domingo, 6 de marzo de 2011

EL SIFONERO

El Sifonero no iba a misa los domingos.
No tenía nada que ver con sus ideas políticas, nada contra la religión, ni los curas.
Sencillamente el domingo era el día de la semana que más sifones y gaseosas vendía,  con su carro y su percherón, en aquel pueblo minero.
Otros habían desertado de las minas y del pueblo, cuando empezó la guerra. Huían de las represalias de los falangistas y dejaron un pueblo lleno de guajes y viudas de hecho.
Al Sifonero no se le pasó siquiera por la cabeza la posibilidad de huir, solo se dedicaba a dar de comer a su familia con su trabajo en la fábrica de gaseosas, por eso no lo entendió.
No entendió sus miradas de odio cuando le sacaron de su casa delante de su mujer y sus muchos hijos.
No entendió los empujones hacia la camioneta, ni los insultos.
Y no entendió por qué, en la tapia del cementerio, las balas quemaban su pecho por dentro.

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