Era un lugar que uno no quisiera haber abandonado jamás. No
tenía consciencia de cuánto tiempo llevaba allí, pero tenía la sensación de
estar envuelto, acompañado y protegido por un ser del que yo mismo formaba
parte.
No sé cómo fue, pero empecé a comunicarme mentalmente con
aquel ser, que me envolvía y que me trasladaba dulzura y esperanza.
No te acerques a la puerta, si la abres caerás a un
precipicio y aun no estás preparado para sobrevivir. No te preocupes, todo
llegará.
Y fue pasando el tiempo, con ese dulzor parecido al
despertar lento y perezoso de una mañana de invierno, entre las mantas
calientes.
Ya está llegando la hora, tienes que ser valiente, me
dijeron las ondas mentales de aquel ser.
De pronto me vi envuelto en una corriente de agua, que se
escapaba entre la puerta hasta ahora prohibida y me vi empujado hacia el
precipicio.
Por vez primera sentí miedo y también curiosidad y un ímpetu
que me empujaba hacia la puerta.
Sentí una presión insoportable en mis sienes, que parecía
que iba a reventarme la cabeza y esa sensación de estar atrapado que todavía
hoy me agobia, cuando me encuentro en un ascensor o en algún lugar cerrado.
Otro apretón de las paredes me expulsó definitivamente al
exterior y mi piel húmeda sintió frío por primera vez. Frío y miedo.
Cuando sentí un golpe en mi cuerpo, grité. Grité con fuerza,
con miedo, con rabia, apreté los puños y en lo sucesivo siempre he reaccionado
así ante los golpes.
Mis pulmones se llenaron de aire, para seguir gritando
y la comadrona me puso en el regazo de mi madre que me ofreció un dedo para que
mi puño apretara algo más que rabia.
Hace unos días pensaba que hacía mucho que no nos deleitabas con tus escrito y no has. Tardado en hacerlo, muy guapo y lleno de sensibilidad
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