sábado, 12 de febrero de 2011

Febrerico Loco

Febrero respira una atmósfera diferente por las mañanas.
Es invierno, como en enero, pero cada día se levanta, tratando de olfatear en el aire, una nueva esperanza de primavera.
Los meteoros cambian de actiud cada poco tiempo, como si quisieran que nadie controle las estaciones.
Puede haber sol, lluvia o niebla. Quizá alguna noche la nieve pille desprevenidas a las calles. Pero nada es definitivo.
La helada aprieta las clavijas al amanecer, pero teme al sol, porque sabe de su poca clemencia con la escarcha.
Las nubes se vuelven dubitativas. Se agitan en el cielo, presas del dilema entre la lluvia, los copos o el aterrizaje suave, como niebla pasajera sobre la tierra.
El viento unas veces corta como un precipicio de cristales rotos y otras, acaricia con el sol suavemente las pieles, aún temerosas bajo la ropa.
Son días de charla de vecinas en La Solana, de lanzar al campo los primeros retos a la fertilidad.
El labrador se arma con las tijeras de la poda y escala los manzanos o inclina su espalda en los majuelos dormidos.
Y de los campanarios o de lo más alto de los olmos desmochados, llega a los oídos de la gente un crotoreo desenfrenado, que es la canción de amor de las cigüeñas.

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