Todos los sentidos, y nada más que ellos, tienen su importancia en ese momento.
Uno escucha cada palabra, unas veces dulces, otras alegres, incluso alguna vez soeces y es una música que te hace ser consciente de que tus orejas nunca tuvieron tanta importancia.
El olfato hace que cada esencia perdida en el aire te penetre en el cerebro. El aroma de su piel al aire, los efluvios de su pelo que de pronto se hacen patentes.
Su boca sabe a olas dulces y a la vez saladas y tu lengua confunde los sabores en una mezcla endiablada, de la que no es posible descubrir su química.
El tacto se convierte en una forma natural de morir. Las manos pueden perderse por caminos, que explorados o no, siempre son nuevos. A través de la piel, que ignora las barreras del vestir, captas mil fuentes de calor apretado y puedes sentir como sus manos aprisionan tu nuca contra sus labios.
Pero los ojos son los que te hacen caer en un precipicio sin vuelta, en el momento del beso, cuando hartos de aspirar la luz de su rostro, los fotones de un mundo que se derrumba, las formas de su cuerpo único en la multitud, se cierran para poder seguir viendo más allá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario