No recuerdo muy bien como sucedió, señor comisario.
No sabría decir si fui víctima del sueño traidor de después de comer,o me jugó una mala pasada la tensión, que desde hace un tiempo anda fastidiándome.
La cosa es que, cuando me quise dar cuenta, me encontré con el camión, mitad en la cuneta, mitad subido sobre el coche.
Uno ya tiene las condiciones limitadas, son 65 años los que tengo y las jornadas de trabajo se me antojan interminables. Son doce o trece horas diarias, señor comisario, cargar y descargar y estar pendiente de las cuarenta toneladas que empujan, es una labor de una persona joven y no de un tío tan trabajado como yo.
Si, señor comisario, en un calentón, cuando prolongaron la edad de jubilación, maldije y deseé que si algún día me fallaban las fuerzas en carretera y mi camión se me iba, viniera de frente el mercedes del presidente.
Le juro, señor comisario, que no lo hice a conciencia. ¿Como me podría yo imaginar que en ese coche que está bajo el camión viajaría él, para dar una conferencia en la universidad, sobre la sostenibilidad de las pensiones?
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