Me pareció buena ocasión de decírselo al pueblo un domingo, después de misa, un día que se había convocado a concejo, para ya no me acuerdo qué.
Vecinos, marcho. ¿A donde?, me preguntaron. Voy a hacer un viaje a la luna una noche de estas. Voy a preparar el viejo carro de vacas de mi abuelo y una noche de luna llena despegaré del alto del castillo.
Se desató el desmadre, todos comentaban mi noticia y había división de opiniones. Unos decían que soy borile y otros que estoy modorro.
El alcalde y el secretario me exigían el pago de la licencia de construcción de la nave, es la ley.
Mi mujer me llamó irresponsable y entre lloros me preguntó qué sería de ella si no vuelvo.
Mi hija pensó en ir conmigo pero al final me dijo que ir a la luna mola, pero he quedado con mis amigos.
Adriano echó la gorra para atrás, se rascó la cabeza y dijo: Si se te ha antojado, ¡a callar los pequeños!.
Mi jefe me dijo que en fin de semana, que haga lo que quiera, pero el lunes a las seis como un clavo en el curro.
Mi amigo Tomás me dijo que estoy loco, que no me puede acompañar, que tiene mucho trabajo, pero me ayudaría en la preparación del viaje.
Entre Tomás y yo levantamos una cabina de tablero contrachapado, encima del carro y a las ruedas les acoplamos los peines de la vieja segadora/gavilladora, para que hicieran de aspas que impulsen la nave.
La primera noche de luna llena, Tomás y yo llevamos la nave al alto del castillo, arrastrada con una moto, y allí nos dimos un abrazo de despedida, antes de empezar el vuelo.
Desde el alto del castillo, dejando caer el carro por la cuesta que va al cementerio, para coger velocidad y haciendo girar a los peines, pude despegar antes de chocar contra la iglesia.
El pueblo estaba precioso bajo la luz de plata y quise dar una vuelta de despedida alrededor. Vi por última vez mi casa, el Alto del Castro, di una última vuelta para ver mi huerta y tiré una rosa desde arriba antes de apuntar a la bola blanca y luminosa.
Como veis ya he vuelto, de la libertad siempre se vuelve.
Si veis que estoy como ausente, que miro, pero no veo, que a veces apuntan a mis ojos lágrimas de nostalgia, no os preocupéis, es que estoy en la luna.
¿Que qué vi allí? haber venido conmigo, sólo os diré que el combustible de mi nave era esa sustancia de la que están hechos los sueños.
Guardame un cachín de luna, llevaré un cachín de utopía, compartimos risas y de paso tiramos adobes con puntería a la tierra, a ver si espabilan un poco "los terrícolas".
ResponderEliminarAbrazote utópico, Irma.-
La idea es buena, pero a ver que nave hacemos ahora, que en el carro fui muy justo.
EliminarNo se... Le he echado el ojo a una cosechadora vieja abandonada.
Un beso, Irma. Vuelve por aquí.