¡Qué tiempos aquellos! Yo tenía una pareja de machos para tirar del carro, para arar las tierras, para arrastrar el trillo, eran mis compañeros de trabajo de sol a sol.
Me gustaba verles descansar al atardecer. Se llamaban Jardinero y Manchego y reconfortaba entrar en el calor de la cuadra y la paja mientras apuraban la cebada.
Jardinero se me murió a destiempo, cuando empezaba el verano. Tuvieron que prestarme una yegua vieja para salir del apuro veraniego. Manchego de pena o de viejo, en lo más apurado del acarreo y la trilla, una mañana se me despatarró en la Curva del Castro.
A mi se me vino el mundo encima y me arrodillé junto a la bestia llorando. ¿Como terminaría yo el verano si su ayuda? Le gritaba y lloraba ¿cómo me haces esto? yo que no he querido venderte por viejo, para que no terminases ciego y silicoso en alguna mina de La Montaña.
De nada sirvieron las lágrimas ni los reproches y a trancas y a barrancas terminé el veraneo con la yegua.
Para la sementera tuve que firmar un montón de letras para comprar un tractor. Aún no se cómo pude pagarlo con mis cuatro tierras. Renové letras, confiaron en mi honradez de buen pagador y terminé al fin con la deuda.
A mi Barreiros le cuido como a los machos. le dejo descansar cada poco entre surco y surco. Le vacío el agua del bloque en los inviernos y le mantengo protegido con sacos de las heladas.
Por eso, yo estoy seguro de que cuando yo entro en el portalón donde está y me acerco al mi Barreiros, él con sus farillos redondos, me mira y se ríe.
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