La escuela de párvulos se situaba entre tres carreteras y dos calles, encaramada en un puente sobre una reguera. Un cruce de caminos es el mejor lugar para aprender a tener dudas desde la más tierna infancia y desde entonces, las dudas han sido mi mejor herramienta para aprender.
Pizarra bajo el brazo y pizarrines de piedra o de manteca en el bolsillo y a la escuela. La carretera estaba escoltada por viejos chopos, a mano derecha la tienda de Lobete, donde comprar de todo, a la izquierda la huerta del cura y en llegando a la tienda de Mari Cruz (la de Everilda), frente por frente estaba la escuela.
Buenos días tenga usted, era el saludo pactado con Eva, la maestra, una muchacha agradable y de buen carácter que aun no tenía como herramienta de enseñanza la vara verde.
Y las mañanas de los inviernos pasaban al calor de la estufa entre ya no me acuerdo qué lecciones ni qué dibujos.
A veces la maestra se ausentaba y se desataba el guirigay de los chiguitos, el hurto de pizarrines y la carrera de todos a la ventana, cuando alguien dijo: ¡mirad! Javi (el del carretero) se ha corrido la escuela. Y todos veíamos con envidia la carretilla de madera que Javi paseaba entre los cantos, mientras los demás estábamos presos en la escuela. ¡Correscuelas, correscuelas! le gritábamos desde la ventana y él aceleraba su vehículo para desaparecer, antes de que le viera la maestra.
En aquella escuela yo aprendí a saludar al llegar y al despedirme y a defenderme, más bien mal, en la selva de la convivencia con otros, pero la recuerdo con nostalgia.
Después la escuela dejó de funcionar, Eva, la maestra se casó con Gabino, un guardia civil pelirrojo, con un gran mostacho y se fueron del pueblo.
Al cabo de unos años, la señal de que nos hacíamos mayores, fue que derribaron la escuela.
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