Había una enredadera junto a la tapia, en la que anidaban los pájaros y zumbaban las abejas.
A un lado una caseta que albergaba el gallinero y la pocilga, al fondo las escaleras a la cuadra, al lado de la entrada de la bodega.
Todo un mundo con su vida propia, rodeado de tapias y con sus sonidos únicos e irrepetibles. La ropa recién lavada colgada al sol y un lugar al lado de cada tapia, donde sentarse a la sombra o a los cálidos rayos del otoño.
Trozo de cielo privado,
aire que respirar propio.
Entre tapias se hace acopio
de luz del sol encerrado.
Recuerdos de mi pasado
en mi mente sin cortinas.
Cacareos de gallinas
y mi abuela en los desplantes
me decía: come y calla,
vete al sol y no te manches.
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