domingo, 27 de febrero de 2011

CONTABILIDAD

No resistía ni un momento más en la cama.
Cuando era niño, los días de mi cumpleaños me despertaba temprano, como se despierta uno el día de Reyes.
Más de medio siglo, parece mentira, pensé mientras daba la última vuelta remolona en la cama. No supe si alegrarme o deprimirme ante la cruda realidad.
El maldito dolor de espalda me hizo dejarme de filosofías y de una vez decidí saltar, es un decir, de la cama.
Las vértebras lumbares protestaron airadamente como si a un engranaje se le hubieran colado un tropel de cantos entre los dientes.
Tengo la teoría de que los dolores en el cuerpo, solo son los dolores ya olvidados del alma, que aumentan cuando un dolor nuevo, que nunca faltan, busca un lugar en la memoria donde perderse.
Salí a la calle a pasear, tengo la manía de contar los pasos y se cuantos pasos hay exactamente en muchos trayectos.
De mi casa al silo, hay ciento diecisiete pasos. Del silo al frontón, noventa y tres. Del frontón a los pontones de Socastillo, ochenta y cuatro. De Socastillo a mi casa, ciento dos. Total trescientos noventa y seis pasos.
Es una cosa muy extraña, la contabilidad de los pasos siempre ha sido exacta y hoy me han salido doce pasos más. 

viernes, 25 de febrero de 2011

El obispo, la mula y el arriero

La gente de categoría, de alta alcurnia, no dice tacos.
La gente de nobleza de cuna, no tiene de qué arrepentirse, no huele mal, tiene las normas por sagradas, come con cuchara brillante y no mancha sus dedos con la salsa.
La gente bien, no invita, recibe en casa, tiene amistades, no amigos y está integrada y relacionada con todo el mundo bien pensante y bien viviente.
Pero cuando salen de su burbuja sanitaria y tienen que pisar el lodo de las calles, o transitar bajo el aguacero, necesitan un bruto de la chusma que les transporte impolutos, o les sujete el paraguas, para que no se enturbie su pureza de sangre, adquirida por la gracia de Dios, unas veces, o del dinero, casi siempre.
Al bruto chusmero se le desprecia y se le mal paga, pero se le necesita. Por lo tanto se sufren con resignación, sus desvaríos y sus reniegos, porque la clase baja sabe resolver problemas que la gente bien resuelve pagando, aunque sea poco.
Así me contó mi padre, que en cierta ocasión, hubo de transportar un arriero a un obispo a visitar una parroquia de su diócesis.  
Como quiera que se llegaba a aquellas fechas tras una semana de lluvias, los caminos se encontraban embarrados y en muy mal estado.
En medio de la nada, las ruedas se hundieron y el carro, ni para atrás, ni para adelante.
El arriero, consciente de la importancia y autoridad del señor obispo, arengó a su bestia con un desusado cariño.
¡Hala mulica, sácanos del lodazal! Y la mula sorda.
¡Venga animalito! agitando las riendas, da un tironcico. Y la mula necia.
Impaciente, el señor obispo, preguntó el porqué de aquella espera y el arriero le contestó que la mula estaba de huelga de patas caídas.
-¿No se puede hacer algo? Preguntó el obispo.
- Si su ilustrísima me permite hablar al animal en nuestro idioma, creo que podré solucionarlo.
-Haz algo, hijo mío, por el amor de Dios, dijo el obispo.
Así que haciendo chascar la tralla y al grito de ¡¡Arre, mula!!  ¡¡ mecagüenlaputalobispo!! El animal sacó el carro del bache como si vinieran mil demonios.
El obispo se santiguó y dijo: perdónale, Señor, este si sabe lo que hace, pero había que salir del bache.

martes, 22 de febrero de 2011

Astorga, 1981

No puede ser. Yo también llevo uniforme, como ellos.
Si la cosa se alarga, habrá desordenes, puede que la gente se lance a las calles a defender su derecho a la palabra y la vida en libertad.
No puedo despegar la oreja de la radio y palpo la incertidumbre de mis compañeros, que solo rompen su silencio para preguntar a otros ignorantes qué pasará.
Se suceden las horas despacio y hemos olvidado el sueño, la madrugada se estira.
Si nos sacan a la calle tendremos que empuñar el fusil cargado. ¿A quién perseguirán mis balas?
No pienso obedecer las órdenes de disparar, no a mi pueblo, no a mi gente. No ataré manos callosas como las mías. No regaré con sangre la sumisión de mi patria.
Si tiene una oportunidad el amanecer, la pesadilla habrá terminado. Maldito febrero, solo me quedaban tres meses de mili.

