lunes, 2 de diciembre de 2019

In vino veritas




Por San Andrés, el mosto vino es. Al menos podremos calentar el cuerpo desde dentro.
Las carrales disimulan en lo oscuro de la bodega, sin querer avisar del milagro producido en sus vientres de madera vieja.
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Nadie debería de vivir sin unas sopas y un trago de vino, aunque fuera un vino ácido, aunque hubiera que dosificarlo con chorro fino de bota.
Lo bueno de espitar es la esperanza en el fruto, el segundo anterior a clavar la espita y ver chorrear el vino hasta el jarro.
A la luz del candil parece como si el líquido rojo emitiera su propia luz. La cosa consiste en que sea transparente, que caiga ligero, que el ruido en el jarro sea… el mismo escuchado desde la niñez. Casi con eco, salpicando chispas de líquido, llenando de calor el silencio de la cueva de arena.
El vino en todas sus labores acarrea alegría, reuniones de familia y bromas, canciones, juegos. Se olvidan entonces los sudores que el vino se cobra por adelantado. Las heladas de la poda, los calores del verano, el dolor de riñones de la vendimia jocosa, el acarreo de los terreros, el baile descalzo sobre el orujo, los trasiegos, los tufos.
Vino para alegrar las mesas, vino mojando el pan con azúcar de los chiguitos, vino para reponer los sudores del segador, vino para charlar con los amigos, vino para cerrar un trato, vino para esperar, vino para recibir noticias de los ausentes, el vino en jarro cura el catarro, vino como pa una boda.
En vaso tosco, en porrón (no mames), en copa generosa, en bota a la sombra de un negrillo, en la zamarra de un pastor. El vino acude al rescate de las almas doloridas o de los espíritus cansados de esperar que se cumplan las promesas, como un bálsamo, curando heridas, calmando fiebres, espantando calores.
Bendito milagro el vino.

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