sábado, 14 de diciembre de 2013

Las luces

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Cada año por esas fechas, a ella le gustaba llevarle al centro de la ciudad, por ver si el ambiente navideño le encendía una brasa, que le avivase por dentro.

La tarde cayó como si lloviera. Oscureció y poco a poco se fueron encendiendo las luces de los coches, las luces de las farolas, las luces de los árboles de navidad.

A él nunca le gustó la navidad. Demasiados recuerdos en negro, demasiada niebla, demasiadas ausencias.

Enfiló del brazo de ella la Calle Mayor, esa calle recorrida mil veces, con olor a castañas asadas en los inviernos y un bullicio silencioso, sin estridencias, sin gritos, muy a la medida de gentes parcas hasta produciendo lágrimas de alegría.

Yo te sujeto como siempre, le dijo ella, apóyate en mi brazo y camina igual que en cada paseo juntos, como si fuera ayer, de la misma manera que lo hemos hecho en los últimos treinta y dos años.

Y él caminó hacia adelante sin vacilar, con esa fe ciega en quien te ha conducido, con mano firme y segura, por el borde de un precipicio, sin dejarte caer.

Metió la mano derecha en el bolsillo del abrigo que ella eligió, como elegía siempre su ropa. Él nunca entendió de colores, ni de combinaciones de prendas, ni de tonos, pero desde que la conoció no le hizo falta. Él era elegante porque ella lo era, él tenía gusto al vestir, porque ella lo tenía, él andaba seguro sobre los adoquines, porque ella le daba seguridad.

La gente caminaba por la calle con paso apresurado, en una inútil huida del frío. Las bocas exhalaban vapor y la lana cubría las ganas de liberar la piel. El aire dolía al respirarlo y la humedad caía al suelo, hecha cristalitos brillantes.

Continuaron los dos andando bajo los soportales y oyeron tocar a los músicos callejeros. Acordeones tristes y violines nostálgicos, le parecieron el más bello concierto que puede interpretar un hombre atrapado en la desgracia y pensó que la banda sonora de la Calle Mayor, le había contado como nadie a qué huelen los bancos en los que nadie se sienta, cual es el sonido de los pasos que aceleran al oír la música, por qué no hay pájaros en los portales.

Ya estamos cerca mi amor, le dijo ella, y él asintió con la cabeza vendada. De sobra sabía el número de pasos que hay desde el parque hasta el Cruce de La Gorda y desde allí a la entrada de la Plaza Mayor, los metros que hay desde la castañera hasta los villancicos del ayuntamiento.

Ella lo condujo hasta el centro de la Plaza Mayor, que les pareció a ambos el centro del mundo y allí le retiró la venda de los ojos y tomó su cabeza entre sus manos besándole los párpados.

Al fin, después de la operación, pudo decirle la frase que siempre había soñado decirle y él esperaba oír desde el día en que nació: ¡Abre los ojos! Y él con ganas, pero con miedo, los abrió.

Ahora si podía ver la música de las campanillas, y mirar cara a cara el rostro de la helada, sentir la altura del árbol de navidad de la plaza sin tener que escucharlo.

Aquel ser que tenía delante, debía de ser ella y no supo interpretar el brillo acuoso que pendía de sus ojos, pero le pareció la más bella visión que se había perdido tantos años.

Cuando las luces de navidad se encendieron en sus ojos por vez primera, cuando vio correr a los niños, cuando en su mirada se descorrieron las cortinas, se sintió como nunca cercano a la locura y supo por primera vez que aquello que le desbocaba el corazón, era alegría.

3 comentarios:

  1. Qué fuerte...! Hacía tiempo que no leía un relato tan bello.

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  2. Maravilloso amigo. Me tocaste la fibra sensible. Un gusto leerte. Abrazos...

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  3. Sabes? Leía y en el hombre elegante que lo era porque ella lo era veía al James Stewart de "Que bello es vivir" que es mi cuento de navidad favorito. El tuyo también me ha gustado mucho :)

    Un beso grande, no tardes tanto la próxima vez

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