Al amor que provocó tu vida, le llamaron lujuria.
A mi vientre hinchado, le llamaron pecado.
A tu crecimiento imparable en mis entrañas, le llamaron vergüenza.
A la fuerza de mis ojos llorando, la llamaron penitencia.
A mi decisión de seguir adelante, la llamaron necedad.
Después, cuando naciste, los que predican la caridad, el respeto a la vida y la hermandad entre los hijos de Dios, nos explotaron, nos oprimieron y por fin en nuestra desgracia, nos olvidaron.
A pesar de todo, vivimos.
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