La cocina de mis abuelos tenía un banco. En realidad no había cocina sin banco, todo el mundo tenía un banco.
El banco era nuestro, de nuestra casa. Más o menos grande, más o menos noble, más o menos bonito, pero nuestro.
El banco estaba a nuestra disposición para charlar sentados en él, para dormir una siesta de urgencia, para esperar con paciencia las noticias del parte de la radio. Teníamos un banco.
Un día conocimos a otro banco, un edificio donde llevar los cuartos. No es que el dinero fuera mucho, pero nos convencieron de que había que llevarlo al banco, con la promesa de hacerlo crecer, de multiplicarlo.
Y aprendimos a leer la cartilla, la de ahorros. En una columna ponía debe y en otra haber ¿como que debe haber? ¡tiene que haber, que yo lo traje! Velay lo tienes, donde pone saldo.
Alguno con el dinero que en el banco su dinero producía y algo más de un préstamo que pidió, cambió el banco de la cocina por otro más rumboso, de madera noble y apoyabrazos de lujo, con un espacio bajo el culo, donde guardar la orza del lomo. Al nuevo banco lo llamó escaño.
¡Anda, un escaño! ya podíamos sentarnos como los “diputaos” con el culo a salvo en madera barnizada. “Esto de la mocracia es un alanto” Los diputaos se pasan cuatro años decidiendo por nosotros, para que nos de dinero el banco para comprarnos una casa en la que colocar nuestro escaño.
Al nuevo préstamo lo llamaron hipoteca. Joder lo que da de sí un banco, al abuelo lo hicieron importante, cuando entregó sus perrillas de toda la vida. Un día vino a casa diciendo que su dinero los del banco lo llamaban preferente.
Que si, que me lo ha aconsejado Vicente, el director. Ya ves tú, yo me fio de él, lo conozco de siempre y alguna vez me ha ayudado, como cuando me compré el escaño.
No se que nublado vino un día, que de repente yo no tenía para pagar la hipoteca y al abuelo le desaparecieron las perras preferentes. Una crisis, dicen que hay.
Los del banco nos dijeron que de devolver las perras al abuelo, que verdes las han segao, que si no miró donde firmaba, que si hay que asumir los riesgos.
A mi me mandaron a los municipales y a los del juzgado y me pusieron la maleta en las goteras de malas maneras. Me quedé sin casa, sin banco y no hablemos del escaño.
El abuelo y yo, fuimos a la puerta de donde trabajan los diputados, a la puerta, que ni para entrar a la cafetería a tomar un “yintónic” subvencionado nos llegaba.
¿Que qué nos díjon? que desalojáramos, que en el templo de la democracia no se arma lío. ¿Con la de escaños que hay aquí no hay para lo nuestro?
Los del los escaños hicieron una ley para que no devolvieran al abuelo las perras preferentes y otra para que a mí me dejaran sin casa y sin escaño.
El abuelo y yo fuimos de paseo al parque y ¿qué encontramos? ¡Un banco!
Ya tenemos donde dormir, abuelo. El abuelo me miró con mala leche y dijo que si usábamos ese banco, terminaríamos sin poder dormir ni en el suelo.
Genial Señor Ángel, esto deberían de leerlo mas de cuatro...
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