Se aprende demasiado tarde y se muere demasiado pronto. Fueron las últimas palabras que Alatriste pronunció en mi sueño.
Después, mientras me vestía en el borde de mi cama, repasé los proyectos que nacieron muertos por inmaduros y las obras que ya no tendré tiempo de acabar.
Cuando tienes fuerzas te escasea la razón y la experiencia no te aprovisiona de fuerzas.
La noche anterior, cuando combatía con las sábanas a muerte, cuando buscaba dormir desesperadamente, pensé que debería dar un brusco giro a mi vida, que los sueños tendrían que empezar al levantarme a la mañana siguiente.
Al mirarme en el espejo del lavabo, distinguí con nitidez las arrugas de mis párpados, como el tic tac de un reloj con cuenta atrás.
Cuando salí a la calle, el aire helado me hizo acelerar el paso y cuando arranqué el coche, una vez más la vida me salió al camino con una sonrisa sardónica.
Empujé la puerta de la empresa donde trabajo y pronto comprendí que había vuelto a perder en la negociación. Mi vida y mi tiempo a cambio de un plato caliente y la seguridad de los míos. Y los sueños… sueños son.
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