No deja de llover desde hace horas y tú te revuelves impaciente en la silla baja, que colocaste frente al fuego.
Toda la tarde revolviendo las brasas, echando otro brazado de leña y cubriéndole con la paja trillada.
Las pocas tierras, aradas, el ganado, reposando en la cuadra y todo lo poco que hay que hacer, hecho está.
Sabes que en algún lugar un hombre, que no eres tú, besa a una mujer al volver del trabajo y hace planes para mañana, o para un domingo apacible.
A ti te dieron los planes hechos cuando naciste, no tienes planes nuevos ni una mujer a quien besar, en el pueblo no quedan muchas.
Te estás hartando de esperar a que las horas pasen, de saberte de memoria tu futuro, de bailar siempre con la más guapa del baile solo en tus sueños.
Subes al sobrao a vigilar las latas que colocaste bajo cada gotera y escuchas asqueado las sinfonía de las gotas recogidas.
Al bajar, tu madre vuelve con la cantinela de que eres un solterón, de que no prosperas, de que eres como tu padre, un fracasado.
Apartas de una patada al gato y recuperas tu asiento frente a la lumbre, colocando los palos con las tenazas.
Mañana a las ocho pasa el coche de línea, quizá ya no llueva, en algún sitio de be de hervir algún mercado. Puede que exista un lugar en el que los niños griten en el recreo.
Esta mañana viste a las aves volar en formación ¿a donde irían?
Miras a tu madre que destapa otra vez el puchero sobre las trébedes y después, mirando a la lumbre, le dices que mañana cogerás el coche de línea y luego el tren con un billete solo de ida.
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