
viernes, 31 de agosto de 2012
La Chispa y el tabaco
martes, 28 de agosto de 2012
Linchamiento
Mientras nosotros nos enriquecemos, enfundados en trajes caros, viajando en nuestros brillantes automóviles, la plebe consume la moral cortada a la medida de nuestra cuenta de resultados.
Les hemos contado la historia, y se la seguiremos contando desde nuestra televisión, que ellos consumen con avidez.
Así podrán compararse, ganando, con otro de sus iguales y se verán más limpios, olvidarán sus cuitas, encauzarán sus odios hacia el chivo expiatorio. Luego le expulsarán al desierto del olvido, mientras buscan otra víctima.
Mientras nos dan su sangre de corderos, nos olvidarán.
Por eso les hemos fabricado un monstruo y para que no nos pidan agua, les dejamos pedir sangre.
miércoles, 22 de agosto de 2012
Cuentos
La madre de Jacinto Flórez pasó en pocos años de escuchar los cuentos de la infancia a contárselos a su hijo.
Había una vez… Todos con moralina, todos con enseñanzas. Jacinto se hacía una idea del mundo, escuchando.
Después el cura le contaba a Jacinto Flórez otros cuentos de santos y figuras bíblicas, consecuencias normalizadas del bien y del mal, oraciones prefabricadas y un cuento que terminaba en la felicidad de los que vivieron creyendo lo que nunca vieron.
En la mili, a Jacinto Flórez le vinieron con el cuento de La Patria. Una masa de aire hirviendo, envuelta en telas rojigualdas y atronada por las cornetas que paren himnos. Una madre que le exigía hasta la última gota de sangre, que la otra madre le dio.
Una muchacha le contaba a Jacinto Flórez cuentos al oído, le prometía el paraíso y le exigía que él también inventase cuentos y promesas, que terminasen comiendo perdices.
La vida le contó otro cuento. ¡Trabaja, pelea, sacrifícate, compite! sólo así triunfarás. Apréndete este cuento y cuéntaselo a tus hijos para que la bola siga rodando. Y Jacinto Flórez se creyó también ese cuento.
De pronto se vio en la residencia de ancianos, al cuidado de las Hermanitas de La Caridad y las muchas horas libres le hicieron percatarse, de que su cuento se acercaba al colorín, colorado.
Jacinto Flórez se levantó de la siesta y se puso a leer un cuento de esos que parecían ser más verdaderos, Un cuento de hadas. Luego cerró los ojos, harto de tanto cuento.
viernes, 10 de agosto de 2012
Delete
En la pantalla de su ordenador estaba escrita su última historia, la que él releía una y otra vez entre meneos de cabeza y suspiros de impaciencia.
No es que no le gustara, no. Es que le parecía que era la enésima vez que escribía la misma historia de amor. Los dedos buscaban automáticamente las mismas teclas y dibujaba idénticas líneas, aunque él quisiera disfrazar su cuento con distintos nombres para ella, aunque buscara distintos nombres para los hoteles y diferentes nombres para, no importa qué ciudad.
Al fin y al cabo todo era cuestión de nombres distintos para la misma historia.
Aunque nunca publicó esa historia, la escribía cada noche, una y otra vez y antes de acostarse la hacía desaparecer, para que nadie la leyese.
Y cada noche volvía a soñar el mismo relato, en el que conocía al protagonista desde siempre y veía besos y caricias que nadie más conoció.
Hasta que un amanecer le encontraron de bruces sobre el teclado del ordenador, sin vida y con una pantalla del word en blanco, porque su nariz estaba apoyada en la tecla “delete”