jueves, 19 de mayo de 2011

El mensaje

botellaLas tardes soleadas las paso mirando al mar fijamente, con los ojos perdidos en la línea que separa el agua del cielo.

Es una actividad inútil, como tantas del día. El mirar al mar no me produce más que una tranquilidad que he aprendido a apreciar con el tiempo.

En realidad ya me he acostumbrado a dejar que las horas pasen lentamente y a que el ritmo cansino de las olas, desvaneciéndose con pereza entre la arena, acompasen los latidos lentos de mi corazón.

Pero hoy me ha sobresaltado el sonido de una botella, golpeando sobre una de las pocas rocas que hay en la playa.

Me he quedado mirándola, al principio con desidia, como si fuese normal su presencia a mis pies. Después me he dado cuenta de que contiene un papel en su interior, escrito con unas letras gruesas de carboncillo, como escritas con un tizón.

La he rescatado del agua con excitación, con prisa, siendo víctima de la taquicardia que algunas veces me asalta.

El papel me habla de alguien perdido en una isla desierta. El comunicante dice negarse a perder la esperanza de volver a acariciar otra piel humana, de volver a sentir una voz dulce en sus oídos, de ver su cara reflejada en otros ojos que le abracen.

Dice que tras muchos años, demasiados, perdido en la isla que él mismo bautiza como Soledad, sueña con reunirse con alguien a quien sonreír al morir.

El mensaje adjunta un mapa con lo que él piensa que es la situación aproximada de la Isla Soledad.

Por último, al pie del mensaje, el naufrago firma con mi nombre.

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