Con las primeras luces apuntando tras las lomas, hubo que ignorar los pinchazos de los músculos, que querían negarse a abandonar el lecho y estirar los brazos hacia el cielo en busca de, no sé qué cuerda de salvación, de la condena al trabajo.
Los párpados quisieron superar la sensación de roce de madera sobre arena y al fin abrieron un resquicio en cada ojo para encender el mundo.
Con solo una voz abandonaron los camastros los brazos útiles de la casa, sin preguntarles la edad,ni el sexo, ni por su descanso.
Galletas de vainilla, la copa de aguardiente, chaqueta de pana para espantar el relente mañanero y después de uncir las vacas al carro, carretera y manta.
Camino de cantos hasta la tierra y el carro traqueteando a tamballadas supera la distancia con pereza.
Un brazado tras otro, pinchado en los dientes de la horca, se acomodan en el carro, tapan los laterales, levantan los telerines y ocupan el lugar del aire que empieza a calentar el sol, la mies se embarca en un viaje preestablecido.
En la era, sopas de ajo con torreznos, después de esparcer sobre el círculo de paja de ayer el fruto del acarreo. Vino ácido para lavar el polvo de los labios y observar el sol colándose amenazante por las rendijas del sombrero de paja.
La trilla da vueltas a los demonios del sueño y los tábanos bailan buscando la sangre de cualquier víctima, persona o animal. Las moscas devoran a las vacas por los ojos y el sol aplana cualquier plan de otra vida mejor.
Y cuando el astro tirano se coloca en lo más alto del cielo, al fin se cambia la paja por la olla y la familia de condenados se sienta a la sombra de una chopa para reponer las fuerzas del cuerpo.
La luz resulta cegadora, en los principios de la tarde del verano, cuando los restos del naufragio del madrugón se amodorran en una calma chicha.
Un rato de sucumbir a la tentación del sueño. La trilla está medio hecha, las vacas sueltas en las balsas del río y la siesta es un bálsamo imprescindible que construye un poco de paz sobre los zumbidos de las moscas.
No sabe si lo soñó o lo vio entre las rendijas del sombrero sobre la cara, pero supo que el futuro hablaría de que el pan, sin siega a hoz, sin acarreos, sin la gloria del aparvadero, con menos dolor de espalda, resultaría a la gente aún más caro.
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