Al fin y al cabo es aquí donde nací, donde las promesas moradas de abril se cebaron con mis ojos debutantes.
Durante una vida entera he visto vuestros ires y venires, cargando con la hoz al cinto, equivocando vuestra necesidad de siega para, como yo, cosechar las mismas esperanzas cada Julio.
Yo también me fui, como vosotros. Tras los trabajos en los tesos, las vigilancias del río, los paseos por la vega, buscando bajo cada piedra la recompensa a la fe ciega.
Pero el castigo a la deserción fue como siempre la vuelta, una y otra vez, a repetir el ciclo, a desempolvar la casa, a volver a incubar ilusiones al sol.
Yo veía desde lo alto el sufrir de vuestras tejas viejas y reconocía en vuestros ojos mi necesidad de huir cada fin de verano, antes de que los hielos bailaran un vals con el hambre.
Ahora no volveré a huir después de mil retornos, no tengo fuerzas ya. No sé si fue antes el retorno o la fuga pero ya se acabó buscar aliento para otro viaje.
Moriré aquí en esta casa hecha de palos, donde me ayudó este campanario, a por primera vez crotorar y donde las campanas empujarán por el aire el último sonido de mi pico batiente.
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