Empezaba a estallar la primavera, cuando una tarde, las sirenas del pozo de la mina aullaron de miedo y de dolor sin previo aviso.
A ella algo se le retorció por dentro y sintió un pinchazo en las tripas que le advirtió de que algo se rompía en su vida. Salió corriendo hacia la mina, donde le dieron la noticia, en la reunión de vecinos a la boca del pozo.
Desde que a su marido se le llevó el grisú, llenó las bocas de sus hijos a base de dejarse la piel en trabajos mal pagados y agotadores y soportando de sus jefes lo que tenían que soportar las viudas pobres.
Un día, ya jubilada, su nieta le explicó que cada ocho de marzo la gente recuerda a mujeres como ella.
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