martes, 26 de abril de 2011

La Cigüeña

Cigueña con pajaMadre, preguntó Tina de niña, ¿como se tienen los niños? Y su madre la miró con ternura, pero con temor y vergüenza.

Temor a pronunciar las palabras prohibidas, y vergüenza de contar a su hija el camino del pecado, del que el padre advirtiera en sus sermones y en sus consejos de confesión.

-Tina, mi niña, a los niños les deja la cigüeña en la ventana de las mujeres que se les merecen, envueltos en una mantilla y un pañal.

Y Tina creció sabiendo que las personas no pueden nacer como cualquier otro animal, para eso son personas.

Seguramente la dignidad de las personas les impedía nacer envueltas en sangre, tripas y excrementos, como ella misma había visto nacer a los jatos y a los corderos y a los perros.

Y así creció Tina, dando a las palabras el significado exacto que su inocencia conocía.

Cuando le conoció a él, les encantaba pasear juntos por El Soto, contemplar los atardeceres de octubre desde las almenas del castillo, ocho veces centenario, recoger las flores de los prados en primavera y pasear el camino vecinal en las noches de agosto, mirando a la senda de las  estrellas.

Aquella noche ella se vio arrastrada por un fuego, que parecía salir del pecho de él y que a ella envolvía en las mismas llamas y dejó que el incendio terminara con su inocencia, porque le amaba.

Pero él se fue, al comenzar el otoño, dicen que a Barcelona a trabajar y nunca volvió.

Una mañana de Marzo, al despertar, sintió que la ausencia de él, producía dolor en la misma parte de su cuerpo, que una noche de junio, sintió mil oleadas de placer.

Lloró y gritó su dolor húmedo al cielo, maldijo la creencia de que la gente nacía de distinta forma que los animales y al fin se vio sorprendida por un llanto que no era el suyo.

Ese llanto frenó sus propias lágrimas y sobre un tejado, que se divisaba desde su ventana, vio posada a la cigüeña.    

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