¡Cállate ya, maldita voz de lata! No sabes como me revienta oír tu perorata absurda, como si de verdad supieras lo que dices.
Me saludas, me das instrucciones, a veces órdenes, como si tuvieras derecho a irrumpir en mi vida sin permiso.
Unas veces llego a ti contento, otras cansado de dar tumbos, otras con miedos, con impotencias, otras con mi cuello preso de una cadena, que arrastra mi vivir y tú estás ahí a cualquier hora, dispuesta a importunarme, con esa facultad de hablar que pretende disfrazarte de persona con mando y discernimiento.
Pero yo sé que tus palabras en realidad, solo son una escusa de metal para controlar mi paso cerca de ti y que en fin, no esperas de mi respuestas, solo obediencia y acatamiento a tu pretendido orden perfecto.
No se me ocurren más formas de mostrarte inútilmente mi desprecio, solo me alimenta la esperanza de que alguien escuche mis denuestos y te haga callar. Por lo tanto, dame de una puñetera vez el ticket con el recibo del peaje y púdrete.
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