El calendario ha vuelto a posarse sobre el catorce de abril.
Vuelven las flores de la memoria a invadir las cunetas, a pesar de un frío invierno que las condenaba al olvido de los hielos. Florecen humildes, con los pétalos pequeños y alejadas de los parterres de los jardines en los palacios, pero con fuerza, invadiendo cada resquicio por el que quepa una raíz.
La primavera nos trae tormentas con nubes negras y vientos amenazantes, pero son imprescindibles para que el suelo tome fuerza y la naturaleza se muestre en todo su esplendor
Ya no se trata tanto de resucitar historias viejas, como de escribir entre todos una nueva, pero que sea la nuestra. Ha de ser muy diferente de la que nos cuentan y pretenden que sea dogma de fe.
Necesitamos creer en nuestra propia historia, pero para eso no podemos dejar que otros la escriban a su medida, debemos ser los protagonistas, cada uno de nosotros, agarrados a la tierra que pisamos sabiéndola nuestra.
Hay que gritar, como en los siglos atrás se hacía, aquello de “Cada uno somos tanto como vos, y entre todos más que vos.
Nos hace falta ver otro amanecer en Sahagún con un tiznón morado en sus balcones.
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