Celerina Ferrero tiene las manos que han amasado el pan de una vida y con ellas convierte el golpear a la pandereta en caricias a la tradición viva.
Ni siquiera ella recuerda todo lo que sabe, te oye cantar y rebusca en su memoria y poco a poco, primero en voz baja y luego cantando con más volumen y más seguridad, hace que tú termines por seguirle a ella.
Su cocina de Velilla de La Reina es el santuario de la memoria y en torno a su mesa brotan los cantares y los recuerdos.
¿Te importa que te grabe, Celerina?
-No hijo, no. Esto que yo sé no es mío, lo aprendí de otros, de siempre, cantando desde niña por las cocinas y por los bailes de las eras y después donde me quieran oír.
Su pelo gris, lo pasa por la peluquería de vez en cuando y se viste de señora, cuando la ocasión lo requiere, con coquetería, pero su estado natural ya casi es envolverse en el traje regional, que ha vestido siempre, a partes iguales de orgullo y naturalidad.
Y su afición favorita es cantar con otros y para otros, tener la cocina llena de gente a la que cantar, bailar la jota para terminar diciendo: estas piernas…
De pronto desaparece y vuelve con un cuaderno en el que ha pasado a limpio lo que escribe, pequeñas historias reales o inventadas de las calles de su pueblo, conversaciones entre perros, gatos o gallos, que seguro ella ha oído sentada a su puerta, versos de rima inocente y candorosa.
Celerina sigue teniendo sus raíces hundidas, cada vez con más fuerza en la tierra, para sujetar su planta de metro y medio.
Bueno hijos, hasta cuando queráis.
Su dios guarde muchos años a esta enredabailes.
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