sábado, 19 de febrero de 2011

CHUCHO

Cuando tenía catorce años, mis padres quisieron que ingresara en aquel colegio de curas. No les culpo, seguro que su intención era la de hacer de mi un hombre de provecho, que no tuviera que pasar las penurias que ellos pasaron.
Allí empecé a estudiar en los libros de la vida, pero empezando por una lección que, seguramente, no se correspondía todavía con mi edad.
Jesús (Chucho) trataba de aprender las mismas lecciones que yo, alternando las bofetadas de la vida sin afectos, con las que nos propinaban los curas.
Así entre complicidades, clases, y ratos de cantar mal a dúo, maltratando a una guitarra, empezamos a ser más hermanos que amigos.
La adolescencia galopaba sin freno por nuestras venas y juntos, experimentábamos las mismas rebeldías, los mismos deseos, las mismas dudas. Éramos almas gemelas.
El tedio de los días laborables, entre libros, rezos y trabajo gratuito en la imprenta de los curas, lo combatíamos como podíamos con algún rato en el frontón y otros de charla y de confidencias.
Los domingos nos dejaban salir por las tardes y al principio íbamos al campo de fútbol de un equipo en división regional, que dejaba pasar gratis a los alumnos del colegio. Hasta que un año después,  con más ganas de hembra que de fútbol, descubrimos el colegio de Las Irlandesas, donde unas palomitas enjauladas a perpetuidad, incluidos los domingos, nos llamaban desde las ventanas.
Nosotros hacíamos un amago de exhibicionismo, sacando entre la cremallera de la bragueta el dedo más largo y ellas, escandalizadas, nos miraban con un ojo, tapándose el otro con las manos y gritando histéricas: ¡no miréis, no miréis! Solo era un dedo.
Pero ellas no se apartaban de las ventanas y parecía que los domingos por la tarde nos estuvieran esperando. Recuerdo que cada vez fingían menos escándalo, hasta que alguna incluso enarboló su sujetador por bandera, para nuestro sonrojo.
Con el caballo de la testosterona desbocado, se nos subió la rebeldía a la azotea y empezamos a protestar en el colegio, airadamente por todo. Por la comida, por el trabajo en la imprenta, por los curas mete mano y por lo que se nos ocurría con razón o sin ella.
Así que, tanto molestar, cuando terminó el curso nos expulsaron, alegando nuestra falta de vocación sacerdotal.
No vivíamos muy lejos el uno del otro, solo a quince kilómetros, pero en los años que siguieron nos vimos pocas veces. Yo seguí mis estudios en otro lugar y él empezó a trabajar en alguna fábrica.
Una mañana de agosto, al ojear el periódico en el bar, leí la noticia del atentado terrorista del día anterior, en la estación de Atocha de Madrid. Había varios muertos y heridos, pero uno de los fallecidos llamó mi atención.
Jesús Emilio Pérez Palma, con domicilio en Mondragón (Guipúzcoa).
Chucho solo tenía diecinueve años, una sonrisa ancha, una mochila y muchas ganas de vivir.

viernes, 18 de febrero de 2011

ARTE CONTEMPORÁNEO

El conjunto provoca en mí sentimientos de desolación.
La autora ha conseguido reflejar en su obra, el desorden reinante en nuestros días, visto desde la perspectiva de quien se ve arrastrada por una corriente imparable de pasividad.
La luz reflejada en los objetos de la composición, devuelve al espectador una sensación indescriptible de caos indolente.
Esa fuerza brutal de los libros, en formación desordenada sobre la mesa, esa soledad de la chaqueta abandonada sobre la cama, esa dejadez decadente de la ropa interior colgada del respaldo de la silla.
Mi espíritu experimenta sensaciones encontradas de furia y ternura en un mismo instante.
No es que yo entienda demasiado de arte contemporáneo, es que ya me duele la boca de decirle a mi hija que ordene su habitación.

miércoles, 16 de febrero de 2011

LATIDOS GRAVES

Algo me ocurre en los oídos. Una vez en un reconocimiento, el médico se mostró extrañado al comprobar que mis oídos, parecen haberse desplazado por la banda de frecuencias audibles.
Hacia los graves, mi cerebro percibe frecuencias que no reciben normalmente los humanos. Y también sucede que pierdo audición en los agudos, que todo el mundo oye.
Se ha dado cuenta el médico, que entiende de esto, pero para mí ha sido normal escuchar zumbidos diferentes al acercarse distintas personas, en distintos estados de ánimo.
También he observado que no es normal, escuchar los latidos del corazón de la gente a cierta distancia, como me ocurre a mí.
Esta peculiaridad me ha permitido saber de los sentimientos y los pensamientos de otros, sin mucha dificultad. Pero lo que no sé, es que le pasa a esta mujer.
 Ese zumbido, que parece venir de su cabeza y el ritmo de su corazón, me resultan desconocidos.

