En un cuartucho pequeño, sin luz propia, junto a la cocina, como puerta una cortina gruesa, y en una cama estrecha de hierro, con colchón de lana, arrimada a la pared, desgranaban Juan y Lucía los sueños.
El arado quieto y el barro de los tapiales fraguando, los animales al calor de la cuadra y la prole recogida en los lechos.
Todo estaba en orden y tras preguntar por el hueco de la escalera ¿estáis ya todos acostados?, y apagar las luces, se paraba el mundo para reposar a las órdenes del reloj de la torre.
Descanso del jornalero.
Templo que, acabado el día,
guardaba a Juan y Lucía
hasta el gallo mañanero.
Yunta sin surco ni apero.
Reposan las herramientas
de condenaciones ciertas
y del trabajo maldito.
Y puede, que otro chiguito,
venga llamando a las puertas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario