Aquel día, a la hora en que siempre tomaban el té juntos, encontró sobre la mesa camilla, al lado de las flores, la carta en la que le envió un poema.
Ella lo había leído, eso era seguro. Al lado del folio, se encontraba el sobre con las solapas rotas, se diría que con ansiedad.
En el ambiente se respiraba un aire de abandono, aunque el orden y la limpieza del lugar eran primorosos, como siempre.
La llamó, pero no encontró respuesta.
La única respuesta que obtuvo, fue la tinta borrosa, que sobre el poema había había dejado una lágrima al rodar.
Y supo que ella nunca volvería.
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