martes, 20 de marzo de 2012

El tabique

TabiqueCada tarde, después del trabajo, se sentaba en la terraza de un bar con una cerveza entre las manos y esperaba.

Siempre a la misma hora, con una puntualidad casi planeada, ella pasaba por la acera despacio, con la mirada perdida hacia adelante y se detenía en la parada del autobús, unos metros más allá.

Al pasar ella a su lado, él aspiraba profundamente aire para detectar el aroma que ella dejaba. Ella no usaba perfume, pero olía a limpio.

Hasta que llegaba el autobús, él la miraba cada instante, para no perderse ni un momento de aquella espera. Sus ojos claros, su pelo castaño brillante y una forma de moverse entre infantil y decidida.

Ella se había dado cuenta de que era observada y miraba de reojo, con disimulo hacia la mesa de la terraza.

Después llegaba el autobús y terminaba el encuentro tácito. Ella se alejaba entre una nube de humo y él se dirigía a su casa a pie, apretando el paso y con las manos en los bolsillos.

Por un extraño fenómeno, los dos se tendían en la cama, nada más llegar a sus casas, ella colgando su bolso del perchero y él sacudiendo, como con prisas los zapatos.

Y de pronto, los dos veían solamente con cerrar los ojos, las escenas que nunca se atrevieron a protagonizar.

En esos momentos las lenguas se expresaban en el idioma de las olas, con un ir y venir, primero dulce y después desenfrenado, hasta salvaje.

Brillaba el sudor en las pieles y las bocas se entreabrían en suspiros, que llamaban a las manos a acariciar lomas y llanos del color de la cebada.

Horas de recorrer con la luz clara y los ojos cerrados, cada rincón del mismo cuerpo. Cada uno en distinta habitación pero con las sensaciones tan reales como cuando se siente la brisa entre los árboles.

Al fin llegaba la inundación a los dos vientres, con la fuerza demoledora de un tsunami tibio y salado.

Al día siguiente, cuando él pedía la cerveza en la terraza, después del trabajo, los dos ignoraban que en sus habitaciones, en aquel bloque inmenso de pisos, aunque ni siquiera pertenecían al mismo portal, un tabique juntaba las cabeceras de sus camas desde siempre.

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