En ninguna parte parecían entenderle. Le molestaba particularmente la mirada de arriba a abajo y el poco valor que daban a sus méritos.
Al menos se podrían molestar en evaluarle, en darle la oportunidad de demostrar que tiene entre sus manos cualidades que nadie más posee.
Cada vez que le daban con la puerta en las narices, él trataba de ser positivo y de no rendirse. Se encogía de hombros y decía: Prejuicios de ignorantes, otro me valorará.
La última vez que llegó a un circo en busca de trabajo, le recibió el patrón. Un fulano desagradable y mal encarado, que también le miró de arriba a abajo.
Como con prisas, impaciente el patrón le dijo:
-Así que quieres trabajar en éste circo, ¿qué sabes hacer?
-Señor, sé imitar a los pájaros.
-¿Nada más que eso?
-Si señor, y lo hago como nadie.
-¿Tú piensas que esa tontería me hará ganar dinero? ¿a tí te parece que alguien pagará una entrada por ver como imitas a los pardales o a las cornejas? No me hagas perder el tiempo, tengo que ir a encargarme de mis quehaceres.
Entonces él decidió que no valía la pena rogar a aquel ignorante.
-Señor, que tenga un buen día. Y se marchó volando hacia los chopos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario