Un Genio del Invierno, llegado con el viento del norte, portador de los aires fríos y vestido con el hielo y la nieve, llegó al pueblo un atardecer.
Se adentró por la calle, que formaban dos caminos al confluir y dirigió sus ojos de hielo a las casas donde los vecinos se resguardaban de los comienzos de la helada, al ponerse el sol.
Quiso entrar en las casas para helar los adobes, para solidificar el agua de los calderos, para endurecer las ropas y entumecer las carnes de los habitantes.
Golpeó con la fuerza de sus vientos en las puertas, zarandeó las ventanas y azotó las esquinas de las casas, pero los vecinos no le dejaban entrar. Quemaban troncos de los robles de La Cueza, azuzando los humeros, cerraban ventanas y contraventanas, para no dejarle ni el resquicio de los cristales rajados y aseguraban sus puertas con trancas y clavijas.
El Genio del Invierno cada vez se enfurecía más, aumentando la fuerza de sus vientos, queriendo derribar las casas de barro, tronzar los chopos desnudos y bufando entre las troneras del campanario.
Al fin, cuando comprobó la inutilidad de su furia, atentó contra las tejas de los tejados, levantándolas en hileras y dejando a las casas sin protección contra en frío y el agua y los vecinos pasaron un largo y tenebroso invierno.
Al llegar la primavera, empezó a brotar el trébol en una hondonada, protegida de los vientos y adornada con los ciruelos de una huerta, humedecida por los regueros que formaban cárcavas entre las colinas que la resguardaban.
De entre las cárcavas empezaron a salir unos duendes vestidos con el verde de la primavera y el blanco de las margaritas. Con la arcilla que encontraron empezaron a edificar un horno grande con un humero que se veía desde el pueblo, llamando la atención de los vecinos que acudieron al lugar.
El jefe de los duendes pidió ayuda a los vecinos y el Presidente de la Junta Vecinal convocó a hacendera para ayudar a los duendes a terminar el horno.
Después de terminar el horno, reunieron leña, amasaron la arcilla que sacaban de entre los altos, la dieron forma y la cocieron en el horno nuevo, para fabricar las tejas con las que retejar sus tejados y para construir nuevas casas.
El Genio del Invierno volvió al año siguiente, pero se tuvo que conformar con asolar las calles y los campos, supo que contra los vecinos unidos, nada podía.
Las gentes del pueblo siguieron atizando el horno y llamaron al paraje poblado por los duendes La Tejera.
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