Ya es un viejo y la gente dice que ha perdido la cabeza.
La cosa es que, cuando salió de la cárcel, vio a su mujer rapada al cero y padeciendo por la ingesta de aceite de ricino. La sangre se le subió a la cabeza y volvió a verse entre rejas, después de que la guardia civil le detuviera por degollar a Don Ramón con la hoz.
Desde que salió a la calle, después de muchos años, vivía en su casa destartalada, de la caridad de los vecinos, sin trabajar en el campo, por no descolgar la hoz.
El viejo pasa las mañanas subido en lo alto del puente, afilando la hoz en sus viejas piedras, echando alguna mirada de reojo a un periódico colocado sobre el puente.
Los vecinos se extrañan de volverle a ver con una hoz en la mano y preocupados le preguntan: ¿como afilas la hoz, si ya no la usas?
El viejo pasa su mirada de los vecinos al periódico y del periódico a los vecinos y murmura entre dientes.
-Vuelve a ser tiempo de siega.
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