Verde, era verde la tierra que movía el viento, en un rincón de los recuerdos.
Hasta que el carrusel del tiempo regresó a la primavera y las evocaciones se hicieron mar.
Ya no basta con imaginar las olas, azotando con furia los cadáveres mecánicos, rodeados de herrumbre, ahora hay que acomodar las pupilas a la luz cegadora, de un océano en continuo movimiento ondeante.
Una inmensidad, los ojos alargando la mirada y las espigas huyendo hacia el horizonte ¿buscando qué? ¿acaso el lugar al que escaparon los náufragos expulsados de esta tierra? ¿acaso esperando un barco en el que huir?.
Aun queda quien siembre mares, pero la sentencia está pronunciada. El tiempo se precipita en una cuenta atrás condenatoria y sólo quedarán los viejos, esperando la sequía de los surcos, el abandono de las riberas y la marcha de la última patera sobre la última ola.
Pronto las palomas que surquen los cielos volverán al palomar, en una playa pedregosa, inmensa y reseca, sin una espiga en el pico y en el suelo sólo pescarán gusanos.
Parece que esté lejano el cumplimiento de la sentencia, viendo este mar con tanta vida, sintiendo en nuestras venas correr la savia del centeno, la alegría de los trigos, la saciedad de la cebada. Pero el fin nos cogerá confiados, siempre lo fuimos, nunca nos preocupó demasiado este desangrarse dulce y no nos espanta ese rastro de sangre, que pintan en el mar las amapolas.
Que fotos más chulas...menos mal que queda quien siembre mares todavía. Un abrazo
ResponderEliminarFotos de Google, Alma, pero alrededor de mi pueblo están esos paisajes, este año insultantes de olas y verdores y brillos.
EliminarUn abrazo.