Al Matías, que tampoco era un santo, le estaban dando la del pulpo entre El Mellao, José el de la fragua y Santiago. Tres chavales talludos que siempre iban juntos después de salir de la escuela y que aquella tarde decidieron vengarse de alguna cosa que ya no recordaban del Matías.
Mirad, ahí viene ese averiao, vamos a quitarle los mocos a guantazos, dijo El Mellao, a la sazón jefecillo de la cuadrilla. Y se encararon a él primero a empujones y cuando el Matías decidió que era más rentable defenderse que acobardarse, a sornabirón limpio.
En estas estaban cuando apareció por la esquina Manolón, hermano del Matías, un chavalón grande pero vergonzantemente apocado que al ver la escena se dijo que era su obligación defender a su hermano.
Se acercó al grupo, que al verle hicieron una pausa en su faena para mirarle con sorna y les dijo:
-Mellao ¿por qué pegáis a mi hermano? ¿no os da vergüenza tres contra uno?
-Porque nos da la gana, dijo El Mellao.
-A que no volvéis a tocarle.
José el de la fragua le sacudió al Matías un guantazo de aúpa y Manolón recordó su condición de cobardica patológico, pero quiso hacer valer su corpulencia. Se puso las manos en los cadriles y mirando a José el de la fragua le retó:
-Vuélvele a dar anda, vuélvele a dar y Santiago le propinó una reverenda patada en el culo al Matías que le hizo gemir y dar unos pasos a trompicones.
Manolón,dirigiéndose enfurecido a Santiago le dijo que no tenía cojorvas de volverle a sacudir a su hermano en su presencia y entonces El Mellao mandó los mocos y los huesos del Matías a la reguera de un sopapo.
El Matías se levantó llorando del barro y le dijo a su hermano.
-Anda, vámonos para casa y no me defiendas más, ¡coño!
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