La Chispa y el tabaco
La Chispa, la mi perra, era más
fea que Picio, pero más lista que el hambre.
Algunas veces me la quedaba mirando a los ojos y terminaba mareao
de verla un ojo de cada color, como to los perros de carea, que por estas
rastrojeras guardan ganao.
Mi otro compañero era el paquete de Ideales, descendiente del
Caldo de Gallina y de los tabacos de picadura que daban con la cartilla de
racionamiento. Un tabaco áspero y con unas estacas que bien se podrían usar
como leña pa la lumbre o tizones apagaos pa escribir en cualquier parte.
Mientas triscaban las ovejas en lo libre o se paraban arriadas en
La Zarza, y se callaban las cencerras, yo echaba unas buenas parladas con La
Chispa. Y ella, sentada en frente, me miraba como si me entendiera, entornando
la cabeza a un lao, poniendo arriba el ojo marrón y abajo el azul.
Claro, que el que parlaba era yo y La Chispa, que es de natural
callao, hacía que me escuchaba, mientras yo metía la mano al bolso de la
chaqueta de pana, buscando los ideales y el chisquero y ella me miraba liar el
cigarro, hasta que echaba un suspiro de aburrimiento y apoyaba la cabeza en el
suelo, entre las patas, con esa mirada perruna y paciente.
Yo le pegaba unos manotazos de
arriba abajo a la rueda del chisquero y se encendía la mecha rápidamente,
hiciera aire o no, para prender el chopo que me iba a meter entre pecho y
espalda.
La verdá es que gustar, no sé
si me gustaba fumar. Si acaso lo que más me entretenía era quedarme mirando
embobao los redondeles de humo que hacía echando la humarrera por la boca.
Por las mañanas me daba la tos,
de fumar y como un clavo saca otro clavo, pues me hacía el primer cigarro, pa
aliviar un poco la quemazón del pecho y parar la tos, pa no echar los güétagos
por la boca.
La Chispa volvía a entornar la cabeza, con sus ojillos de dos
colores, como diciéndome ¿pero estás modorro? si sigues quemando así tabaco,
vas a echar el alma por la boca y nada va a quedarte que llevar al infierno y
se liaba con el rebojo de pan duro, seguramente pensando que lo mío, ya estaba
del todo echao a perder.
Un
día La Chispa me se murió, no sé qué mal aire la daría y estuve como amurriao
to la mañana, sin tener con quien cascar, las ovejas de suyo no dan mucha
conversación.
Me cogió como una tristura en el pecho, que ni
la tos me daba, cogí la azada y el
carretillo y llevé a La Chispa a enterrar a La Zarza, donde tantas
conversaciones tuvimos tantos días.
A la mañana siguiente me levanté echando las tripas de la tos,
como siempre. Bueno, como siempre no. Ese día parecía que los demonios me se
iban a llevar vivo, de la congestión que me estaba dando. Busqué a La Chispa,
sin acordarme de que se había muerto y no encontré quien me riñera por fumar.
Miré el paquete de Ideales recién empezao y me dije ¿pero tan
borile voy a ser?
Así que cogí el tabaco y el chisquero y
les llevé a enterrar con La Chispa a La Zarza y todos los años el Día de Los
Santos les llevo a La Chispa y al tabaco, un ramo de esos de flores de los
muertos y les rezo un Padre Nuestro.
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