días en los que acaricia el sol y brilla el verde de los árboles.
En realidad por las mañanas el pueblo está igual de mudo, de quieto y de vacío que siempre.
Ésta mañana se cayó otro tejado, el de la casa de Los Terreros, una familia que hace décadas marchó del pueblo, bueno hace décadas que se fueron todos.
Por éstas calles sólo paseo yo, antes me preocupaba si se caía una tapia, si algún corral se llenaba de zarzas, pero ya no. Estas ruinas han sido siempre mi hogar, por aquí corrí de chiguito, acosando a cantazos a los pardales, de mozo trepando a la higuera desde donde ver acostarse a Manuela, y ahora paseo sintiéndome el dueño del pueblo.
Al principio me sentía solo. Nadie iba al bar cerrado, nadie a misa a la iglesia, ningún chaval a la escuela, ni siquiera oía la bocina del panadero pitar, ni venía el coche de línea. La cosa es que me he ido acostumbrando, mi pueblo es más mi pueblo que nunca, hasta los vencejos me parecen míos.
Al fin y al cabo, a nadie dolió mi soledad, nadie se preocupó el invierno que me puse tan enfermo, ninguna autoridad se preocupó de asfaltar la carretera, a nadie le importó que cada semana se arruinase una casa y nadie se ha enterado de que yo llevo siete años muerto.