miércoles, 31 de julio de 2013

A la luna en carro

imagesMe pareció buena ocasión de decírselo al pueblo un domingo, después de misa, un día que se había convocado a concejo, para ya no me acuerdo qué.

Vecinos, marcho. ¿A donde?, me preguntaron. Voy a hacer un viaje a la luna una noche de estas. Voy a preparar el viejo carro de vacas de mi abuelo y una noche de luna llena despegaré del alto del castillo.

Se desató el desmadre, todos comentaban mi noticia y había división de opiniones. Unos decían que soy borile y otros que estoy modorro.

El alcalde y el secretario me exigían el pago de la licencia de construcción de la nave, es la ley.

Mi mujer me llamó irresponsable y entre lloros me preguntó qué sería de ella si no vuelvo.

Mi hija pensó en ir conmigo pero al final me dijo que ir a la luna mola, pero he quedado con mis amigos.

Adriano echó la gorra para atrás, se rascó la cabeza y dijo: Si se te ha antojado, ¡a callar los pequeños!.

Mi jefe me dijo que en fin de semana, que haga lo que quiera, pero el lunes a las seis como un clavo en el curro.

Mi amigo Tomás me dijo que estoy loco, que no me puede acompañar, que tiene mucho trabajo, pero me ayudaría en la preparación del viaje.

Entre Tomás y yo levantamos una cabina de tablero contrachapado, encima del carro y a las ruedas les acoplamos los peines de la vieja segadora/gavilladora, para que hicieran de aspas que impulsen la nave.

La primera noche de luna llena, Tomás y yo llevamos la nave al alto del castillo, arrastrada con una moto, y allí nos dimos un abrazo de despedida, antes de empezar el vuelo.

Desde el alto del castillo, dejando caer el carro por  la cuesta que va al cementerio, para coger velocidad y haciendo girar a los peines, pude despegar antes de chocar contra la iglesia.

El pueblo estaba precioso bajo la luz de plata y quise dar una vuelta de despedida alrededor. Vi por última vez mi casa, el Alto del Castro, di una última vuelta para ver mi huerta y tiré una rosa desde arriba antes de apuntar a la bola blanca y luminosa.

Como veis ya he vuelto, de la libertad siempre se vuelve.

Si veis que estoy como ausente, que miro, pero no veo, que a veces apuntan a mis ojos lágrimas de nostalgia, no os preocupéis, es que estoy en la luna.

¿Que qué vi allí? haber venido conmigo, sólo os diré que el combustible de mi nave era esa sustancia de la que están hechos los sueños.

sábado, 27 de julio de 2013

La escuela

la-autoridad-en-la-escuelaLa escuela de párvulos se situaba entre tres carreteras y dos calles, encaramada en un puente sobre una reguera. Un cruce de caminos es el mejor lugar para aprender a tener dudas desde la más tierna infancia y desde entonces, las dudas han sido mi mejor herramienta para aprender.

Pizarra bajo el brazo y pizarrines de piedra o de manteca en el bolsillo y  a la escuela. La carretera estaba escoltada por viejos chopos, a mano derecha la tienda de Lobete, donde comprar de todo, a la izquierda la huerta del cura y en llegando a la tienda de Mari Cruz (la de Everilda), frente por frente estaba la escuela.

Buenos días tenga usted, era el saludo pactado con Eva, la maestra, una muchacha agradable y de buen carácter que aun no tenía como herramienta de enseñanza la vara verde.

Y las mañanas de los inviernos pasaban al calor de la estufa entre ya no me acuerdo qué lecciones ni qué dibujos.

A veces la maestra se ausentaba y se desataba el guirigay de los chiguitos, el hurto de pizarrines y la carrera de todos a la ventana, cuando alguien dijo: ¡mirad! Javi (el del carretero) se ha corrido la escuela. Y todos veíamos con envidia la carretilla de madera que Javi paseaba entre los cantos, mientras los demás estábamos presos en la escuela. ¡Correscuelas, correscuelas! le gritábamos desde la ventana y él aceleraba su vehículo para desaparecer, antes de que le viera la maestra.

En aquella escuela yo aprendí a saludar al llegar y al despedirme y a defenderme, más bien mal, en la selva de la convivencia con otros, pero la recuerdo con nostalgia.

Después la escuela dejó de funcionar, Eva, la maestra se casó con Gabino, un guardia civil pelirrojo, con un gran mostacho y se fueron del pueblo.

Al cabo de unos años, la señal de que nos hacíamos mayores, fue que derribaron la escuela.