Pero mira por donde he consentido que me pinten la cara, que me vistan con majestuosos ropajes y que, en compañía de otros, me paseen en un remolque que huele a pueblo de labrantines, por esas calles empinadas con olor a humeros del día de Reyes.
Uno se esperaba caras ilusionadas, pidiendo juguetes, ojos grandes de gente menuda, y algarabía de chiguitos correteando.
Pero sólo hemos visitado, con nuestra cutre majestad, a lo único que queda en el pueblo: viejos.
Al recibir los caramelos mágicos, la única petición repetida por todos los visitados, es que puedan recibir más caramelos el año próximo.
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