sábado, 12 de febrero de 2011

Dos Reinas

http://www.youtube.com/watch?v=uVnjqi37tCY

Febrerico Loco

Febrero respira una atmósfera diferente por las mañanas.
Es invierno, como en enero, pero cada día se levanta, tratando de olfatear en el aire, una nueva esperanza de primavera.
Los meteoros cambian de actiud cada poco tiempo, como si quisieran que nadie controle las estaciones.
Puede haber sol, lluvia o niebla. Quizá alguna noche la nieve pille desprevenidas a las calles. Pero nada es definitivo.
La helada aprieta las clavijas al amanecer, pero teme al sol, porque sabe de su poca clemencia con la escarcha.
Las nubes se vuelven dubitativas. Se agitan en el cielo, presas del dilema entre la lluvia, los copos o el aterrizaje suave, como niebla pasajera sobre la tierra.
El viento unas veces corta como un precipicio de cristales rotos y otras, acaricia con el sol suavemente las pieles, aún temerosas bajo la ropa.
Son días de charla de vecinas en La Solana, de lanzar al campo los primeros retos a la fertilidad.
El labrador se arma con las tijeras de la poda y escala los manzanos o inclina su espalda en los majuelos dormidos.
Y de los campanarios o de lo más alto de los olmos desmochados, llega a los oídos de la gente un crotoreo desenfrenado, que es la canción de amor de las cigüeñas.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Pequeñas venganzas, miserias y complicidades

Aquella mañana mi jefe debía de sentirse generoso y en uno de esos ratos en los que no estaba enfadado con el mundo, me invitó a tomar un café de media mañana en el cercano bar del polígono industrial.
De no muy buena gana le acompañé al bar, solitario a aquellas horas. Solo estaba la camarera.
Tras los buenos días mi jefe pidió un café con leche, bien cremoso y a mí me sirvió la chica un café solo.
Mi jefe se dirigió al lavabo, la camarera estaba entretenida en la limpieza de la cocina y yo me quedé solo en la barra.
Una vez lo vi en una película y siempre tuve ganas de hacerlo y aquella mañana la soledad me animó.
Después de cercionarme de no ser visto, escupí en el café con leche de mi jefe.
En ese momento salió de la cocina la camarera y al ver la escena, se sorprendió incrédula.
Cuando salió del lavabo, mi jefe comentó que le encantaba la cremosidad del café con leche de aquel bar.
 La camarera le dio las gracias por el cumplido, después me guiñó un ojo y sonrió.

domingo, 6 de febrero de 2011

¡Corre amigo, corre!

Después del partido de fútbol me dirigí a las duchas con mis compañeros.
Es agradable recibir la caricia del agua caliente sobre la piel, tras un baño de frío y barro en la cancha de juego.
El Padre Larrauri se acercó al cabo de un rato a la puerta de las duchas, sumidas en una niebla cálida y con unas palmadas mandó ir terminando con el placer del agua.
Horacio y yo nos hicimos los remolones un ratito más bajo el agua, se estaba bien.
Mi compañero y yo nos duchábamos de espaldas,  por pudor, aunque reíamos y bromeábamos.
Al poco tiempo apareció el Padre Larrea sonriendo y con unas palmadas en las nalgas, le dijo a Horacio que éramos unos desobedientes.
Horacio gritó: ¡Corre, amigo, corre!

martes, 1 de febrero de 2011

Mi otro yo

Un torbellino me separó una mañana de mi otro yo. Me vi envuelto en una debacle que terminó con mi sentimiento de pertenencia a una unidad. Ya no pertenezco a nadie, ya no sirvo apenas para nada, ya han terminado los tiempos de caminar codo con codo.
Tengo la impresión de dejar mi vida a medio vivir, mi cuerpo a medio gastar, mis fines a medio cumplir.
Cuando llegue otra mañana y mi vida siga inútil, pensaré que otra parte de mi media vida, está echándome de menos y alcanzando la media muerte como yo.
No sé para que le doy tantas vueltas al asunto, solo soy un calcetín viudo y los calcetines no piensan ni hablan.

Mi otro yo

Un torbellino me separó una mañana de mi otro yo. Me vi envuelto en una debacle que terminó con mi sentimiento de pertenencia a una unidad. Ya no pertenezco a nadie, ya no sirvo apenas para nada, ya han terminado los tiempos de caminar codo con codo.
Tengo la impresión de dejar mi vida a medio vivir, mi cuerpo a medio gastar, mis fines a medio cumplir.
Cuando llegue otra mañana y mi vida siga inútil, pensaré que otra parte de mi media vida, está echándome de menos y alcanzando la media muerte como yo.

No sé para que le doy tantas vueltas al asunto, solo soy un calcetín viudo y los calcetines no piensan ni hablan.