Una hermosa mujer hilaba en silencio con una rueca de plata.
Otra mujer cantaba con voz melodiosa, enredando su canto entre las hojas de los sauces y los castaños, esparciendo un perfume de violetas en cada onda sonora.
Una tercera mujer se bañaba en las aguas de la fuente y los hilillos de agua resbalaban, mientras refrescaban su piel dorada y de tacto de terciopelo.
Trinaban los pájaros en la bóveda de hojas, entre la red de ramas que escondían el cielo del medio día.
La alfombra verde y fresca acogía mi cuerpo, como sólo la tierra sabe acogernos, con amor y sin cobrar alquiler, sin plazos.
Hasta que yo me puse en pie, recogí del suelo la hoz y fui a buscar la sangre de las espigas al sol inclemente, dando por terminada mi siesta en el oasis de la Fuente del Corcho.
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